– Me importa un comino ese despacho. No voy a permitir que te marches como si no hubiera ocurrido nada entre nosotros.
Nora tomó aire y lo miró a los ojos.
– Pete, seamos sinceros, solo hace una semana que nos conocemos de verdad. No creo que sea tiempo suficiente para que haya ocurrido nada serio entre nosotros.
– Ha sido una semana, sí. Y quizá tengas razón, quizá no sea tiempo suficiente para enamorarse. Pero si eso es verdad, entonces tampoco es tiempo suficiente para renunciar a la posibilidad del amor. Además, me tenías fascinado desde hace siglos, desde mucho antes ele que aparecieras disfrazada en el Vic. El problema es que no sabía lo que me pasaba.
Nora se quedó mirándolo fijamente y, por un instante, Pete pensó que la había convencido. Pero, de pronto, en el rostro de Nora apareció una expresión de firme determinación y sacudió la cabeza.
– Han sucedido demasiadas cosas -dijo Nora. -Ahora mismo mi vida es un caos y no puedo tomar ninguna decisión sobre mi futuro. Me basta con concentrarme en lo que voy a hacer en la hora siguiente, y después en el día siguiente y luego en la semana siguiente.
Sin siquiera pensarlo, Pete le enmarcó el rostro entre las manos y la besó suavemente.
– Esto para la siguiente hora -musitó.
Nora sacudió la cabeza y bajó la mirada.
– No.
Pete volvió a besarla, en aquella ocasión más profundamente. Nora no lo apartó, pero Pete sentía su resistencia y su indecisión.
– Y esto para el día siguiente -retrocedió y la miró, descubriendo sus ojos radiantes de pasión.
– Por favor, no me hagas esto -le suplicó Nora. -Vete.
Pete la besó una vez más, acunando su rostro entre las manos. Fue un beso largo y ardiente, sus lenguas se acariciaban y sus dedos se entrelazaban como si nunca más fueran a separarse.
– Y esto para la semana que viene -tomó aire. -A partir de ahí, tendrás que arreglártelas sola.
Y sin más, se volvió y salió del despacho cerrando la puerta suavemente tras él. Sam y sus compañeros estaban ya reunidos en la Zona Caliente. Pete se acercó a su amigo y le palmeó la espalda.
– Hoy no voy a jugar.
Sam miró hacia el despacho de Nora.
– Ayer llamó a Ellie y le contó todo. Ellie se ha pasado toda la noche llorando. Me cuesta creer que Sterling esté haciéndole esto. ¿No puede intentar pelear para que le mantengan el contrato?
– No quiere hacerlo, y me parece que la culpa es mía.
Se dirigió a su despacho y Sam lo siguió. Permanecieron sentados en silencio durante un buen rato.
– No sé qué hacer -dijo Pete por fin. -Aunque sé que me desea, está decidida a sacarme de su vida. Caramba, hasta ahora todo había sido tan fácil con las mujeres. Pero con Nora es diferente. Cuanto más la conozco, más complejo me parece todo esto. Ya no sé lo que quiero. De lo único de lo que estoy seguro es de que no podré ser feliz si no estoy con ella – suspiró. -¿Te acuerdas de lo que decía de que una mujer no podía ser amiga y amante al mismo tiempo?
Sam asintió.
– Pues bien, Nora es mi amiga y es mi amante. Y además es la única mujer con la que puedo imaginarme pasando el resto de mi vida. ¿No te parece una estupidez?
Sam sonrió compasivamente a su amigo.
– Yo siempre supe que, cuando por fin encontrara a la mujer de mis sueños, todo sería sencillo. Lo más difícil era encontrarla.
– Así es tu relación con Ellie, ¿verdad? Algo simple, y sencillo.
Sam negó con la cabeza.
– Es excitante, estimulante y todo lo que puedas imaginar. Pero nunca es sencillo.
– Y eres muy feliz, ¿verdad?
– Completamente feliz. Pero solo porque he averiguado el secreto que se esconde en la mente de una mujer.
– ¿Y no vas a decírmelo?
– Es una información peligrosa. Y no quiero que caiga en malas manos.
– Creo que puedes confiar en mí.
