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La descubrió al borde de la terraza, inclinada contra la barandilla y enfrascada en una conversación con un hombre. Pete tuvo que mirarla dos veces para reconocerla. No llevaba su recatado traje habitual, sino un vestido de color azul, bordado de abalorios que resplandecían bajo la suave luz de los faroles. Llevaba los hombros al descubierto y el satén de su piel protegido únicamente por dos tirantes diminutos.

El pelo lo llevaba recogido en lo alto de la cabeza, convertido en una suave y tentadora masa de rizos. Ella se apartó un mechón rebelde de la frente y Pete apretó la mano mientas se imaginaba haciendo lo mismo y quitándole una por una las horquillas, hasta dejar que la melena cayera libremente por sus hombros.

Deseaba tocarla, deslizar las manos por su piel, trazar un camino de besos desde su oreja hasta la dulce curva de su hombro… Tomó aire e intentó tranquilizarse. Se fijó en el acompañante de Nora y sintió el aguijón ele los celos, especialmente al advertir su expresión extasiada.

Pero al mirarla otra vez a ella, comprendió que no estaba disfrutando de la conversación. Cada vez que su acompañante intentaba tocarla, ella evitaba su mano. Además, su sonrisa parecía forzada y su comportamiento excesivamente tenso y formal. Definitivamente, parecía una mujer que necesitaba ser rescatada.

Pete sonrió para sí. Él era el hombre indicado para hacer ese trabajo.

– La tecnología del láser está cambiado el rostro de la cirugía moderna. No habíamos visto tantos progresos médicos desde el descubrimiento de los antibióticos.

Nora forzó una sonrisa y asintió. Dios Santo, si tenía que escuchar otra desagradable anécdota sobre algún procedimiento quirúrgico, iba a empezar a gritar. Miró por encima de su hombro, moviendo el pie con impaciencia. ¿Dónde se habría metido Stuart? Había prometido llegar diez minutos antes de que la fiesta comenzara y ya llegaba una hora tarde.

– Me encantaría llevarte al hospital para que vieras una operación.

– No creo que sea una buena idea -contestó, intentando parecer agradecida por la invitación. -Me impresiona mucho la sangre.

– Pero eso es lo más maravilloso de la cirugía con láser. Hay muy poca sangre.

Nora se devanaba los sesos intentando encontrar un tema de conversación alternativo. Miró hacia la tienda, donde los camareros estaban disponiendo ya las mesas para el primer plato. Si la fiesta de su madre seguía su horario habitual, tenía solamente cinco minutos para correr hasta la mesa y cambiar los letreros, de modo que Elliot terminara sentado al otro extremo de la mesa en vez de a su lado.

Había llegado a la fiesta sin ganas, pero deseando complacer a su madre. Y tenía que admitir que se había sentido muy bien al maquillarse y ponerse un vestido nuevo. Curiosamente, nadie parecía interesado en su escandalosa conducta. El marido de Buffy Sinclair había sido descubierto en la cama con su nueva peluquera y los comentarios sobre la noticia habían acallado los rumores sobre el arresto de Nora.

Aun así, a medida que iban pasando los minutos al lado de Elliot, más ganas tenía de estar al lado de Pete Beckett, viendo un partido de béisbol y disfrutando de un perrito con chile. O paseando por las calles de San Francisco. O rodando en su cama, en un maravilloso lío de sábanas y piernas.

Hasta que no había comprendido lo incompatible que era con Elliot, no se había dado cuenta de lo que Pete y ella habían compartido. Había una conexión invisible entre ellos, un lazo irrompible de pasión, afecto y respeto. Un lazo que ella había estirado hasta tal punto que estaba a punto de romperse.

Aunque Pete tenía la capacidad de convertirla en una tonta despreocupada y hambrienta de sexo, también le hacía sentirse a salvo y querida. Se estremeció al pensar en la exquisita sensación de su cuerpo sobre el suyo, en el placer de sentirlo en su interior, en el puro éxtasis que habían compartido. Jamás se había sentido tan amada, tan necesitada.

– Damas y caballeros, la cena está servida.

