– ¿Entonces por qué me lo estás diciendo? ¿No se supone que debes respetar los deseos de tu esposa?
– Conozco a Ellie. Y si está pasando algo entre Nora y tú, estoy seguro de que ella anda por medio, de modo que me encantaría saber en dónde me estoy metiendo.
– No estoy seguro -murmuró Pete, frotándose la frente. -¿Tú crees en el amor a primera vista?
Sam pestañeó. Era la última respuesta que se esperaba.
– Supongo que sí.
– ¿Te enamoraste de Ellie nada más verla?
– ¿A qué viene todo esto?
– Es posible que me haya enamorado.
– ¿Tú? ¿Y de quién?
– De ella. De Prudence Trueheart. De Nora Pierce. De la mujer de la peluca negra a la que seduje en mi apartamento.
– ¿Te has enamorado de tres mujeres? -No, solo de una. Las tres son la misma mujer.
– No te comprendo. Y la verdad es que tampoco estoy muy seguro de querer hacerlo.
– Yo mismo tengo problemas para aceptarlo. Ya ves, las mujeres siempre me han resultado fáciles. No del modo en el que estás pensando, sino porque siempre he sido capaz de averiguar lo que querían. Ayer, después de golpearle a Prudence Trueheart con la pelota de béisbol fui a ayudarla a curarse la herida. Pocos minutos después, invité a Nora a comer y ella rechazó mi invitación. Y ayer por la noche hice el amor con una desconocida, con la mujer más apasionada que he conocido en mi vida, y ahora no puedo dejar de pensar en ella.
– ¿Te has acostado con Prudence Trueheart? -preguntó Sam, incrédulo.
– No exactamente. ¿No te das cuenta? Era una mujer completamente diferente -Pete gimió, se levantó del escritorio y comenzó a pasearse nervioso por el despacho. -Está Nora, que es una mujer brillante, divertida y vulnerable. Y también está Prudence, que es la que más me confunde. Y después está esa otra mujer a la que le basta tocarme para volverme loco de deseo. Y las tres son la misma mujer. Y me estoy enamorando de cada una de ellas. Bueno, en realidad de Prudence no, porque es demasiado mojigata, pero sí de las otras dos.
– Ahora ya sí que estoy seguro de que no quiero meterme en esto -dijo Sam, levantándose de un salto y corriendo hacia la puerta. -Cuando te aclares, házmelo saber. Y si Ellie comienza a causarte problemas, solo tienes que decírmelo.
La puerta se cerró tras Sam, dejando a Pete considerando lo que acababa de decir. Era absurdo andarse con rodeos: se estaba enamorando de Nora Pierce. ¿Pero realmente sería amor lo que sentía o tendría ella razón? ¿Podía ocurrir que simplemente codiciara a una mujer a la que no podía tener?
Pete tomó una pelota de béisbol autografiada que tenía encima del escritorio. La lanzó y la recogió una y otra vez, intentando dejar de pensar en Nora. Pero nada conseguía alejar aquel deseo que le abrasaba las entrañas.
– Tranquilízate, Beckett -murmuró para sí. -Si te has enamorado tan rápidamente, entonces también podrás desenamorarte rápidamente.
CAPÍTULO 05
– Los buenos modales en la mesa -dijo Nora. -No hay nada que distinga más a un caballero que unos modales impecables en la mesa.
Pete había llegado a su despacho a las doce en punto, sorprendiendo a Nora con su puntualidad. Ella había dado por sentado que era uno de esos tipos a los que les gustaba tener a las mujeres esperándolo. En el momento en el que había llegado, con una cazadora de cuero, unos vaqueros y una camiseta que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel, Nora había sentido un zumbido en su cerebro, un cosquilleo en la piel y un latido salvaje en su pecho.
Aunque él normalmente iba vestido de manera informal a la oficina, de alguna manera, el que hubiera elegido aquel atuendo para un sábado por la mañana le hacía sentirse incómoda. La etiqueta dictaba una vestimenta más conservadora, adecuada para una reunión de trabajo. Y no una camiseta que mostraba unos hombros anchos y una cintura imposiblemente estrecha más apropiada para… el placer.
