Выбрать главу

– No pretendía que las cosas fueran tan lejos -susurró, y alzó la mirada. -Se suponía que solo tenía que ser una aventura de una noche. Solo quería coquetear un poco, pero entonces… -tomó aire. -Esto no tenía que haber sucedido. Todo ha sido una locura, un error. Por Dios, ¡soy Prudence Trueheart! Debería haberme dado cuenta de lo que estaba haciendo. Lo siento, Pete, yo no soy esa mujer. No soy la mujer a la que quieres.

Pete la estrechó entre sus brazos.

– Eres exactamente lo que quiero. Y lo que necesito.

– No. Yo solo estaba fingiendo -sin la peluca y el maquillaje, jamás habría podido olvidarse de sus inhibiciones y haberse entregado a la pasión. -Yo… creo que deberías irte.

– No voy a ir a ninguna parte, Nora.

– Trabajamos juntos, sería un error que esto continuara.

Pete no contestó, se volvió y comenzó a pasear nervioso por la habitación.

– No -repitió. -No vas a acabar con lo nuestro solo porque trabajemos juntos -se volvió hacia ella. -¿Cómo diablos podías creer que no lo sabía? -cruzó la habitación y tomó sus manos. -El juego ha terminado, ¿y qué? Eso no cambia lo que siento por ti.

– Tú no me quieres a mí, Pete, la quieres a ella.

– No hay ninguna diferencia, Nora, ya no. Tú eres ella. Sois la misma persona. Tú deseas esto tanto como yo.

– No lo comprendes, yo no soy excitante, ni misteriosa, ni apasionada -lo miró a los ojos con expresión desafiante y vulnerable a la vez. -Yo soy Prudence Trueheart, una mujer sencilla y vulgar. Y algún día te darás cuenta de que lo que hemos compartido es solo una ilusión, una fantasía.

– Las fantasías pueden llegar a hacerse realidad. La nuestra ya lo ha hecho.

Nora miró nerviosa hacia la puerta.

– Será mejor que te vayas. Pronto tendrán que interrogarme.

Pete sacudió la cabeza.

– No te van a interrogar. Le he explicado todo al policía que te detuvo y me ha dicho que puedes irte a casa. Aunque será mejor que salgamos por la puerta trasera. Cuando he llegado, había algunos periodistas fuera.

– No estaría bien que me vieran contigo – respondió inmediatamente Nora. -Se consideraría poco profesional que hubiera algo entre nosotros.

– ¡Maldita sea Nora! No voy a renunciar a ti solo porque trabajemos juntos. Esa es la excusa más pobre que he oído en toda mi vida. Diablos, mira a Sam y a Ellie.

– Yo no soy Ellie. Y, desde luego, tú no eres Sam.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Sam quiere a Ellie exactamente por lo que es. Y tú, sin embargo, quieres una fantasía, buscas el misterio de una mujer desconocida. Si continuamos, dentro de una semana ya te habrás aburrido.

– Podemos probar-la desafió Pete.

– No -replicó Nora. -No quiero confiar en ti. Y no puedo confiar en mí cuando estoy cerca de ti. Creo que… creo que lo mejor será que nos mantengamos lejos el uno del otro. Necesito tiempo para pensar, para deshacer todo este lío.

Pete suspiró.

– De acuerdo. Tómate algún tiempo. Pero eso no va a cambiar lo que sientes. Sé que me deseas tanto como yo -tomó la chaqueta de Nora y se la colocó por los hombros. -Vamos, te llevaré a casa. Quizá después de una noche de sueño veas las cosas de manera diferente.

– Esto ha sido un error que he cometido yo -respondió ella, mientras terminaba de ponerse la chaqueta- y lo solucionaré sola también. Así que volveré por mis propios medios a mi casa.

Pete la tomó por los hombros y la obligó a volverse hacia él.

– ¡Estoy cansado de que te refieras a los momentos que hemos pasado juntos como un error!

– El sexo no es amor -le espetó Nora. -Se lo digo constantemente a mis lectoras. Y tú deberías saberlo mejor que nadie. ¿O acaso amas a todas las mujeres con las que te acuestas? – Nora inclinó la cabeza. -Vete, Y déjame sola.

