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– ¿Te importaría decirme lo que estás haciendo? -le preguntó Stuart.

– Ya casi estoy dentro. Unos centímetros más y…

Sintió que la agarraban del tobillo y tiraban de ella en dirección contraria.

– ¡Stuart, para, ya casi estoy! -extendió los codos, aferrándose al interior de la ventana para impedir que la bajara. Pero Stuart empujaba cada vez más fuerte. Al final, ya no pudo resistirlo más, estiró los brazos y se deslizó hacia abajo, cayendo encima de él.

Con un sonoro juramento, Nora se apartó el pelo de los ojos y fulminó con la mirada al hombre que tenía debajo de ella. Pero no era Stuart el tipo sobre el que estaba sentada, sino un policía de San Francisco.

Nora se levantó al instante.

– Oh -le tendió la mano para ayudarlo a incorporarse. -Oh, Dios mío, lo siento, pensaba que era… -no, eso no lo debía hacer. No podía implicar a Stuart y a Ellie en aquel desastre. Se arriesgó a mirar al otro lado de la calle y comprobó aliviada que el coche de Ellie ya no estaba.

Nora tomó la gorra del policía del suelo y la sacudió frenéticamente, intentando que recuperara su forma.

– Ya sé que esto tiene muy mala pinta, pero conozco a la persona que vive aquí.

– ¿Ah, sí? -preguntó el policía, indiferente a sus sonrisas de disculpa.

Nora miró la placa que llevaba el policía sobre el bolsillo de la camisa.

– Señor McNally -le tendió la mano nerviosa, -es un placer conocerlo -el policía miró la mano que le tendía y a continuación fijó en Nora una mirada que podría haber partido el granito. -Me parece que no se puede considerar que sea un allanamiento de morada si se conoce al propietario. Además, yo solo quería entrar para poder recuperar algo que es mío.

– ¿Ah, sí?

– Quiero decir… no puede sospechar que haya intentado infringir la ley. Al fin y al cabo yo soy… -las palabras murieron en su garganta. ¿Prudence Trueheart? Sopesó los posibles beneficios de revelarle al policía su identidad, pero no podía involucrar a Prudence Trueheart en un delito.

McNally sacó una libreta de su bolsillo.

– ¿Nombre?

– Ah… Nora Pierce.

– ¿Y qué era lo que pretendía robar?

Nora se preguntó si aquel sería el momento adecuado para pedir un abogado. ¿Su respuesta podría ser considerada una confesión? Pero estaba segura de que, si conseguía explicarse con claridad, el policía la comprendería.

– Mi peluca. Una peluca oscura, de pelo largo. Es muy bonita.

– Y cuando encontrara la peluca, ¿tras qué otra cosa iría? ¿Dinero? Joyas? ¿Un ordenador? ¿O quizá un televisor?

– Claro que no. ¿Qué sentido tiene que traiga aquí mi televisor para luego llevármelo? En primer lugar, pesa demasiado y además, él ya tiene televisión -Nora tomó aire. -Si me deja entrar y recuperar mi peluca, le prometo que me iré inmediatamente de aquí.

– Creo que será mejor que me acompañe a la comisaría -el policía sacó sus esposas del bolsillo trasero. -Si me acompaña, no tendremos que usar esto.

– Dios mío -musitó Nora aterrada, -la prensa… Esto saldrá en todos los periódicos -agarró a McNally de la manga. -No puedo ser arrestada, perdería mi trabajo…

– Eso debería haberlo pensado antes de subirse a esa ventana, señora.

Pete se reclinó en la silla y colocó los pies encima del escritorio. Le tiró una pelota de béisbol a Sam y la recogió cuando Sam se la tiró.

– Todo ocurrió tan rápidamente -musitó. -En un minuto, estaba en la puerta de mi casa, con aquella peluca, y al siguiente, estábamos los dos desnudos y en la cama. Cuando me he despertado, la peluca era todo lo que quedaba de ella. Se fue a escondidas en medio de la noche, aunque por lo menos esta vez ha esperado a que me quedara dormido.

Sam se inclinó hacia adelante y tomó la peluca.

