– Sí, soy yo.
– He estado esperándote -dijo Pete, con una enigmática sonrisa. -Se apartó para dejarle pasar, pero Nora no estaba dispuesta a caer en la trampa por segunda vez.
– Solo he venido para decirte una cosa y puedo decírtela desde aquí.
Pete suspiró con impaciencia, la agarró del brazo y la obligó a entrar.
– Está lloviendo, entra, no seas tonta -cerró de un portazo y se colocó delante de ella, mirándola como un depredador a punto de abalanzarse sobre su presa. Nora retrocedió un paso.
– Yo… quería decirte., que no soy el tipo de mujer que se acuesta con cualquier hombre. Y, desde luego, menos en su primera cita.
– Estupendo -Pete se acercó a ella, -porque yo no soy cualquier hombre -le rodeó la cintura con el brazo. -¿Eso es todo?
– No, no -farfulló Nora, -hay algo más. También quiero que sepas que no estoy interesada en una relación… puramente sexual. Estoy buscando algo más permanente. Un compromiso. Quizá incluso el matrimonio.
Esperó su reacción, pensando que la echaría de allí inmediatamente. Aquel sería el fin. Un final rápido e indoloro.
Pero la primera pista que tuvo de que las cosas estaban saliendo al revés fue el beso que Pete le dio en el cuello. Y para cuando alcanzó el lóbulo de su oreja tras un tentador rodeo por su nuca, Nora concluyó que Pete no había oído una palabra de lo que le había dicho.
– ¡Estoy hablando en serio!
– Y yo -musitó Pete. -Supongo que deberíamos empezar por tu familia. Si vamos a casarnos, debería conocer a tus padres.
¿Casarse? Nora se deshizo de su abrazo y se sentó en la silla más cercana completamente estupefacta.
– Creo que no me has comprendido. Yo quiero un hombre que esté siempre a mi lado, que me mantenga. Un hombre que disfrute haciendo las cosas que yo hago. Que le guste cocinar, coser… -se felicitó a sí misma por aquella ocurrencia, ¡a ningún hombre le gustaba coser!
Pete se encogió de hombros y se acercó a ella.
– Estoy seguro de que en unos cuantos meses podré aprender todas esas cosas que te gustan.
Frustrada, Nora alzó la mano para impedir que continuara acercándose.
– ¡Espera! ¿Estás diciendo que estás de acuerdo con todo esto? ¿Con el compromiso, con conocer a mis padres y con estar conmigo durante el resto de mi vida?
Una sonrisa curvó los labios de Pete y Nora sintió una ya familiar debilidad en las rodillas.
– Llevo toda mi vida esperando a una mujer como tú.
– ¿Y de verdad quieres casarte conmigo? -le preguntó Nora, incrédula.
– En realidad, ahora mismo hay algo que me apetece mucho más. Como besarte.
Definitivamente, aquello no estaba saliendo tal como había planeado. Nora se levantó, intentando evitar sus labios. Si se movía rápidamente, podría alcanzar la puerta. Pero en cuestión de segundos, Pete la había agarrado por la cintura y estaba acercando su rostro peligrosamente al suyo. Resignada a los designios del destino, Nora comprendió que tendría que permitir que la besara una vez, solo una. E inmediatamente después se marcharía.
Pero al igual que el resto de sus planes, tampoco aquel funcionó.
La lenta y larga exploración de sus labios le hizo estremecerse de placer. Toda voluntad de resistirse desapareció para ser sustituida por el deseo de abandonarse en sus brazos. Jamás se cansaría de aquel hombre. El sabor de su boca era como el agua más dulce tras haber pasado días en el desierto y el roce de su mano como la brisa fresca.
Vacilante, acarició su pecho desnudo y sintió bajo las yemas de los dedos los latidos de su corazón. Allí estaba el hombre que deseaba, un hombre fuerte y completamente decidido a seducir. ¿Qué importancia tenía que ella no fuera la mujer que él pensaba que era?
– No -musitó Nora, sacudiendo la cabeza.
Aquello no estaba bien. Pete le pertenecía a ella, no a esa mujer que estaba fingiendo ser. Tenía que marcharse de allí antes de echarlo todo a perder. Pero Pete tomó sus manos y toda su resolución volvió a desvanecerse.
