– ¿Cuánto has tenido que pagar?
– Cinco mil. Pero con la condición de que me sentara a tu lado.
Nora abrió los ojos de par en par y comenzó a toser. Tomó la copa de agua y dio un largo sorbo.
– ¿Que le has pagado a mi madre cinco mil dólares para sentarte a mi lado? Pero si el cubierto de esta cena cuesta solo mil dólares.
– En ese caso tengo derecho a cenar cinco veces, ¿no? O quizá pueda rentabilizar mi dinero de otro modo…
Nora empujó su silla y se levantó.
– Elliot, ¿nos perdonas un momento, por favor? -agarró a Pete del brazo y lo obligó a levantarse. -Tengo que ir comentarle una cosa a mi madre -Pete dobló cuidadosamente su servilleta, la dejó al lado de su plato y la siguió al interior de la casa. Una vez allí, Nora soltó el brazo y le espetó-; ¿Qué estás haciendo aquí?
Pete la empujó hasta las sombras de un rincón y la tomó por la cintura.
– Estás preciosa esta noche. Cuando te he visto con ese vestido, me he sentido como si acabara de atropellarme un autobús. Dios mío, te he echado mucho de menos, Nora.
Nora le apartó las manos rápidamente.
– ¡No puedes presentarte aquí de improviso! ¿Y cómo diablos se te ha ocurrido darle a mi madre cinco mil dólares?
Pete retrocedió y deslizó la mirada a lo largo de su cuerpo. Una tímida sonrisa de admiración asomó a sus labios. De pronto, Nora se sintió desnuda, como si Pete pudiera ver lo que había debajo de la tela del vestido.
– Merece la pena verte con ese vestido – musitó.
Nora tomó aire y suspiró.
– Deja de decirme cosas así.
– ¿Por qué? ¿Tienes miedo de oír la verdad, Nora? Llevas evitándola tanto tiempo, que no me extraña que te asuste.
– No sé cuál es la verdad, por lo menos en lo que se refiere a… nosotros.
– Nora, aquí está la verdad: te he echado de menos durante la semana pasada. He intentado olvidarte, pero me he dado cuenta de que no puedo ser feliz a menos que vea tu rostro cada mañana y cada noche, y al menos cien veces al día entre la noche y la mañana. Soñar contigo no es suficiente.
– Por favor, Pete, no…
Pete alargó el brazo para acariciarle la mejilla.
– ¿Quieres saber la verdad? Jamás había sentido lo que ahora siento. No sé cómo lo sé, pero lo sé. Te amo, Nora, y esto no se me va a pasar solo porque tú quieras que se pase.
– Tú no me amas -respondió Nora, intentando silenciado posando un dedo en sus labios. -Tú estás enamorado de una fantasía, de una mujer que no existe.
– Claro que existe, Nora. Y puedo demostrártelo -la agarró del brazo y continuó adentrándose por la casa, abriendo puertas y asomándose al interior de habitaciones vacías. Cuando llegó a la habitación en la que se guardaban los productos de limpieza, condujo a Nora a su interior y cerró la puerta tras ellos.
– ¿Quieres una prueba? Pues la tendrás -la abrazó con fuerza y se apoderó de sus labios, besándola tan profundamente, que Nora apenas podía respirar. Nora sentía cómo le daba vueltas la cabeza; su cuerpo temblaba, cada uno de sus nervios vibraba de anticipación. Una sensación de dulzura fluía en su interior y se sentía débil e indefensa.
Nora había soñado con aquel momento, con los maravillosos sentimientos que Pete despertaba con sus caricias, con aquel deseo que no podría ser satisfecho con una simple fantasía.
– Dime lo que quieres -susurró Pete con voz ardiente, mientras presionaba los labios contra su cuello.
Nora posó los dedos en su pecho y, sin pensarlo siquiera, comenzó a desabrocharle los botones de la camisa. Cuando hubo desabrochado el último, abrió la camisa y posó los labios contra su cálida piel. Sentía el corazón de Pete latiendo con fuerza bajo sus palmas. El ritmo que marcaba la alejaba del mundo real, de todas sus dudas e inseguridades.
Aquello era exactamente lo que quería: aquel hombre tan fuerte y seguro de sí mismo. Y sus caricias, tan delicadas y conmovedoras.
