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Con un suave movimiento, Pete la levantó en brazos y ella le rodeó la cintura con las piernas. Mientras Pete caminaba hacia el dormitorio, Nora presionó el rostro de él contra sus senos y arqueó la espalda. Y cuando por fin llegaron a la cama, Pete se dejó caer suavemente y no permitió que Nora escapara, atrapándola bajo él con toda la fuerza de su cuerpo.

Nora se retorció hasta sentir el miembro de Pete rozando su húmedo sexo. Con una suave risa, Pete sacudió la cabeza.

– Despacio -susurró, mientras se inclinaba para lamerle un pezón, -despacio…

Pero no se detuvo allí. Con exquisito cuidado, comenzó una lenta exploración de su cuerpo con los labios y la lengua. Cada centímetro del cuerpo de Nora se convirtió en un nuevo territorio que debía ser saboreado antes de que Pete continuara el camino. Cuando llegó a su vientre, Nora apenas podía respirar y al sentir que bajaba un poco más, soltó un largo suspiro.

La impresión de su lengua invadiendo los más íntimos rincones de su cuerpo le hizo temblar. El fuego se extendía desde su vientre hasta las yemas de sus dedos. Con cada uno de los toques de su lengua, su cuerpo se abría, deseando encontrarse con el calor de su boca. Nora jamás había sentido un placer tan intenso, ningún hombre la había acariciado así. Vibraban todos sus nervios, anhelando el final de aquella tortura, esperando el momento de compartir con él el orgasmo final.

Hundió las manos en el pelo de Pete y gritó su nombre una y otra vez. Todos sus pensamientos se concentraban en sus labios, en su lengua, y en su cuerpo crecía la tensión y la necesidad de liberarse.

Sacudían su cuerpo olas y olas de placer, hasta que llegó un momento en el que creyó no ser capaz de seguir soportándolo. Pero Pete no se detuvo; al contrario, buscó la suave piel de detrás de sus rodillas y siguió descendiendo hasta el tobillo.

Cuando Nora volvió a abrir los ojos, lo descubrió tumbado a su lado. Pete le tendió un preservativo y Nora lo colocó sobre su sexo erguido con dedos temblorosos. A los pocos segundos, Pete estaba dentro de ella, llenándola de su calor. Mientras se movían, sus brazos y sus piernas se enredaban de tal manera, que Nora no habría podido decir dónde comenzaba su cuerpo y dónde terminaba el de Pete. Jamás había sentido un gozo tan puro. Nunca en su vida había sentido tanta emoción.

Con cada uno de sus movimientos, Pete parecía estar entregándole un pedazo de su alma. Y cuando la colocó sobre él, Nora descubrió sus propios sentimientos reflejados en los ojos de Pete. Aquello ya no era sexo. Pete Beckett estaba haciendo el amor con ella de una forma que iba mucho más allá de lo físico. Se tocaban más profundamente de lo que jamás habría podido imaginar. Con una sonrisa, Nora alcanzó su boca y deslizó un dedo por sus labios. Pete contestó con un suave susurro, cerrando los ojos mientras intentaba mantener el control.

Pero Nora quería hacerle sentir tan vulnerable como ella se sentía. Comenzó a moverse, lentamente al principio y más rápidamente a continuación. Pocos segundos después, Pete se arqueaba debajo de ella y gritaba de placer. Mientras lo observaba vaciarse en su interior, Nora sintió que escapaba de sus ojos una solitaria lágrima. Se la secó, enfadada consigo misma por haber cedido una vez más a aquel deseo que se había convertido en su debilidad.

Cuando Pete volvió a abrir los ojos, Nora se acurrucó contra él. Las lágrimas fluían sin cesar de sus ojos y dio media vuelta para que Pete no pudiera verla. Pete la abrazó con fuerza, estrechándola contra la curva de su regazo.

– No más juegos -susurró, -no más juegos.

Quizá, pensó Nora mientras lo oía, si cerraba los ojos y se dormía entre sus brazos, al día siguiente todo se habría solucionado.

