– ¿Y lo has sabido durante todo este tiempo?
– Tendría que haber sido ciego, sordo y completamente estúpido para no saberlo.
– ¡Oh, esto es realmente terrible! -gimió Ellie.
– Todo formaba parte del juego -comentó Pete. -Ella fingía ser una desconocida y yo fingía no conocerla.
– El problema es que Nora estaba jugando con unas reglas diferentes. Ella tenía la impresión de que tú no sabías quién era, y piensa que tú estás enamorado de esa otra mujer.
– Estoy enamorado de ella -dijo Pete. -De las dos.
Ellie sonrió.
– Oh -suspiró. -Es tan romántico… Pete tomó la chaqueta que había dejado colgada en el pomo de la puerta.
– Será mejor que vaya a rescatarla. Supongo que la habrán llevado a la comisaría central -antes de salir, se detuvo en el marco de la puerta. -¿De verdad pensaba que no la había reconocido? -sacudió la cabeza. -Vaya, esto promete ser verdaderamente interesante.
– ¿Qué estoy haciendo aquí? -Nora se dejó caer en un frío banco de metal y fijó la mirada en el suelo.
– ¿Es la primera vez que te encierran, cariño?
Nora asintió a la mujer que estaba sentada a su lado en la celda; una de las muchas que ocupaba aquel pequeño espacio. Al igual que las demás, llevaba la ropa interior al descubierto.
– Ha sido un malentendido.
Su compañera de celda sonrió compasiva.
– Hombres. No podemos vivir con ellos y tampoco sin ellos.
Nora alzó la mirada, ansiosa por corregirla.
– Oh, no, yo no… bueno, quiero decir que yo no… Ya sabes.
– Querida, ninguna de nosotras lo somos. Todas somos víctimas de equivocaciones. Pero déjame darte un pequeño consejo: cuando ellos te pregunten por el dinero, tú diles que estás haciendo una colecta benéfica.
Nora sonrió y volvió a bajar la mirada. Si alguien le hubiera dicho unas semanas atrás que iba a pasar un día encerrada en una celda junto a unas cuantas prostitutas, se hubiera echado a reír. Pero lo que pretendía ser una simple aventura de una noche, había terminado convirtiéndose en una detención. Y todo por culpa de Pete, por ser tan dulce, tan atractivo y tan irresistible.
– Hombres -repitió Nora, con un suspiro.
– ¿Cómo te llamas, cariño? Yo soy Dulce Cherry, pero mi nombre real es Carol Ann Parker. Soy de Tulsa -miró a Nora un momento. -¿Estás segura de que esta es la primera vez? Tu cara me resulta familiar. ¿Has trabajado alguna vez en el Tenderloin?
– Oh, no. Yo no, bueno, yo no… ya sabes.
Carol Ann le palmeó cariñosamente la mano.
– Ninguna de nosotras lo somos. Y con una cara como la tuya, cariño, seguro que alguien termina creyéndote -se interrumpió y frunció el ceño. -¿Sabes? Yo nunca olvido una cara. No serás policía, ¿verdad?
– Estoy segura de que no nos conocemos – insistió Nora.
Se hizo un largo silencio entre ellas.
– Espera un segundo -repuso Carol Ann con expresión radiante. -Ya sé de qué te conozco. Eres Prudence Trueheart. ¡Eh, chicas, mirad a quién tenemos aquí! ¡Es Prudence Trueheart!
Nora palideció y sacudió la cabeza con vehemencia.
– No, no soy yo. Solo me parezco.
– ¡Prudence Trueheart! -gritó otra. -Te leo todos los días.
– Tu columna me encanta -añadió una tercera. -Pero estás más guapa así que en la foto.
– ¿Te inventas esas cartas, o son de gente real?
Antes de que hubiera podido volver a protestar, todas las detenidas de la celda estaban a su alrededor, parloteando encantadas.
– Chss -Nora les pidió silencio. -Soy Prudence, es cierto, pero estoy aquí con otra identidad. Así que no podéis decirle a nadie que he estado a aquí o me descubriríais.
– ¿Entonces vas a escribir una columna especial sobre las trabajadoras del sexo? -preguntó Carol Ann. -Todas nostras tenemos historias muy interesantes que contar. Como Lily, que estuvo con un banquero de Duluth al que le gustaba que le cubrieran el cuerpo de…
En ese momento, una funcionaría se asomó a la celda y susurró entre dientes:
– Nora Pierce.