Pete permaneció en silencio durante lo que a Nora le pareció una eternidad. A continuación, se volvió lentamente y se dirigió hacia la puerta. Nora estuvo a punto de gritar su nombre, pero luchó con fuerza para contener aquel impulso. Era demasiado fácil olvidar todo lo que Pete era y representaba…

¿Cómo podía haber dejado que la pasión y el deseo dominaran al sentido común? Nora no había hecho nada para proteger su corazón. Su intuición le decía que terminara, que Pete podía hacerla sufrir. Pero él no le había hecho ningún daño, había sido ella la responsable de su propio sufrimiento.

Aun así, ni siquiera a través del dolor y el remordimiento, podía dejar de desearlo, de amarlo. Día tras día, había aconsejado a sus lectoras que se mantuvieran fieles a ellas mismas. Y ella había hecho exactamente lo contrario: convertirse en otra mujer para poder seducir a un hombre.

– Yo no soy ella -repitió, mientras la puerta se cerraba detrás de Pete. -Y nunca lo seré.

Esperó algunos minutos antes de abandonar aquella sala. Mientras caminaba por la comisaría, nadie pareció advertir su presencia. Si hubiera sido una delincuente, le habría resultado fácil escapar. Cuando llegó a la puerta, la empujó para salir y, desde luego, no estaba en absoluto preparada para el recibimiento con el que se encontró.

Aparecieron frente a ella decenas de micrófonos y flashes. Muy cerca de ella, giró una cámara de televisión. Nora pestañeó, intentando ver a través de las luces que cegaban sus ojos. En un primer momento, pensó que la presencia de los periodistas se debía a otra persona. Pero entonces le lanzaron la primera pregunta:

– Señora Pierce, ¿qué buscaba en el apartamento de Pete Beckett?

– Eh, Prudence, ¿es cierto que Beckett y tú tenéis un romance secreto?

– ¡Nora! ¿Te acusan de allanamiento de morada?

Nora alzó las manos para proteger su rostro de las cámaras e intentó abrirse camino entre la multitud. Pero los periodistas no la dejaban moverse. Empezó a gritar, asustada y frustrada, frenética por escapar.

De pronto apareció Pete, le rodeó los hombros con el brazo y la llevó hasta la otra acera. Los periodistas empezaron a seguirlos, pero Pete la agarró de la mano y corrió hacia su Mustang. En cuanto Nora estuvo dentro, cerró de un portazo y se sentó al volante.

– Lo siento -dijo mientras ponía el coche en marcha. -Había visto a los periodistas del Chronicle, pero no me imaginé que estaban esperándote a ti.

– Gracias… por salvarme -musitó Nora. Pete alargó el brazo y le apartó un mechón de pelo de la frente.

– Sé que no tienes ningún motivo para creerme, especialmente considerando mi dudosa reputación con las mujeres. Tienes razón, no he amado a ninguna de las mujeres con las que me he acostado. Hasta que te conocí a ti -suspiró. -Tengo que ser sincero, Nora. Si tuviera oportunidad, no habría querido que las cosas fueran diferentes. Hemos empezado de una forma poco convencional, ¿y qué? Eso no significa que todo lo que ahora siga tenga que ser igual.

Nora se aferró a la manilla de la puerta.

– Tengo que irme. Iré andando desde aquí.

Pete le tomó la mano.

– Por favor, yo… -se llevó la mano a los labios. -Escucha, es posible que este no sea ni el momento ni el lugar más adecuado. Y quizá ni siquiera me creas, pero es cierto -tomó aire-; estoy enamorado de ti, Nora. No sé cómo ni por qué ha sucedido tan rápidamente, pero ha ocurrido. Cuando he visto a todos esos periodistas rodeándote, en lo único en lo que he pensado ha sido en ponerte a salvo. Quiero estar siempre a tu lado, cuidarte y hacerte feliz…

– Pete, yo…

– En realidad no me importa lo que sientas por mí -continuó. -Bueno, quizá sí, pero eso no cambia lo que siento yo por ti. Lo creas o no, te amo: amo a la mujer que tengo a mi lado, y también a la de la peluca negra. Y a Prudence Trueheart. Para mí, las tres son las mismas. Las tres juntas son la mujer que necesito.

Nora sintió que las lágrimas comenzaban a rodar por sus ojos. Quería creerle, quería rendir se a sus sentimientos, pero ya no era capaz cié fiarse siquiera de sí misma. Necesitaba estar sola, necesitaba tiempo para ver las cosas con cierta perspectiva.