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No sería fácil.

Podría ser incluso imposible.

Pete había pensado en llevarla al Vic después del partido para observar su reacción. Pero en aquel momento no le apetecía hacer nada que pudiera estropearle el día. Así que optó por conducir hacia el Golden Gate, para cenar en un pequeño restaurante situado frente al muelle de Sausalito. Comieron marisco y disfrutaron de uno de los vinos favoritos de Nora. Y mientras comían, Pete recordaba una y otra vez la noche que habían pasado juntos. ¿Habría pensado ella en su encuentro tanto como él?

Al principio, Pete pensaba que los recuerdos de aquella noche de pasión irían desvaneciéndose con el tiempo… el sabor de su boca, la suavidad de su piel, la sensación que había fluido por su cuerpo al hundirse en ella… Pero los recuerdos habían ido dando paso a una necesidad constante de volver a hacer el amor con Nora.

Y pasar más tiempo con ella hacía que su deseo fuera cada vez más insoportable. Dios Santo, eran ya incontables las veces que había deseado besarla hasta dejarla sin sentido, las veces que había pensado en deslizar las manos por sus deliciosas curvas. ¿Pero reaccionaría Nora como lo había hecho aquella noche, con una pasión completamente desbocada, o lo rechazaría?

Todavía le costaba reconciliar la imagen de aquellas dos mujeres: de aquella mujer sensual que había gritado de placer entre sus brazos y de aquella otra inocente que saltaba cada vez que la tocaba. Y cada vez le resultaba infinitamente intrigante que aquellas dos mujeres fueran la misma.

Pete aparcó cerca de casa de Nora y ambos pasearon juntos hasta llegar la entrada.

– He pasado un día maravilloso -susurró Nora, bajando la mirada.

Pete la tomó por la barbilla y le hizo mirarlo a los ojos.

– Pero crees que ya ha llegado el momento de que termine.

Nora esbozó entonces una simpática sonrisa, asintió y se volvió hacia el interior de la casa. Pete la tomó de la mano para que se detuviera. Si hubiera sido cualquier otra mujer, la habría besado justo entonces. Habría sido un beso largo y suave… E incluso la habría levantado en brazos y la habría llevado al interior de su casa.

Pero mezclado con aquel sobrecogedor deseo por Nora, sentía una auténtica confusión. Él siempre había sido capaz de mantener un control en sus relaciones con las mujeres. Las mujeres ocupaban un limitado espacio en su vida… y en su cama. Pero con Nora Pierce se sentía feliz simplemente paseando con ella por las calles de San Francisco y admirando su perfil, teñido de oro por el sol.

– ¿Por qué no damos un paseo? -le sugirió, tomándola del brazo. Comenzaron a caminar y fueron subiendo hacia Coit Tower. Al cabo de un rato, se detuvieron en uno de los miradores para tomar aire y Pete fijó en Nora su mirada. La suave luz de las farolas iluminaba su perfil mientras ella miraba hacia las luces del puerto.

– ¿Cuándo daremos nuestra próxima clase? -le preguntó Pete. -Podríamos quedar mañana por la tarde e ir después a ver una película…

– No creo que sea una buena idea.

Pete no podía leer su expresión, pero su voz le sonó fría e indiferente.

– ¿Qué es lo que no te ha gustado? ¿Lo de la película o lo de la clase? Yo creo que no estaría mal mezclar los negocios con el placer…

Nora abrió los ojos como platos, pero continuaba negándose a mirarlo.

– ¿El placer?

– ¿Qué ocurre? ¿Hay alguna norma de etiqueta que vaya contra él? -preguntó con involuntario sarcasmo, del que se arrepintió en cuanto Nora giró hacia él y le preguntó con enfado:

– ¿Qué es lo que quieres de mí?

Aquella pregunta lo pilló completamente desprevenido. Pero, por supuesto, no iba a responderle que lo que de verdad deseaba era llevarla de vuelta hasta su casa y seducida hasta hacerle gritar de placer.

– No sé a qué te refieres -contestó, enfadado consigo mismo.

– ¿Qué tiene esa mujer? ¿Por qué es tan importante para ti? Al fin y al cabo, no es más que una desconocida. Una desconocida sin principios morales, por cierto.

