– Mañana es la fiesta de tu madre. Supongo que querrás estar maravillosa, ¿no?
– Lo siento, Stuart, pero no voy a ir. Sé que estabas deseando ir a esa fiesta, pero no soy capaz de enfrentarme a toda esa gente en estas condiciones. Habrá preguntas, muestras de compasión… y seguro que más de uno se alegra en secreto de mi caída.
– Tonterías -respondió Stuart mientras acercaba una de las bolsas. -Vamos a ir a esa fiesta. No me la perdería por nada del mundo. Empezaremos con las cremas faciales.
Nora se dijo que lo mejor sería seguirles la corriente. Mientras estuvieran ocupados con aquel tratamiento de belleza, no tendrían tiempo de preguntar por el origen de su tristeza.
Stuart tomó un poco de crema y se la extendió por la cara.
– ¿Qué es eso? -preguntó, sorprendida por su penetrante olor.
– La Mascarilla Milagrosa de Count Rudolfo -respondió Stuart. -El secreto para la piel luminosa. Supongo que, si supieras el precio, te sentirías mucho más segura.
– Es justo lo que necesitas -la animó Ellie.
– Extracto de Frutas Tropicales -musitó Nora, leyendo la etiqueta. -Piña, guayaba y mango. Suena muy nutritivo. Si no tiene efecto en mi cara, siempre puedo aprovecharla para hacer un bizcocho -se ajustó la toalla que llevaba en el pelo y cerró los ojos.
– Esto te hará sentirte como una mujer nueva -le prometió Ellie. -Te entrarán ganas de salir y conocer a otro hombre. Hazme caso, dentro de unas semanas, ni siquiera te acordarás de la cara que tiene Pete Beckett.
Nora abrió los ojos y miró a su amiga.
– ¿Y qué pasa si no quiero conocer a otro hombre?
Stuart chasqueó la lengua.
– No vas a dejar que una pequeña aventura arruine tus oportunidades de felicidad futura, ¿verdad? Al fin y al cabo, sabías desde el principio que no estabais hechos el uno para el otro. Ellie debería habértelo advertido.
– Y lo hice -repuso Ellie. -La primera noche, cuando nos encontramos en el baño del Vic, le dije que se alejara de él.
– Ese tipo es un sinvergüenza -dijo Stuart.
– Un canalla.
– Mira cómo se ha aprovechado de ti -insistió Stuart.
Nora intentó abrir la boca, pero la mascarilla había empezado a secarse, obligándola a mantenerse inmóvil.
– Él… en realidad no se ha aprovechado de mí -dijo, moviendo solamente los labios. -Él pensaba que todo era un juego entre nosotros. Fui yo la que se equivocó al pensar que no sabía quién era. Realmente no puedo…
– ¿Culparlo? -preguntó Stuart. -Claro que podemos culparlo. Todo ha sido culpa suya. Y lo mejor que puedes hacer es no volver a verlo en tu vida.
– Desde luego -confirmó Ellie. -Y no me importa que sea el mejor amigo de Sam. No pienso volver a dirigirle la palabra.
La mascarilla se había endurecido ya completamente, de manera que a Nora le resultaba imposible hablar claramente. Pero si sus dos mejores amigos pensaban que su relación estaba destinada a fracasar desde el principio, ¿cómo iba a creer ella otra cosa? Sin embargo, ¿no había sido Stuart el que la había animado a creer en el amor? ¿Qué le habría hecho cambiar de opinión?
– Creo que deberías buscar otro chico con el que salir -sugirió Ellie. -¿No me dijiste que tu madre quería presentarte a un cirujano?
Nora intentó hablar, pero apenas podía mover los labios, de modo que sus palabras fueron ininteligibles.
Stuart y Ellie la miraron frunciendo el ceño.
– ¿Qué has dicho? -preguntó Ellie.
Nora soltó un juramento, se levantó y se dirigió al baño. Tardó cinco minutos en quitarse la mascarilla y recuperar la capacidad del habla. Pero tuvo que admitir que su rostro parecía mucho más luminoso. Agarró una toalla limpia y regresó al cuarto de estar.
Ellie y Stuart continuaban enumerando los infinitos defectos de Pete Beckett. Nora se sentó entre ellos.