Pero Nora sabía que aquello no iba a pasar. Por lo menos mientras continuara engañándolo; mientras Pete estuviera enamorado de una mujer mucho más excitante y apasionada de lo que ella misma podría llegar a ser nunca.

Cuando Pete se despertó a la mañana siguiente, Nora ya no estaba en la cama. A Pete no le sorprendió, pero sí lo desilusionó. Él creía que el fin del juego significaba el final de su mentira. Se colocó el brazo sobre los ojos, para protegerse de la luz de la mañana.

Había habido un momento en el que se había alegrado de poder continuar con aquel juego. Pero estaba deseando que terminara, que cayeran todas las barreras que los separaban. La noche anterior había hecho el amor con Nora Pierce y aquella mañana sus sentimientos hacia ella eran más fuertes que nunca. Lentamente, las dos mujeres que había en Nora se habían fundido en su mente: la amiga en la que podía confiar y la amante capaz de desarmarlo con el simple roce de su mano.

Pete dio media vuelta en la cama y enterró la cabeza en la almohada. La esencia de su perfume continuaba impregnando las sábanas. Él esperaba que se despertaran juntos e hicieran el amor con la misma pasión que habían compartido por la noche. Pero no podía ser tan impaciente. Por lo que a él concernía, Nora continuaba formando parte de su vida y estaba seguro de que serían muchas las mañanas que despertarían juntos.

Sonrió para sí, sorprendido con su propia convicción. El amor a primera vista siempre le había parecido imposible. Pero en cuanto había mirado a Nora a los ojos, algo en él había cambiado y, por primera vez en su vida, se había abierto a la posibilidad del amor.

Diablos, si incluso, de manera indirecta, le había pedido que se casara con él. Y aunque la proposición formara parte del juego, la verdad era que Pete no lo veía del todo imposible. El hombre que se casara con Nora Pierce disfrutaría de una vida llena de desafíos. Los días y las noches jamás serían aburridos. Rio para sí. Él podía ser ese hombre: leal, fuerte y sincero. ¿No había demostrado ya que podía ser todo lo que Nora deseara?

Pete deslizó la mano por el espacio que Nora había ocupado en su cama y su mente se inundó de imágenes de ellos dos haciendo el amor. Cerró los ojos y fue saboreándolas una a una. Se había acostado con muchas mujeres hermosas, pero Nora desafiaba cualquier intento de calificar su belleza. Era como si su cuerpo hubiera sido hecho para él. Todo encajaba tan…

Sus dedos encontraron un objeto extraño. Al principio, no fue consciente, pero de pronto se dio cuenta de que había un animal peludo en su cama. Maldiciendo en voz alta, se levantó de un salto, arrastrando la sábana con él. Allí, sobre la almohada, había un animal durmiendo. Pete lo observó durante un buen rato, pero el animal no se movía. No se parecía a ningún animal conocido. Era demasiado pequeño para ser un perro y demasiado peludo para ser un gato… Y al pensar en ello comprendió que no era ningún animal, sino la peluca de Nora.

Soltó una carcajada y se llevó la mano a la frente. El corazón todavía le latía violentamente por culpa del susto mientras se acercaba de nuevo a la cama para agarrar a aquella extraña «criatura». La sostuvo en la mano y acarició sus mechones. Pero despertarse junto a la peluca de Nora no era en absoluto tan satisfactorio como levantarse a su lado. De modo que dejó la peluca en la mesilla de noche y se dirigió hacia el baño.

Mientras se duchaba, su cerebro reproducía las imágenes de cuanto había vivido con Nora. La veía de su mano en el estadio, dejando que la brisa meciera su pelo o mirándolo con aquella tentadora muestra de vulnerabilidad y pasión. Era imposible negar que aquella mujer lo había cautivado por completo.

Pete permaneció bajo la ducha hasta que el agua comenzó a enfriarse, cerró entonces el grifo y se envolvió en una toalla. Estaba en medio del baño, secándose la cabeza, cuando oyó un grito tras él.

– ¡Cuidado, me voy a caer!

Pete se volvió rápidamente al oír aquella voz.

– ¿Nora?

Pero no había nadie en el baño.