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– Podemos comer -replicó Pete, dirigiéndose hacia uno de los puestos del estadio. -¿Qué te apetece?

Un intenso olor a cerveza y perritos calientes hizo arrugar a Nora la nariz.

– No sé nada de béisbol. Y conoces de sobra mi historia con las pelotas. Cada vez que me acerco a un lugar en el que están jugando con una, me llevo un golpe en la cabeza. Quizá debería marcharme…

– Esto te encantará -la interrumpió Pete. -No hay nada como disfrutar de una cerveza y un perrito caliente mientras ves un partido -Pete le pasó un perrito y una cerveza y sonrió de oreja a oreja. -Y en cuanto a lo de las pelotas, yo me encargaré de protegerte -y sin más, se dirigió hacia la rampa de subida a las gradas.

A Nora no le quedó otra opción que seguirlo. Olfateó el perrito y el estómago comenzó a gruñir en respuesta. No había comido un perrito caliente desde… Nora frunció el ceño. No estaba segura de haber comido nunca un perrito. En su casa solo se comían platos refinados, de manera que estaba más familiarizada con el caviar que con la carne procesada.

Subieron varios pisos, hasta que Pete se desvió hacia unos asientos libres.

– ¿Podemos sentarnos en cualquier parte? – le preguntó Nora.

– Estos son mis asientos -respondió Pete, sosteniéndole la cerveza y el perrito hasta que tomó asiento. -Un obsequio del San Francisco Herald. El mejor lugar del estadio para aprender normas de etiqueta.

– ¿Normas de etiqueta? ¿Aquí?

Pete se sentó a su lado.

– Sí, aquí. También en un estadio hay que saber comportarse. Para cuando acabe la noche, te habrás convertido en una ferviente admiradora de los Gigantes.

Su sonrisa aplacó todos los recelos de Nora, que decidió inmediatamente perdonarlo. Al fin y al cabo eran amigos, ¿no? Y a pesar de su decepción, reconocía que quizá fuera lo mejor para empezar a olvidar la pasión que habían compartido.

– No sé nada de béisbol. Mi familia no es muy aficionada a los deportes. Mis padres prefieren actividades más refinadas, como la ópera o el ballet.

– Entonces creo que nuestra primera lección será aprender a comer adecuadamente el perrito. Uno puede reconocer a un verdadero aficionado por su capacidad para comerse el perrito y beberse la cerveza sin derramar una sola gota. Lo primero que tienes que hacer es agarrar el perrito con una mano, con mucho cuidado. Con la otra sujetas la cerveza, muerdes y bebes -le hizo una demostración, extendiendo exageradamente el meñique, como si estuviera tomando el té con la Reina Madre.

Nora rió mientras imitaba su técnica. Pero morder un perrito con todo tipo de complementos estaba más allá de sus capacidades y bastó el primer mordisco para que la salsa de chile se extendiera por su barbilla.

– Me temo que tendremos que mejorar tu técnica -dijo Pete suavemente. Estiró la mano y le pasó el pulgar por debajo del labio. Nora sintió un peculiar escalofrío. Y de pronto el perrito cobró en su boca el sabor de la arena. Siguió el gesto de Pete con la mirada, mientras este lamía los restos de salsa que habían quedado en su dedo.

Por un instante, ninguno de los dos dijo nada. Nora sostenía la cerveza y el perrito con la mano paralizada a medio camino de su boca. Si hubiera habido un momento ideal para un beso, habría sido aquel. Se le ocurrió dar otro mordisco a su comida. Quizá a Pete se le ocurriera lamer el chile de su propia lengua aquella vez. Y quizá pudiera extenderse la salsa por todo el cuerpo y…

Nora se colocó el perrito en el regazo y bebió un largo sorbo de cerveza. Nunca le había gustado especialmente la cerveza, pero en ese momento habría sido capaz de beber hasta pintura para disimular su incomodidad. Pete había dejado perfectamente claro lo que sentía por ella. ¡Eran amigos! Y los amigos no se besaban apasionadamente.

Casi sin darse cuenta, se bebió medio vaso de cerveza. Y para su más absoluta vergüenza, en el momento en el que separó el vaso de su boca, escapó un pequeño eructo de sus labios. Se puso completamente roja.