Nora se levantó de un salto.
– Sí, esa soy yo -corrió hacia la puerta. -Estoy lista para irme. ¿Puedo salir ya? Por favor, dígame que puedo irme.
La funcionaría abrió la puerta y se echó a un lado. Nora se volvió y descubrió a sus compañeras de cautiverio despidiéndola con entusiasmo. Tras dirigirles una sonrisa, Nora salió corriendo. La funcionaría la condujo hacia una puerta con una interrogación en la puerta.
– Espere aquí dentro -le ordenó.
En la habitación había únicamente una mesa y tres sillas. Una de las paredes estaba cubierta por un espejo y Nora asumió que alguien estaba observándola al otro lado, de modo que, rápidamente, se sentó, cruzó las manos y adoptó un gesto contrito.
Observaba el reloj que había encima de la puerta, contando cada minuto. Pasaron catorce y aquella expresión contrita amenazaba con provocarle una parálisis facial. Para su alivio, la puerta se abrió en el minuto diecisiete. Nora se volvió, dispuesta a demostrar su inocencia. Abrió la boca para a comenzar a disculparse, pero la cerró de golpe.
– ¿Qué…? Oh, no, ¿qué estás haciendo tú aquí?
En tres grandes zancadas, Pete cruzó la habitación. Nora se levantó con piernas temblorosas. Él rodeó la mesa, le enmarcó el rostro con las manos y la besó. Nora debería haberse mostrado sorprendida u ofendida. Pero al ver a Pete se había sentido tan aliviada… Y besarlo era tan maravilloso.
– ¿Estás bien? -musitó Pete contra sus labios. -Caramba, Nora, ¿en qué estabas pensando?
Nora tragó saliva e intentó mantener sus hormonas bajo control.
– ¿Cómo te has enterado de que estaba aquí?
– Me lo dijo Ellie. Vino llorando a la oficina. Estaba terriblemente preocupada.
– ¿Y qué es lo que te dijo exactamente?
Pete se metió en la mano en el bolsillo de la chaqueta.
– Dijo que querías entrar en mi casa para recuperar esto -sacó la peluca y la colocó encima de la mesa.
Nora abrió los ojos como platos. Si le hubiera tirado un pescado podrido en el regazo no se habría sentido más mortificada. Pete sabía que la peluca era suya. Y si sabía que la peluca era suya, sabía también que… Oh, Dios, ¡lo sabía todo! Intentó hablar, pero no era capaz de pronunciar palabra.
– Te la dejaste en la cama -le explicó Pete. -La he llevado a la oficina. Si estabas tan preocupada por ella, podrías haberme llamado para pedírmela.
– Tú… ¿tú lo sabías? -preguntó Nora con un hilo de voz. Pete sonrió.
– Claro que lo sabía -la miró fijamente. -Ellie dice que pensabas que no lo sabía. Nora, lo sabía desde que te vi sentada en el Vic. Y di por sentado que tú pensabas que lo sabía. Creía que todo formaba parte del juego.
A Nora le daba vueltas la cabeza por el impacto de aquella revelación. ¡Lo había sabido durante todo el tiempo! La primera vez que la había besado, la primera vez que había hecho el amor con ella. Cada una de sus palabras, de sus caricias, habían ido expresamente dirigidas a ella. Pete no había hecho el amor con una mujer misteriosa: había hecho el amor con Nora Pierce.
– Nos hemos acostado dos veces…
– Lo sé, y ha sido maravilloso.
– No lo comprendes -continuó diciendo Nora, sacudiendo la cabeza. -Te acostaste conmigo, no con ella. No con una desconocida a la que encontraste en un bar, sino conmigo. ¿Cómo has podido acostarte conmigo?
Pete la miró confundido.
– Tú también estabas allí. Creo que está bastante claro cómo ocurrió todo.
– ¡Pero se suponía que tú no tenías que saber que era yo! ¿Por qué no dijiste nada?
– El disfraz, el sexo entre desconocidos. Era todo tan excitante… Además, era tu juego. Se suponía que eras tú la que tenía que decirme cuando había terminado.
Nora gimió y enterró el rostro entre las manos.