– Ahora ya sé lo que estáis intentando hacer: pensáis que, si me animáis a odiar a Pete, entonces lo querré más. Bueno, pues no os toméis tantas molestias -dijo Nora. -Ya lo he olvidado. Apenas pienso en él -mintió. -Y creo que lo mejor que podéis hacer es marcharos. Estoy muy cansada y últimamente no duermo muy bien -miró a Ellie y después a Stuart. -Por favor, os prometo que estaré bien.
Sus amigos se levantaron del sofá y reunieron silenciosamente sus bolsas. Nora los acompañó hasta la puerta y se despidió de ellos con un beso. Cuando por fin se quedó sola, las lágrimas la abatieron. El enfado, la frustración y la tristeza se apoderaron de ella, dejándola sin fuerzas. Se apoyó contra la puerta y se deslizó lentamente hasta el suelo.
Si aquello era lo que se sentía al perder el amor, se prometió que Pete Beckett sería el primer y último hombre al que amaría en toda su vida.
CAPÍTULO 09
– ¡Esa no es forma de ponerse una corbata!
Pete contempló su reflejo en el espejo. Ellie Kiley permanecía detrás de él, alisándole los hombros del esmoquin. Stuart Anderson permanecía educadamente sentado en el borde de la cama de Pete. Unos minutos atrás, Stuart era un completo desconocido para Pete. Pero de pronto, había irrumpido junto a Ellie en su casa, organizándole un plan para la tarde y la noche del sábado.
Nada más entrar, le habían mostrado una invitación y le habían preguntado si tenía un esmoquin. Por lo que Ellie decía, él estaba a punto de asistir a una fiesta en casa de los padres de Nora para rescatarla de las garras de un cirujano libidinoso. Se necesitaba una corbata negra para aquella importante misión de rescate y, por lo que ellos decían, si jugaba bien sus cartas, Nora podría volver con él.
Había pasado solo una semana desde la última vez que la había visto y, aunque había pensado en llamarla, no estaba seguro de que el momento fuera el indicado. Sin embargo, monopolizar a Nora en una fiesta de la alta sociedad era una oportunidad que no estaba dispuesto a perder.
– ¿Cómo conociste a Nora? -le preguntó Pete a Stuart, mirándolo a través del espejo.
– Soy el propietario de su piso. Y su mejor amigo.
– Yo soy su mejor amiga -lo contradijo Ellie. -Ese es un papel que les corresponde a las chicas, no a los chicos.
– Bueno, pero yo soy el que la alzó para que se metiera por la ventana de tu dormitorio.
– Y yo la que conducía el coche. Y también la que le dijo a Pete que habían detenido a Nora para que pudiera ir a rescatarla.
Pete deshizo el nudo de la corbata e intentó hacérselo de nuevo.
– Con amigos como vosotros, Nora no necesita enemigos -bromeó, pero su pequeña broma le valió dos miradas asesinas. -¿Sabe Nora que estáis conspirando a sus espaldas?
– Esto no es una conspiración -respondió Ellie. -Stuart no puede ir a esa fiesta y quiere que vayas tú en su lugar.
Pete miró a Stuart. Por su malhumorada expresión, era evidente que no había renunciado voluntariamente a su invitación. Pero parecía sinceramente preocupado por la felicidad de
Nora.
– No estoy muy seguro de que deba aparecer por sorpresa en esa fiesta -comentó, mientras seguía intentando anudarse la corbata. -¿Qué ocurrirá si me echan?
Ellie le alisó las solapas del traje y comenzó a atarle la corbata.
– Eres un hombre encantador, Pete Beckett. Estoy segura de que encontrarás la forma de entrar en esa fiesta.
– Y una vez dentro, no se te ocurra hacer ninguna estupidez -le advirtió Stuart. -Como sonarte la nariz con la servilleta o morder el tenedor. No quiero que avergüences a Nora.
– No soy ningún patán -refunfuñó Pete. -Sé qué tenedor debo usar: el de pescado, el de los entremeses, el de la ensalada, el de la fruta., Tengo que esperar a que la anfitriona empiece a comer para hacerlo yo y no puedo irme hasta que no haya pasado al menos una hora y media desde que se sirvió la última copa o el último plato.
Ellie y Stuart se miraron estupefactos ante aquel despliegue de conocimientos. Ellie terminó de hacerle el nudo de la corbata y le pidió que se mirara al espejo. Pete obedeció sin excesivo entusiasmo, agarró sus llaves y se encaminó con ellos hacia la puerta.