Nora quería mantener aquel encuentro a un nivel estrictamente de negocios. Por ello había elegido un traje pantalón y una de las habituales blusas de Prudence. La única concesión que había hecho al fin de semana había sido dejarse el pelo suelto. Con fría eficiencia, señaló la silla que había frente a su escritorio y le pidió a Pete que se sentara. Mientras Pete dejaba la cazadora de cuero en el respaldo del asiento, sus cuerpos se tocaron. Y la electricidad que saltó entre ellos hizo que a Nora se le paralizara el corazón. Se regañó a sí misma. Si pretendía dejar la noche que había pasado con Pete en el pasado, tendría que evitar ese tipo de reacciones.
Tenía que ajustarse a la imagen de Prudence porque sabía que, en el momento que prescindiera de ella, estaría perdida. Nora Pierce era capaz de meterse en la cama con Pete Beckett a la menor oportunidad. Prudence Trueheart, no.
Asumiendo su resolución, sonrió educadamente. Pero la sonrisa desapareció cuando, al colocarse detrás de Pete, su mirada voló hacia el pelo que se rizaba en su nuca. Ella lo había acariciado, pero ele pronto, no era capaz de recordar lo que se sentía ante aquel contacto. Estiró la mano, dejándose llevar por el instinto, pero inmediatamente la apartó.
Quizá aquello no fuera buena idea. ¡Quizá fuera la peor idea que había tenido en su vida! Se había pasado ya una noche entera sin dormir, recordando el cuerpo de Pete Beckett… y las cosas que había hecho con su cuerpo. Ella esperaba que aquellos recuerdos fueran disminuyendo en intensidad, que cada noche fuera más fácil de soportar que la anterior. Pero al acostarse, no había tardado en descubrirse a sí misma atrapada en aquella telaraña de vividos recuerdos.
Recuerdos que se habían hecho mucho más agudos en su presencia.
Nora no estaba segura de cuánto tiempo permaneció allí, intentando dominar el vértigo y recuperar la compostura. Pero, cuando abrió los ojos, descubrió a Pete mirándola con expresión interrogante.
– ¿Y bien?
– Los buenos modales en la mesa -repitió ella. Extendió frente a él toda una batería de cubiertos acompañada de una vajilla de porcelana china, copas de cristal y servilleta de lino. Señaló todo aquel despliegue y le dijo-: Quiero que estudies esto con mucho cuidado.
– Sé lo que son los buenos modales -dijo Pete mientras jugueteaba con el tenedor de las ostras. -La servilleta en el regazo, los codos fuera de la mesa y no sorber la sopa -miró por encima del hombro otra vez. -¿Esto qué es? ¿Un tenedorcito para comer cosas pequeñas?
Nora le quitó el tenedor y lo dejó nuevamente en la mesa.
– Hay muchas otras cosas que saber sobre los buenos modales, además de cómo colocar los codos -replicó. -Imaginemos, por ejemplo, que estás invitado a una comida al aire libre en una de esas lujosas mansiones de Sea Cliff.
– ¿Y qué se supone que hay que saber para disfrutar de una barbacoa? Evitar los frijoles, no beber demasiada cerveza y comerse la hamburguesa aunque esté completamente chamuscada.
– No me refería a ese tipo de comidas. Me refería a una comida formal en unos maravillosos jardines. A uno de esos acontecimientos a los que hay que ir con traje y corbata. Cuanto te sientes a la mesa, se esperará que sepas para qué es todo eso.
Pete colocó las manos a ambos lados ele su plato y suspiró mientras examinaba atentamente todos aquellos utensilios.
– Aquí hay cubiertos suficientes para diez personas. ¿Se espera acaso que comamos todos del mismo plato?
– Todo es para ti, aunque rara vez se encuentra uno con una mesa tan completa como esta. Salvo quizá en una cena con la reina de Inglaterra. Aun así, es conveniente que sepas para qué sirve cada uno de los útiles de la mesa.
Pete esbozó una mueca.
– Estás hablando con un tipo que se come los helados con cuchillo -musitó.
– Ahora que ya has ocupado tu lugar en la mesa, ¿qué es lo primero que tienes que hacer?