Выбрать главу

– Ahora hablemos. Puedes comentarme algo sobre el paisaje, sobre el tiempo… Incluso algo sobre ti, pero que no sea demasiado personal.

– De acuerdo -respondió Pete y miró a su alrededor. -¿Sabes que este es el primer lugar que visité cuando vine a vivir a San Francisco? Salí un día de casa y estuve paseando hasta llegar aquí -alzó la mirada hacia la torre. -No sabía lo que era.

– Es un monumento en memoria a los bomberos voluntarios de la ciudad. Hay gente que dice que parece una manguera.

Pete se echó a reír.

– Y lo parece.

– El nombre se lo debe a Lillie Hitchcock Coit. Cuando tenía diecisiete años, salió corriendo de una fiesta de boda para ayudar apagar un fuego. La nombraron bombera honoraria y, cuando murió, una mujer rica donó dinero para hacer este monumento. Mi padre me contó esa historia cuando era pequeña y decidí que quería ser bombera.

– Sin embargo has terminado escribiendo una columna sobre normas de etiqueta.

– No era a eso a lo que pretendía dedicarme.

A mí me apetecía trabajar en un museo de arte, pero he terminado ayudando a la gente a resolver sus problemas.

– Ahora me estás ayudando a mí.

Nora sonrió.

– Estoy ayudándote a perseguir a una mujer de la que ni siquiera sabes el nombre solo para que puedas seducirla otra vez y probablemente luego la dejes en la estacada. Porque dime, ¿qué ocurrirá si al final ella no es el amor de tu vida?

– Eso no lo sabré hasta que no la vea otra vez -dijo Pete.

Se hizo un largo silencio entre ellos. Para cuando terminaron de rodear la torre y comenzaron a bajar, la luna estaba ya en lo alto del cielo y las campanadas del reloj de una iglesia cercana anunciaron que eran ya las once.

Llegaron a casa de Nora. Pete no sabía ni qué hacer ni qué decir.

– Hoy lo he pasado muy bien -aventuró por fin. Alargó la mano y le frotó cariñosamente el brazo. Fijó la mirada en sus labios. -Debería darte las gracias por tu ayuda.

– No… no ha sido nada -musitó Nora.

– ¿Lo he hecho todo bien?

– Lo has hecho estupendamente -respondió Nora, forzando una sonrisa. -Has sido encantador y educado.

– Entonces, si esta hubiera sido nuestra primera cita, ¿estarías de acuerdo en que tuviéramos una segunda?

– Claro que sí.

– ¿Y qué podríamos hacer? -preguntó Pete.

Nora lo miró confundida.

– Creo que eso puedes averiguarlo tú mismo -comenzó a subir las escaleras del porche, pero Pete la siguió.

– ¿A ti qué te gustaría hacer si fueras ella?

– No sé. Quizá deberíais hacer uno de esos recorridos en barca por la bahía. O ir a cenar en el último piso del Banco de América. O quizá podrías…

– Llevarla a Napa -sugirió Pete. -Apuesto a que sería romántico. Podríamos parar en algunas bodegas, comer y volver al anochecer. ¿Qué te parece?

– Creo que sería… perfecto -musitó Nora. -Tendría que ser un día soleado. Y podrías alquilar un descapotable. Y… llevarías música en el coche. Tony Bennet o Frank Sinatra. Los dos son muy románticos.

– Muy románticos, sí. Lo recordaré.

Cuando llegó a la puerta, Nora se apoyó un momento contra la barandilla del porche y fijó la mirada en las luces de la bahía. Pete se reclinó también contra la barandilla y le tomó la mano.

– Supongo que este es el final de nuestra cita -le dijo. -¿Qué es lo que se supone que debo hacer ahora? ¿Debería llamar y decirle que lo he pasado muy bien o debería mostrarme más indiferente? ¿Y qué me dices de despedirme con un beso?

– ¿Un… un beso? -farfulló Nora.

– ¿Es demasiado pronto? -se enderezó.

– Sí, supongo que es demasiado pronto.

– No -respondió Nora. -No es demasiado pronto. Si los dos lo habéis… pasado bien, quizá debas besarla. A veces hay que ser… flexible. No siempre se pueden aplicar rígidamente las normas.

– Entonces, si no siempre hay que aplicarlas, quizá me bese ella -murmuró Pete, mirándola a los ojos.

