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– Entonces no habrías podido disfrutar de las flores. Bueno dime, ¿estás ocupada a la hora de la comida? He pensado que podríamos tener otra clase. Necesito averiguar…

– ¿Una clase? -preguntó Ellie.

– ¿A la hora de la comida? -preguntó Nora. -No, no puedo -miró el reloj y rodeó el escritorio. -De hecho, ya llegamos tarde. Tenemos que salir ahora mismo -aganó a su amiga del brazo, la obligó a levantarse de la silla y se dirigió con ella hacia la puerta. -Gracias otra vez por las flores -le dijo a Pete.

En cuanto las puertas del ascensor se cerraron tras ellas, Nora se apoyó contra una de las paredes y cerró los ojos.

– Déjame ver si lo entiendo -dijo Ellie. -Has tenido una cita con Pete Beckett y él te ha enviado un ramo de flores. Y no un ramo cualquiera, sino uno bastante caro que evoca tu pasión y tu pureza. ¡Así que te has acostado otra vez con él!

– No -respondió Nora. -¿Es que no le has oído? Esto no tiene nada que ver con el romanticismo. Me ha enviado las flores para agradecerme nuestro ensayo de cita.

Ellie frunció el ceño y se frotó la frente.

– Llevo un año casada, pero me temo que eso es algo que me he perdido. Cuando comencé a salir con Sam, nuestras citas eran reales. ¿Cómo diablos se ensaya una cita?

– Después de nuestra clase de etiqueta del sábado, Pete me llevó a un partido de béisbol. Pero solo como amigos, porque Pete Beckett no lleva nunca a una mujer a un estadio.

– Pero te llevó a ti -replicó Ellie, cada vez más confusa. -¿Tú no eres una mujer?

– No para él. Al menos no una mujer con la que le gustaría tener una cita. Para él solo soy una amiga, una colega. Después, fingimos que teníamos una cita. Él quiere ensayar para cuando la encuentre -Nora se tensó y dijo con desdén-: a ella. ¡Estoy harta de oírle hablar de ella! Al fin y al cabo, ¿qué tiene esa mujer que no tenga yo? -el ascensor se detuvo y Nora salió sin molestarse en esperar la respuesta de Ellie. -Esto es horrible. Tengo que dejar de pensar en ella como si fuera otra persona. ¡Ella soy yo! ¡Yo soy ella! -ya era hora de que pusiera fin a aquella esquizofrenia.

La verdad era una opción que podría haber contemplado a la mañana siguiente de haberse acostado con él. Pero ya había pasado demasiado tiempo, ya había perdido demasiadas oportunidades para sincerarse. ¿Cómo podía decir a esas alturas la verdad sin quedar como una mentirosa?

Había hecho un pacto con el diablo a cambio de una noche de pasión y aquel era el precio que estaba pagando. Pete se había enamorado de la mujer equivocada y, si quería tener alguna oportunidad con él, tendría que demostrarle que Nora Pierce tenía mucho más que ofrecerle que aquella desconocida.

Y para terminar con todo aquello, elaboraría un plan. Un plan que tenía que funcionar.

Nora se volvió para explicárselo a Ellie, pero descubrió entonces que estaba sola en medio del vestíbulo. Su amiga continuaba dentro del ascensor.

– ¿No vienes?

– ¡No! No pienso dejar que me metas en otra vez en tus líos.

Con un suspiro de impaciencia, Nora retrocedió hasta el ascensor, agarró a Ellie del brazo y la obligó a salir.

– No te voy a pedir que te metas en ningún lío. Solo quiero pedirte que me escuches.

– No puedo -se lamentó Ellie, llevándose la mano a la sien.

– ¿Por qué?

– ¡Porque cada vez que te escucho me entra dolor de cabeza! -se derrumbó en uno de los bancos del vestíbulo. -Pete está enamorado de ti, bueno, de la otra tú. Pero lo que tú quieres es que se enamore de la mujer que está ahora mismo delante de mí -Ellie tomó aire. -Y después está la cuestión de las flores. ¿Por qué te las ha enviado a ti?

– ¿A quién le importa eso? La cuestión es que se me acaba de ocurrir un plan para deshacerme de esa otra mujer.

– Yo también. Te asesinaré y así me libraré de las dos.