– No te tomes todo lo que dice literalmente. Tienes que intentar ir un poco más allá para saber lo que está pensando realmente. A veces cuesta que lo que de verdad siente emerja a la superficie. No fuerces a Nora. Apártate de su camino hasta que ella tenga oportunidad de analizar sus opciones.
– Pero es que está pensando en irse a París o a Roma.
– ¿Tú crees de verdad que ella te quiere? -le preguntó Sam.
Pete asintió, estaba tan seguro que ni siquiera tuvo que pensar la pregunta.
– Entonces no se irá -respondió Sam.
– ¿Y cuánto tengo que esperar?
Sam se levantó y se acercó a la puerta.
– Cuando llegue el momento, lo sabrás. Confía en tu intuición.
– ¡Dios mío! -exclamó Stuart. -Por el aspecto que tiene este lugar, yo diría que hemos llegado justo a tiempo -apartó a Nora y entró en el apartamento, seguido de cerca por Ellie. Ambos iban cargados de bolsas que dejaron inmediatamente a sus pies.
Nora intentó ordenar las cosas rápidamente. Llevaba la misma bata que el día que Arthur Sterling había ido a verla, decorada a esas alturas con manchas de helado de chocolate y vainilla, mostaza y el más fino Cabernet. Los recuerdos de las comidas que había hecho durante la semana que llevaba encerrada en su apartamento se veían por doquier; cajas de pizza, bolsas de patatas y recipientes de helado. Al lado del vídeo, se almacenaban las películas y en el suelo había como media docena de revistas.
– Oh, cariño -musitó Ellie. -¿Esto es lo que has estado haciendo esta semana?
Nora forzó una sonrisa.
– No es lo que parece. Me refiero a que esto no es por culpa de Pete Beckett, en absoluto. Estoy intentando comer mucho para que me duela el estómago y después poder decirle a mi madre que no voy a poder ir a su fiesta. No quiero mentirle porque siempre me descubre.
– No te creo -repuso Ellie. -Esto es por culpa de Pete Beckett.
– No -insistió Nora. Se acercó a la mesa del café, señaló un bote de arenques en salmuera, una bolsa de pastillas de chocolate y una botella de cerveza. -Casi lo he conseguido. Creo que esta combinación servirá. De hecho, ya está empezando a dolerme el estómago.
Stuart puso los brazos en jarras y miró a su alrededor.
– Ellie, ¿por qué no ordenas un poco todo esto y yo voy a buscarle un Alka Seltzer?
– ¡No quiero un Alka Seltzer! ¡Eso podría echarlo todo a perder!
Stuart la agarró del brazo y la condujo delicadamente hacia el baño.
– Cariño, estoy seguro de que, en cuanto te hayas aseado un poco, te alegrarás de haberlo hecho. Después, nos sentaremos los tres juntos y pasaremos una agradable velada. Hemos traído cremas, lociones y maquillajes. Ellie y yo vamos a hacer que te sientas bonita otra vez.
– No quiero sentirme bonita -replicó Nora, clavando los talones en la alfombra.
Pero debería haber sabido que luchar contra Stuart era imposible; no se daba por vencido hasta que no se salía con la suya. Para cuando al final salió del baño, fresca y duchada, con una bata limpia y una toalla alrededor del pelo húmedo, su apartamento estaba impoluto.
Nora se sentó y miró el rostro severo de sus amigos. Sin duda, estaban esperando una explicación. ¿Por qué se había encerrado en su apartamento durante una semana entera? ¿Por qué se había embarcado en una dieta de millones de calorías? Nora no tenía respuestas para ellos. Lo único que sabía era que su vida había escapado completamente a su control y que solo se sentía mejor comiendo cantidades industriales de helado de chocolate.
– ¿Y qué se supone que tenemos que hacer ahora? Si estáis esperando que hable de Pete, ya podéis ir olvidándoos.
Stuart se sentó a su lado en el sofá y le tomó la mano.
– No hemos venido aquí a hablar del pasado -le dijo. -Esta va a ser una noche entre amigos y vamos a divertirnos. Empezaremos arreglándote.
– ¿Arreglándome?