¿Qué garantías tenía de que Pete se enamorara de la verdadera Nora? Quizá aquella fuera su última oportunidad de experimentar la pasión con un hombre al que verdaderamente amaba. La emoción ahogaba el sentido común, nublaba su mente. ¿Por qué tendría que desearlo tanto?
– Yo… tengo que irme -gritó, volviéndose hacia la puerta.
Pero al instante volvía a estar entre sus brazos y Pete la besaba lenta y profundamente, haciéndole pensar que aquello era exactamente lo que ella quería, que aquel era el lugar al que pertenecía.
– Muy bien -murmuró Nora contra su boca. -De acuerdo, renuncio. Llévame a la cama. Pete rió suavemente.
– No tan rápidamente, cariño. Esta vez iremos lentamente -posó las manos en su cintura y las alzó lentamente hacia sus senos. Uno a uno, fue desabrochando los botones de su blusa hasta dejar la piel de su pecho al descubierto.
– Sabía que volverías -musitó.
Nora se sentía como si estuviera siendo absorbida por un remolino, como si se estuviera ahogando en un pozo de deseo en el que se diluían todas sus inhibiciones. Nora no tenía fuerza para luchar contra él y ni siquiera estaba segura de que quisiera hacerlo.
– ¿Cómo lo sabías? -preguntó Nora en un susurro.
– Sabía que no podrías olvidar la noche que pasamos juntos, al igual que no he podido olvidarla yo.
– Éramos dos desconocidos.
– Pero ya no lo somos. Te conozco y sé lo que deseas -susurró casi sin respiración. -Sé lo que te hace arder, lo que te gusta. Y lo que no sé, lo aprenderé esta noche. Y mañana por la noche, y la noche siguiente y…
Nora quería creer que tenían noches y noches por delante. Pero aquello jamás sucedería, por lo menos si le decía la verdad. Porque, si le decía la verdad, Pete jamás la perdonaría. Él no deseaba a Nora Pierce. Deseaba su fantasía, se había encaprichado de aquella sensual desconocida que habitaba sus sueños y lo hacía arder de deseo. Y ella estaba dispuesta a ser esa mujer aunque solo fuera durante una noche más.
– ¿Y qué es lo que a ti te gusta? -le preguntó, con voz temblorosa.
Pete le acarició el pezón con el pulgar, hasta que este se irguió.
– Lo único que tienes que hacer es acariciarme -le dijo.
Y Nora lo hizo. Deslizó las manos por sus hombros, por su pecho, por su vientre y por su cintura. Lo sentía estremecerse bajo sus manos, intrigada por su capacidad para despertar su deseo. Alentada por su respuesta, Nora deslizó un dedo por la cinturilla del pantalón y tiró hacia abajo. Pete posó la mano en el cuello de su blusa y la abrió para dejar su hombro al descubierto.
Mientras se despojaban de sus ropas parecían alejarse más y más de la realidad. La pasión los consumió lenta y metódicamente hasta que el mundo dejó de existir para ser sustituido por el deseo. Cuando ambos estuvieron completamente desnudos, Pete retrocedió un paso y deslizó la mirada por su cuerpo.
– Eres muy hermosa -musitó. -Sabía que lo serías.
Las mejillas de Nora estaban sonrojadas, pero no de vergüenza, sino de satisfacción. Sucediera lo que sucediera después de aquella noche, ella siempre recordaría aquella mirada, el placer que había visto en sus ojos. Alargó la mano para tomar la de Pete al tiempo que se deleitaba en la imagen de su cuerpo desnudo.
– Llévame a la cama -susurró.
Con un ronco gemido, Pete la estrechó contra él.
– Prométeme una cosa -le dijo, mirándola intensamente.
Nora pestañeó, confundida por aquel cambio de humor.
– ¿El qué?
– Los juegos. Se terminarán inmediatamente, ahora mismo, antes de que nos metamos en ese dormitorio.
Nora no estaba segura de lo que le estaba pidiendo exactamente, pero el deseo que latía en aquel momento entre ellos no era ningún juego. No, era real, poderoso, innegable. Y mientras
Pete siguiera deslizando las manos por su espalda, habría sido capaz de prometerle cualquier cosa. Asintió, a pesar de que era completamente consciente de que lo que estaban a punto de hacer era un error.