– ¿Aquí? -preguntó Pete. -¿Ahora?
Nora asintió, presionando los labios contra su cuello. Pete la agarró por la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.
– Ya no tengo nada más que decir.
– ¿Qué?
– Creo que esa es la prueba que necesitabas, cariño. Estabas deseando hacer el amor aquí, en casa de tu madre y en medio de una fiesta. Creo que ya ha llegado la hora de que admitas que tú eres esa mujer. La misma mujer de la peluca negra.
Nora pestañeó, intentando centrar sus pensamientos en aquella declaración. Bajó la mirada hacia su vestido y después giró, buscando su reflejo en el espejo. Vio entonces su rostro sonrojado y sus labios húmedos a causa de sus besos. Y no tuvo ningún tipo de duda: estaba mirando a Nora Pierce.
– Soy yo -musitó. -Yo soy ella.
Pete se colocó tras ellas.
– Siempre lo has sido, aunque no querías admitirlo -la hizo girar lentamente entre sus brazos y le enmarcó el rostro entre las manos. -Sé que no debimos comenzar de aquella forma, pero podemos empezar desde el principio. Comenzaremos a salir y haremos las cosas lentamente. Saldremos unos cuantos días antes de que te vuelva a besar.
Nora fijó la mirada en su pecho desnudo.
– Va a ser terriblemente difícil empezar desde el principio, ¿no crees? -le preguntó, deslizando el dedo por su cuello.
– Supongo que podríamos tener ya alguna intimidad, puesto que no somos exactamente dos desconocidos -posó los labios sobre su hombro desnudo. -Y cuando llegue el momento adecuado, haremos el amor lenta y delicadamente -la hizo inclinarse contra la pared mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja. -Y quizá el mes que viene, podamos casarnos.
– ¿Casarnos? -jadeó Nora, estremecida de placer a causa de sus besos.
– Podemos celebrar una preciosa boda y disfrutar de una agotadora luna de miel. Después, llegará el momento de formar una familia y…
– ¡Espera! Yo todavía me he quedado en la parte de la boda.
– Sé que ya no podemos dar marcha atrás en el tiempo -continuó explicándole Pete, -pero hablé ayer con Arthur Sterling. Mi contrato termina a finales de este año y le he dicho que, si no te vuelve a contratar, no volveré a trabajar para él.
– Yo no quiero volver a ese trabajo -respondió Nora. -Conseguir que me echaran ha sido una de las mejores cosas que me podía haber sucedido. O quizá la segunda -tomó aire. -Pídemelo otra vez.
– ¿Qué? ¿Crees que no he hecho la proposición correctamente? -suspiró dramáticamente y posó en el suelo una rodilla. -Nora Pierce, te amo en este momento y pretendo seguir amándote durante el resto de mi vida. Cásate conmigo y…
– ¡Dios mío…! -susurró Celeste desde el marco de la puerta. La indignación transformaba sus facciones. Pete la miró por encima del hombro, pero no se molestó en levantarse.
– ¿Qué estáis haciendo aquí? -preguntó Celeste. -No, no, mejor no me lo digáis. Oh, no puedo soportarlo. Simplemente no puedo. ¿Cómo puede pasar una cosa así, en medio de mi propia fiesta?
Nora le dirigió a Pete una sonrisa de complicidad y le hizo levantarse.
– No te preocupes, mamá. Me aseguraré de que no tengas que organizar nada de la boda.
La expresión de Celeste se transformó al instante.
– No seas ridícula. Ninguna hija mía va a organizar su propia boda. Eso forma parte de mi trabajo -incapaz de controlarse, le dio a Nora un pellizco en la mejilla. -Ya hablaremos de eso más tarde. La sopa se está enfriando -miró a Pete una vez más y suspiró. -Supongo que es inevitable -y sin más, dio media vuelta y se marchó.
– Espera a que llegue el día que le diga que va a ser abuela -musitó. -Es capaz de saltar desde el puente de la Bahía.
Pete la estrechó contra él.
– Niños… me gusta como suena esa palabra -dijo, al tiempo que alargaba la mano para cerrar la puerta, -y creo que podemos empezar a hacerlos ahora mismo.