– No puedes asesinarme -respondió Nora con una sonrisa, tirando de su amiga para que se levantara. -¿Quién sería entonces tu mejor amiga?

– Mira Nora, como no tengas cuidado, la única forma de salir de este lío va a ser que te vayas a Canadá y consigas una nueva identidad. Si yo estuviera en tu lugar, subiría ahora mismo a la oficina y le contaría a Pete la verdad.

– Te prometo que eso es lo que haré si mi plan no funciona.

– ¿Y qué plan es ese?

– Voy a conseguir que se enamore de mí. De mí tal como soy. Venga, te contaré los detalles.

Ellie la siguió con desgana.

– Será mejor que vayamos a un restaurante algo ruidoso.

– ¿Por qué?

– Porque así podré gritarte sin llamar la atención.

– No, si no vamos a comer -contestó Nora, cuando estaban ya en la calle. -Vamos a tu casa a por mi peluca.

Ellie se detuvo y apretó los puños.

– ¿Qué estás planeando? -preguntó, mirando a Nora con recelo. -No pretenderás que ella lo vea otra vez, ¿verdad?

Nora le pasó el portafolios que llevaba en la mano.

– Lee -le ordenó.

Ellie tomó el portafolios y leyó las cartas de lectoras que Nora había seleccionado aquella mañana. No iba a meterse en un lío como aquel sin una investigación previa. Al fin y al cabo, era Prudence Trueheart. Así que había pasado la noche intentando analizar objetivamente su situación y había trazado un plan con el que hacerle olvidar a Pete a la otra mujer.

– No lo entiendo -replicó Ellie. -¿Esto qué tiene que ver contigo?

Nora suspiró con impaciencia y continuó caminando, agarrando del brazo a su amiga.

– Es muy sencillo. Si algo sé sobre Pete Beckett, es que es el típico macho. Cuando se enfrente a una petición de compromiso, saldrá corriendo como si lo persiguiera el diablo. Mañana por la noche, voy a aparecer delante de su puerta y… -tomó aire, -le voy a decir que no volveremos a acostarnos hasta que sea capaz de comprometerse. Supongo que Pete me dirá entonces que siga mi camino y ella ya no tendrá que volver a aparecer.

– Y entonces estará libre y podrá enamorarse de ti.

– Exactamente. Ese es el plan -respondió con más convicción de la que realmente sentía.

Nora fijó la mirada en las gotas de lluvia que se deslizaban por el parabrisas del coche mientras intentaba reunir valor. Se colocó nerviosa la peluca.

– ¿Estás segura de que está en casa? -le preguntó Ellie.

Nora asintió, con la mirada fija en la puerta de Pete Beckett.

– ¿Qué piensas decirle?

– Solo lo que ya decidimos: que si quiere que tengamos algún tipo de relación, le voy a exigir un compromiso. Sé que funcionará. Estoy segura de que me pedirá que me vaya.

– Te esperaré en el coche.

– No -contestó Nora, mientras comenzaba a abrir la puerta. -Me iré en el tranvía. Hay una parada un poco más abajo.

– Pero está lloviendo. No me cuesta nada esperarte.

– Estaré bien -le aseguró Nora. Se colocó con firmeza la peluca y salió del coche. Ellie se despidió de ella dándole valor y se alejó lentamente de allí, dejando a su amiga en medio de la calle. Nora alzó la mirada hacia la casa de Pete. La luz se filtraba por las rendijas de las persianas y vio pasar una sombra. Le bastó ver la silueta de Pete para que le diera un vuelco el corazón.

Nora no estaba segura de cuánto tiempo permaneció allí, en medio de la lluvia, reuniendo valor y planificando lo que iba a decir. Pero si quería hacer algo, tenía que hacerlo antes de que comenzara a parecer un ratón empapado. Tomó aire, cruzó la calle y subió los escalones que conducían a su casa.

– No puedo creer que esté haciendo esto – musitó, mientras apretaba el timbre. -Debería ir a que me viera un psiquiatra.

La puerta se abrió casi al instante. Pete llevaba una camisa desabrochada y unos pantalones anchos.

– Eres tú -no había sorpresa en su voz y Nora tuvo la impresión de que esperaba que apareciera por su casa algún día. Aunque, a juzgar por su ropa, seguramente no en aquel momento.