– ¿Nunca te has preguntado si no acabarás de cruzarte con el amor de tu vida por la calle? ¿O si te habrás sentado a su lado en el autobús? ¿O si quizá sea ese hombre que espera detrás de ti en la tienda de ultramarinos? He conocido a muchas mujeres, Nora, y he llegado a la conclusión de que conocer a esa mujer en particular ha sido una cosa del destino.

– Son tus hormonas las que están hablando.

– No lo creo.

– Entonces quizá solo estés interesado en el desafío.

– ¿El desafío?

– Sí, el hecho de que ella no te desee, de que desapareciera tras hacer el amor, te hace considerarla más deseable. ¿O crees que sentirías lo mismo si al día siguiente te hubiera llamado y te hubiera invitado a cenar con sus padres?

Pete consideró aquella opción. Y decidió que no habría habido ninguna diferencia. De hecho, en aquel momento no se le ocurría nada mejor que el que Nora lo deseara como él la deseaba a ella, tener la libertad de acariciarla y besarla sin reservas… y conocer a sus padres si era preciso.

– ¿Lo ves? -le dijo Nora. -La típica reacción masculina. Todo va bien cuando el amor representa un desafío. Pero en cuanto ella quiere un compromiso, salís corriendo.

– No sabes mucho de mí, ¿verdad? -preguntó Pete.

Sus palabras la sorprendieron y, por un momento, no supo qué decir.

– Lo siento. Solo estaba intentando comprender.

– No crees que tenga muchas oportunidades, ¿verdad?

Nora sacudió la cabeza.

– No estoy segura de que puedas empezar otra vez desde el principio. Por ejemplo, ¿qué harías en tu primera cita?

Comenzaron nuevamente a caminar y Pete le tomó la mano, alegrándose de poder tocarla otra vez.

– No sé, ¿qué se supone que tenemos que hacer?

Nora se quedó helada. Se detuvo y se volvió lentamente hacia él.

– ¿En nuestra primera cita? -preguntó con voz atragantada.

– No, en mi primera cita con ella. ¿Qué sugieres?

– No tengo ninguna sugerencia que hacer – se volvió y comenzó a bajar los escalones. -Estoy muy cansada. Me gustaría irme a casa.

Pete la alcanzó casi al instante y la agarró del brazo.

– Esta puede ser nuestra primera clase. Podemos fingir que estamos en nuestra primera cita y tú irás diciéndome lo que tengo que hacer.

– No me cito con las personas con las que trabajo.

– Pero todo será fingido. Fingiremos que tú eres la mujer misteriosa -se interrumpió, esperando su reacción. Advirtió una sutil expresión de incomodidad en su rostro. -Haremos como que por fin nos hemos encontrado y yo te he pedido una cita.

Nora fijó la mirada en el suelo.

– ¿Y qué haremos después? -le preguntó Pete.

– No creo que debamos fingir eso…

– Vamos -insistió Pete. -Esto nos servirá de ayuda. Y ahora dime, ¿es correcto que le dé la mano?

Nora se quedó mirando sus dedos entrelazados.

– Solo como una forma de cortesía. Para ayudarla a salir del coche y cosas así. Pero normalmente, deberías tomarla del codo y soltarla en cuanto deje de ser necesario.

Pete le soltó la mano y se frotó las palmas.

– De acuerdo. Regla número uno: nada de tocarse en la primera cita.

– Algunas mujeres podrían considerarlo demasiado atrevido, pero quizá no sea una regla que haya que seguir a rajatabla.

Pete le volvió a tomar la mano, le hizo volverse y continuó subiendo la calle que conducía hacia Coit Tower. Se detuvieron en un lugar desde el que se veía una magnífica puesta de sol y, sin pensarlo siquiera, Pete le deslizó la mano por la cintura para que se acercara a él.

Cinco minutos y había roto ya la primera regla: no tocar. Pero intentar mantener las manos lejos del cuerpo de Nora era como intentar dejar de respirar.

– ¿Y ahora qué? -musitó, inclinándose hacia ella para poder disfrutar de su fragancia.