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– Yo… tengo que irme, de verdad.

Y sin más, abrió la puerta del coche y se marchó corriendo por la acera. Mientras se alejaba llorando, pensaba en las veces que había advertido a sus lectoras de las trágicas consecuencias de una noche de placer. En las esperanzas rotas y en las duras recriminaciones. Jamás había sospechado que podía verse inmersa en medio de un drama como aquel. Pero lo estaba. Y aquella experiencia la había convertido en un amasijo de dudas e inseguridades, la había hecho incapaz de distinguir el deseo de los verdaderos sentimientos. ¿De verdad amaba a Pete, o simplemente lo deseaba? ¿Cómo podría llegar a creer que Pete Beckett la amaba?

Y lo más importante, ¿cómo podría soportarlo cuando él finalmente comprendiera que en realidad no la quería?

CAPÍTULO 08

– Sencillamente, no me lo puedo creer. ¡Mi hija detenida! Y la noticia aparece en primera plana -Celeste caminaba nerviosa por el pequeño salón de Nora. Esta la observaba desde el sofá. Estaba todavía en bata y zapatillas y sostenía una taza de manzanilla entre las manos.

No había dormido nada la noche anterior y había llamado a la oficina a primera hora de la mañana para decir que se quedaría trabajando en casa. Nora se frotó los ojos y tomó la edición de la mañana del Chronicle.

– No sale en primera plana, mamá. Sale en la página doce, son solo tres párrafos y una foto diminuta. Nadie se dará cuenta.

Al menos no hasta que la prensa amarilla llegara a los quioscos. Al fin y al cabo, no había nada más divertido que la caída de una mujer tan santurrona como Prudence Trueheart. La única buena noticia era que El Herald no había cubierto su desgracia.

Miró fijamente la foto. Era una instantánea hecha en el momento que Pete había aparecido a su lado para ayudarla a salir. Este le pasaba un brazo por los hombros con gesto protector y miraba a su alrededor con expresión fiera. Nora tenía la cara parcialmente escondida en su pecho, pero era evidente que era ella la protagonista de la foto.

Nora deslizó un dedo por la imagen de Pete y sonrió sin darse cuenta. Se había pasado la noche pensando en lo que le había dicho, intentando creer que era verdad. Pete Beckett enamorado de ella. Cada vez que aquella idea se le pasaba por la cabeza, sentía resurgir tímidamente la esperanza. Pero el sentido común ahogaba rápidamente la emoción y se decía que Pete todavía no podía saber lo que realmente sentía.

Todavía continuaba atrapado en el misterio, en los placeres prohibidos compartidos con una desconocida. Una desconocida apasionada y sin prejuicios. Nora frunció el ceño, una idea comenzaba a cobrar forma en su agotado cerebro: Pete había dicho que había sabido quién era ella desde que la había visto en el Vic. En ese caso, en realidad no había hecho el amor con una desconocida. Simplemente, había fingido que estaba haciendo el amor con una desconocida. Rápidamente, descartó aquel pensamiento.

– Pronto se acallará todo -comentó, dejando el periódico sobre la mesa.

Celeste se abanicó con su agenda y se llevó la mano al pecho.

– He estado contestando el teléfono toda la mañana. Y supongo que sabes cómo nos afecta tu conducta a tu padre y a mí. Todo esto nos arruinará socialmente, Nora. Nos echarán del club. Y… y la gente se negará a venir a mi fiesta de recaudación de fondos para la ópera. Dios mío, ¡somos padres de una delincuente!

Nora gimió, tomó un cojín y lo abrazó con fuerza.

– Por favor, ¿no te parece que te estás poniendo un poco melodramática? Solo he intentado entrar en una casa y ni siquiera me acusaron de nada.

– En ese caso, ¿por qué aparece la noticia en el periódico?

– Porque soy Prudence Trueheart. El más mínimo error en mi conducta se considera noticia. Además, han bajado sus ventas por culpa de El Herald y supongo que me consideran parcialmente culpable de ello. Quizá quieran arruinar mi reputación.