– Perdón -musitó, mirando a su alrededor. -Lo siento. No sé cómo…

– No -respondió Pete, abriendo los ojos como platos. -Eso ha estado bastante bien. Estaba a punto de empezar esa lección, pero como ya veo que eres toda una experta en la materia, pasaremos a la siguiente.

La imagen de Prudence Trueheart eructando le pareció de pronto increíblemente ridícula. Nora intentó reprimir una risa, pero no lo consiguió y terminó soltando una carcajada.

– Eructando en público -dijo. -¿Qué dirían mis lectores?

Aquel quebrantamiento del decoro rompió también la tensión que había entre ellos y Nora no tardó en dejar de pensar en los besos de Pete Beckett y se descubrió disfrutando de su compañía. Pete le enseño a silbar con los dedos, una conducta que habría horrorizado a su madre. Y le hizo memorizar algunas reglas del juego utilizando el mismo soniquete con el que de pequeña le habían enseñado a multiplicar.

También le dio algunas lecciones sobre cómo fastidiar al bateador del equipo contrario e insultar al árbitro.

Al cabo de un rato, Pete le pasó un par de prismáticos que había conseguido en la tribuna de prensa. Nora estuvo observando atentamente al lanzador y, cuando tras la jugada se reclinó en su asiento, advirtió que Pete había extendido su brazo por el respaldo y, mientras bebía su cerveza, comenzó a acariciarle el hombro con aire distraído. Estaba tan cautivada por aquella deliciosa sensación, que no se dio cuenta de que la pelota había salido del campo.

No alzó la mirada hasta que vio que todos los que estaban a su alrededor comenzaban a gritar y entonces advirtió que la pelota se dirigía directamente hacia ella. Nora soltó un grito, dejó caer los prismáticos y se cubrió la cabeza con los brazos. Esperó a que la pelota la golpeara, anticipando ya el dolor. Pero no ocurrió nada. Al cabo de unos segundos, alzó lentamente la cabeza y miró a su alrededor.

Pete sostenía la pelota en la mano. A su alrededor todo el mundo lo aplaudía.

– Ya te dije que conmigo estabas a salvo.

Nora suspiró y tomó la pelota. Al ver la marca que le había dejado en la mano pestañeó.

– Uf, ¿te duele?

– No, soy un hombre duro. Pero siempre puedes darme un beso en la mano o si eso te hace sentirte mejor -su mirada traviesa demostraba que seguía bromeando. Pero Nora no estaba dispuesta a dejar pasar la oportunidad de darle una dosis de su propia medicina. Tomó su mano y le dio un beso en la palma. Cuando alzó la mirada, la reacción de Pete la pilló completamente por sorpresa. La sonrisa había desaparecido de su rostro y la estaba mirando con lo que solo podía ser descrito como… incomodidad. Nora luchó contra la tentación de pedirle disculpas y dejó caer rápidamente la mano, confundida por su reacción.

La tarde había sido tan perfecta… Por primera vez en su vida, se había sentido absolutamente cómoda con un hombre. Por vez primera había sido capaz de ser sí misma y no una versión altiva de su faceta más profesional. Y tenía que estropearlo todo con aquel torpe intento de humor.

Agradeció que el partido terminara al cabo de unos minutos. Cuando todo el mundo se levantó para irse, Nora miró el campo por última vez. Suspiró y tomó todos los recuerdos que Pete le había comprado. Había llegado a la conclusión de que tener a Pete Beckett como amante había sido su última fantasía hecha realidad. Pero había mucho más. Pete Beckett como amigo era absolutamente maravilloso. Como amigos no había juegos entre ellos, no había mentiras en su nueva relación. Habían encontrado una nueva forma de relacionarse y Nora no tenía nada de lo que arrepentirse… salvo de que jamás podrían volver a compartir una noche de pasión.

Mientras regresaban al coche, Pete le pasó el brazo por los hombros y Nora se sintió tensarse. Pero si iban a ser amigos, tendría que aceptar aquel tipo de contactos sin perder la compostura. Tendría que aprender a disimular las oleadas de placer que sentía cada vez que la tocaba.