Arrancada bruscamente ele sus sueños por la llamada de Courtland, Nora intentó apartar de su mente los pensamientos sobre Pete y se excusó, decidida a cambiar la disposición de los asientos. Corrió hacia la tienda, pero Elliot demostró ser más tenaz de lo que ella esperaba. La siguió de cerca y encontró sus asientos antes de que ella lo hiciera.

– Este es tu sitio -le dijo mientras los invitados comenzaban a sentarse.

Gruñendo para sí, Nora permitió que le colocara la silla. Se sentó y extendió la servilleta sobre su regazo, mientras Elliot se sentaba a su izquierda. La silla de su derecha permaneció vacía hasta que casi estuvo todo el mundo sentado. Elliot había comenzado ya a contar otra de sus aventuras médicas cuando se sentó un caballero al lacio de Nora. Esta se volvió para saludarlo educadamente, pero las palabras se le quedaron atragantadas en la garganta.

– ¿Qué… qué estás haciendo aquí? -apenas podía creer lo que veían sus ojos. Era como si sus fantasías de pronto se hubieran hecho realidad.

Pete se inclinó y le susurró al oído:

– Me he enterado de que había una fiesta al aire libre y he decidido venir a poner en práctica todo lo que me enseñaste.

Pete se sentó, alargó el brazo por encima de Nora y le tendió la mano a Elliot Alexander.

– Hola, soy Pete Beckett, amigo de Nora. Bueno, en realidad estoy saliendo con ella.

– Eso es mentira -replicó Nora entre dientes.

– Bueno sí, soy algo más que el chico que sale con ella. En realidad somos…

– Compañeros de trabajo -lo interrumpió Nora. -Ex compañeros de trabajo, para ser más exactos.

Elliot estrechó vacilante la mano que Pete le ofrecía.

– Soy el doctor Elliot Alexander. ¿Es usted Pete Beckett, el columnista de deportes de El Herald?

Pete asintió y extendió la servilleta en su regazo.

– Caramba, leo tu columna todos los días.

– ¿Ah sí? ¿Y qué te pareció las que escribí sobre Candlestick?

– Ah, todo un clásico. Todavía me acuerdo de cuando jugabas al béisbol, eras genial.

A Nora comenzaba a dolerle el cuello al intentar seguir la conversación.

– ¿Queréis sentaros el uno al lado del otro? De hecho, si queréis, puedo irme a cenar a la cocina.

Pete le pasó el brazo por los hombros.

– Cariño, ¿por qué vamos a querer una cosa así? -deslizó la mirada por sus hombros desnudo. -¿Te he dicho ya lo hermosa que estás esta noche? Ese vestido es… increíble. ¿No te parece que Nora está preciosa esta noche, Elliot?

Nora intentó ignorar su cumplido, pero no podía negar que se alegraba de que se hubiera fijado en ella. Él tampoco estaba nada mal, el esmoquin le sentaba como un guante. Fijó la mirada en los botones de su camisa y se imaginó desabrochándoselos uno a uno para poder besar su pecho. Tragó saliva. Eso era exactamente contra lo que había estado intentando luchar tan duramente, contra la irritante facilidad de Pete para convertir su sangre en fuego.

– Tú también estás muy atractivo -musitó.

Los camareros comenzaron a servir el primer plato y el vino. Nora tomó su copa y la giró nerviosa entre sus dedos.

– ¿Cómo has conseguido entrar? -le preguntó a Pete, volviéndose para que Elliot no pudiera oírla.

– Stuart me dio su invitación. Se presentó con Ellie en mi apartamento hace unas horas. Al parecer Stuart tenía un compromiso y no querían dejarte aquí sola… Aunque ya he visto que Elliot te estaba haciendo compañía…

Los celos se reflejaban en su voz y Nora sintió que su resolución se desvanecía una vez más.

– ¿Y de dónde has sacado el esmoquin?

– De mi armario. Cuando se va a tantos banquetes como yo, es conveniente tenerlo. En cuanto a la donación que he hecho para la ópera de San Francisco, tu madre parecía bastante contenta. Creo que le gusto, y también mi cuenta bancaria.