Celeste la miró con los ojos entrecerrados.

– Sabía que este trabajo te traería problemas desde el momento en que lo aceptaste. Periodista, ¿qué clase de profesión es esa para una joven de buena familia? Y además, ¿cómo se te ocurrió meterte en casa de ese hombre?

– En realidad lo único que quería era recuperar una cosa que me había dejado. En cuanto todo se aclaró…

– ¿Una cosa que te habías dejado? ¿Y qué puedes haberte dejado en casa de un desconocido? ¿Y quién es ese Pete Beckett que aparece en la foto contigo?

– Solo es un hombre -musitó Nora, mientras sus pensamientos volaban nuevamente hacia él. -¡Ya está bien! -murmuró para sí, llevándose los dedos a la sien e intentando borrar su imagen de su cerebro.

– No pienso parar -la contradijo Celeste. -Soy tu madre y tengo derecho a decirte lo que quiera.

Nora suspiró.

– No estaba hablando contigo. Estaba hablando conmigo misma.

– ¿Y bien? ¿Quién es ese hombre?

¿Por qué molestarse en ocultarlo?, reflexionó Nora. Quizá hubiera llegado el momento de que Celeste Pierce se diera cuenta de que su hija tenía su propia vida. Tenía necesidades, deseos, pasiones. Y el cómo intentara satisfacerlos era algo que le concernía únicamente a ella.

– En realidad, mamá, había pasado la noche con él. Él no sabía quién era yo, o por lo menos eso era lo que yo pensaba. Iba disfrazada, llevaba una peluca… y me la dejé en su cama.

– No juegues conmigo -le advirtió su madre. -Contándome esas tonterías no vas evitar del escándalo. Además, ya sabes que yo no tengo sentido del humor.

Nora dio un sorbo a su té, mirando a Celeste por encima del borde de la taza.

– Deberías estar contenta, mamá. Por lo menos no han contado lo que de verdad pasó.

Llamaron a la puerta y Nora se levantó para abrir, pensando que sería Stuart, ansioso por dar su opinión. Pero no era él el que estaba esperando al otro lado de la puerta.

– Señor Sterling -gritó Nora, cerrándose con fuerza la bata. -¿Qué está haciendo aquí?

– Señorita Pierce. He pasado por su despacho y su secretaria me ha dicho que hoy se iba a quedar a trabajar en casa. Supongo que es lo mejor, puesto que lo que tengo que decirle es algo muy delicado.

– Por favor, entre.

Su jefe no se movió de la puerta.

– Creo que será mejor que no me ande con rodeos.

Nora sintió un nudo en el estómago. La expresión de Sterling, normalmente amistosa, era absolutamente fría e impersonal.

– ¿Ha leído el Chronicle. -le preguntó Nora.

Sterling asintió.

– Y también nuestros abogados. Esta mañana me han informado de que ha violado su contrato. Las cláusulas sobre actitud moral prohíben estrictamente cualquier actividad delictiva.

– Pero al final no me han acusado de nada. Todo ha sido un malentendido.

– La clase de malentendido que podríamos tolerar en Nora Pierce, pero no en Prudence Trueheart. Para resumir, me temo que tendremos que dar por terminado su contrato.

– ¿Me está despidiendo? -preguntó Nora, estupefacta.

Celeste se acercó a la puerta, sonriendo disimuladamente.

– La está despidiendo. ¡Gracias a Dios! Por lo menos ha salido algo bueno de todo esto. Nora, ¿no vas a presentarnos?

Nora fulminó a su madre con la mirada.

– Tú no te metas en esto -le advirtió.

– Continuaremos publicando columnas antiguas hasta que contratemos a su sustituía -continuó diciendo Sterling. -Por supuesto, no diremos que la hemos despedido. Eso sería mala publicidad. Diremos que ha renunciado a su trabajo. Y si se mantiene en silencio, le daremos una generosa indemnización, aunque teniendo en cuenta la situación, no estaríamos obligados a hacerlo.

– Pero si no he sido acusada de ningún delito -repitió Nora. -No pueden hacerme esto.