Por un instante, tuvo la sensación de que Nora iba a hacer el primer movimiento. Esperó, contando los segundos, observando la indecisión en sus ojos. Un delicioso rubor coloreaba sus mejillas y Pete supo, sin ninguna sombra de duda, que si la besaba, ella no se resistiría. Se inclinó hacia ella y Nora cerró los ojos. Delicada, exquisitamente, Pete rozó sus labios. Pero aquel no fue un beso entre amantes. Aquel fue un primer beso, un beso vacilante pero intensamente poderoso.

Pete retrocedió, haciendo uso de toda la fuerza de voluntad que poseía.

– ¿Qué tal ha estado? -le preguntó a Nora.

– Creo que ha estado bien.

– ¿Solo bien?

Nora sacó las llaves del bolso y las metió en la cerradura. Le temblaba ligeramente la mano y a Pete le gustó que su beso la hubiera afectado tanto como a él.

– Yo… no soy yo la que tiene que juzgarlo – dijo, girando la llave. Miró por encima del hombro mientras abría la puerta, se metió en casa y rápidamente la cerró, dejando solo una ranura abierta. -Gracias otra vez por llevarme al partido. Te veré el lunes en la oficina.

Y sin más, la puerta se cerró. Pete se quedó en el porche durante un rato, sonriendo para sí mientras repasaba los acontecimientos del día. Después, se volvió y comenzó a bajar los escalones silbando alegremente. El día había sido un completo éxito. A Nora cada vez le resultaba más difícil disimular sus verdaderos sentimientos. Antes o después tendría que terminar el juego entre ellos.

CAPÍTULO 06

– Dios mío, ¿quién se ha muerto?

Nora miró el enorme ramo que había encima de su escritorio y se volvió hacia Ellie con el ceño fruncido. Había estado esperando la llegada del tribunal de la Inquisición desde que había llegado al trabajo, pero un fallo en un ordenador había mantenido ocupada a su amiga durante tocia la mañana. La verdad era que esperaba haber escondido las flores antes de que Ellie bajara, pero intentar esconder un ramo de aquel tamaño en su despacho era como intentar esconder un elefante en una tetera.

– No ha muerto nadie -contestó sombría.

– ¿Entonces a qué se deben esas flores? – preguntó Ellie mientras se sentaba. -Un ramo tan grande debe significar que has hecho algo espectacular ¿Quién te lo ha enviado?

– A lo mejor lo he comprado yo. He pensado que el despacho necesitaba una nota de alegría, así que…

– ¿Lo he hecho bien?

Ambas alzaron la cabeza y descubrieron a Pete en el marco de la puerta. Nora se levantó de un salto, ignorando la mirada confusa de su amiga. El corazón le dio un vuelco. ¿Cómo era posible que estuviera cada vez más atractivo? Sentía ganas de bailar, cantar y reír como una adolescente. Y al mismo tiempo, de desnudarse, arrojarse a sus brazos y suplicarle que hicieran el amor allí mismo.

– ¿Tú has enviado esto? -preguntó Ellie, sin poder disimular su incredulidad.

– Las he elegido yo mismo -respondió Pete sonriendo de oreja a oreja. -Lirios blancos y rosas rojas.

– Son preciosas -dijo Nora suavemente, acariciando un pétalo.

– Me han recordado a ti -dijo Pete. -Es un estudiado contraste: pureza y pasión.

Ellie tosió. Nora se volvió hacia su amiga y le dirigió una mirada de advertencia. Y si hubiera podido mostrarle el camino hacia la puerta de una forma remotamente educada, lo habría hecho sin dudar.

Pete le sonrió a Ellie.

– Pensé que después de nuestra primera cita sería un bonito detalle enviar unas flores. Y elegirlas yo mismo me ha parecido más romántico.

– ¿Primera cita? -preguntó Ellie.

A Nora se le paralizó la mano con la que estaba acariciando el lirio. ¿Así que eso formaba parte de sus malditas prácticas? Se maldijo en silencio. Una vez más, se había dejado atrapar por sus estúpidas fantasías.

– Muy romántico -murmuró, imprimiendo a su voz una fría indiferencia. -Pero no hacía falta que te gastaras el dinero. Habría bastado con que me comentaras tus planes.