– Ellie trajo esta misma peluca a casa la otra noche. Siempre me ha gustado Xana, así que pensó… Bueno, la verdad es que lo pasamos bien -sonrió de oreja a oreja. -¿Entonces debo suponer que ya se han aclarado las cosas entre vosotros?

– Esta vez el juego ha terminado -respondió Pete, -aunque en unas condiciones un tanto extrañas. Antes de volver a acostarnos, ella quería un compromiso. Ya sabes, conocer a sus padres, citas en exclusiva y comenzar a pensar en el matrimonio.

– ¿Y qué le dijiste?

– Le pedí que se casara conmigo.

– ¿Le pediste a Prudence Trueheart que fuera tu esposa?

– A Nora Pierce -le corrigió. -Se lo pedí a Nora Pierce.

– Pero solo estabas bromeando, ¿verdad?

– Formaba parte del juego, o al menos así lo imaginé yo. Pero cuanto más pienso en ello, más consciente soy de que quiero que esa mujer forme parte de mi vida. Permanentemente. Y si hace falta participar en estúpidos juegos y dejarse engañar por esas pelucas, estoy dispuesto a hacerlo.

– ¿Por qué se ponía esa peluca?

– No lo sé, cuando la vea, pienso preguntárselo -se levantó, se asomó a la puerta y miró hacia el despacho de Nora. -Va a llegar tarde -comentó, antes de volver a sentarse.

– Quizá esté sexualmente reprimida -aventuró Sam. -Ya sabes, no puede hacerlo si no lleva esa peluca puesta…

– Créeme, no lo está -repuso Pete sin vacilar. -Y aunque lo estuviera, no me importaría. La quiero tal como es.

Permanecieron en silencio durante un buen rato. Aunque no era la primera vez que lo decía, Pete acababa de darse cuenta del impacto de aquella declaración: se había enamorado de Nora Pierce.

– Sé que parece una tontería -continuó diciendo. -Apenas nos conocemos. Y teniendo en cuenta mi reputación, ya sé que…

– No es ninguna tontería -repuso Sam. -En cuanto conocí a Ellie, supe que quería casarme con ella. Es algo que a veces ocurre.

– ¿Y si Nora no siente lo mismo? -preguntó Pete. -Nunca he sido rechazado por una mujer. -¿Nunca?

– No que yo recuerde.

Ambos consideraron en silencio las implicaciones de la historia de Pete con las mujeres. Pero el silencio fue roto por la brusca irrupción de Ellie en el despacho. Sam se levantó de un salto y la miró preocupado.

Ellie alzó la mano y comenzó a hablar apenas sin respiración.

– No podía esperar al ascensor… He tenido que subir por las escaleras… Nora estaba por la ventana cuando ha venido un policía.

Pete se levantó de un salto y cruzó el despacho.

– ¿Qué le ha pasado a Nora? ¿Ha tenido un accidente?

– Una accidente no: la han detenido.

– ¿Qué han detenido a Nora? ¿Cuándo? ¿Por qué?

Ellie tragó saliva, intentó contener las lágrimas y asintió.

– La han atrapado cuando estaba entrando por la ventana de tu baño. La han detenido por allanamiento de morada.

– ¿Te ha llamado por teléfono? -preguntó Sam.

– No, yo estaba allí. La he llevado en coche. Y Stuart estaba ayudándola a meterse por la ventana. Cuando hemos visto al policía, nos hemos ido. La hemos dejado… -volvió a tomar aire, -colgando.

– ¿Y por qué quería meterse en mi casa? – preguntó Pete.

– Ella quería… Tenía que conseguir-se interrumpió, frunció el ceño y se llevó la mano al pecho, intentando no perder la compostura. -Me niego a contestar nada que pueda incriminar a mi amiga.

Pete tomó la peluca y se la mostró a Ellie.

– ¿Era esto lo que buscaba?

Ellie asintió, mordiéndose el labio.

– ¿Y para qué tenía que entrar? Podía haberme llamado para que se la trajera a la oficina.

– ¿Entonces sabes que es suya? -preguntó Ellie.

– Por supuesto. ¿Por qué no iba a saberlo? Se la dejó anoche en mi casa.