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Estaba disfrutando siendo objeto de su deseo, jugando a ser la presa de un depredador.

Con un bufido de disgusto, Ellie se colocó tras ella y le colocó el escote del vestido.

– Este no es un desconocido que te has encontrado en un bar. Es Pete Beckett. Trabajas con él. Y al menos hasta hace muy poco, lo odiabas -Ellie tomó el bolso de Nora y se lo colocó bajo el brazo. -Venga. Tú y yo nos vamos a ir de aquí antes de que cometas una estupidez.

Pero Nora se negaba a moverse.

– Por una vez en mi vida, me gustaría hacer una estupidez. He vivido correctamente durante veintiocho años y mira lo que he conseguido.

Puedo decirte cómo organizar una boda, como escribir una invitación, cómo disponer una mesa… Pero no sé lo que se siente al ser arrastrada por la pasión, quiero abandonar el sentido común y dejarme llevar por el deseo.

– Nora, intenta pensar con un poco de frialdad. Ese es Pete Beckett. ¿Estás segura de que quieres convertirte en otra muesca en la cabecera de su cama? Si haces una tontería esta noche, ¿cómo te enfrentarás a él mañana por la mañana?

– No me importa -contestó Nora. -Eso es lo mejor de hacer algo verdaderamente estúpido. Se supone que a la mañana siguiente tienes que arrepentirte. Te arrepientes y lo olvidas. Además, él no sabe quién soy. Si lo supiera, ya me habría dicho algo. Especialmente después de besarme.

– ¿Pete te ha besado? -preguntó Ellie, abriendo los ojos como platos.

– Y más de una vez. Y me ha lamido los dedos de la mano -suspiró profundamente. -Pensaba que iba a desmayarme…

Su amiga frunció el ceño y sacudió la cabeza mientras continuaba mirándola a través del espejo.

– Quizá no te haya reconocido. Pete Beckett jamás habría lamido un solo dedo a Prudence Trueheart -asomó a su rostro una expresión de perplejidad. -Sam nunca me ha lamido los dedos.

– Pues es maravilloso. ¿Y qué tiene de malo disfrutar del momento? ¿Qué daño puede hacerle a nadie?

Ellie le pasó el brazo por los hombros.

– Sé lo maravilloso que es sentirse deseada.

Y también que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que saliste con un hombre. Pero pasar una noche con Pete Beckett no va a ser la solución.

– Han pasado tres años -dijo Nora, -si no contamos a Stuart.

Stuart Anderson era el propietario del apartamento de Nora y su mejor amigo. Durante el año anterior, la había acompañado a todos los acontecimientos sociales que organizaba su madre. Celeste Pierce trataba a Stuart como si fuera su yerno. Con sus modales impecables y sus habilidades sociales, encajaba a la perfección en su mundo.

– Me gusta Stuart -dijo Ellie. -Es un hombre sensible en el que se puede confiar. No es como Pete. ¿Por qué no te acuestas con él?

– Stuart es gay -contestó Nora. -No creo que tenga ganas de lamerme los dedos -un profundo suspiro escapó de sus labios. -Si lo que quería era una cita de una sola noche, esta es la oportunidad perfecta. Mañana puedo desaparecer de su vida como si nunca hubiera existido. Ni siquiera tendrá que tomarse la molestia de deshacerse de mí. Y mejor todavía, ambas lo conocemos. Sabemos que no es un psicópata ni un asesino. Y así no tendré que preocuparme por mi seguridad.

Ellie sacudió la cabeza.

– Nora, por favor, no…

– Puedo controlar mis sentimientos. Soy adulta, Ellie, sé lo que estoy haciendo.

– ¿Pero qué me dices de tu corazón? -preguntó Ellie. -¿Estás segura de que no seguirás sintiendo nada por él después de esta noche?

– Claro que estoy segura. Él es Pete Beckett. Y yo… bueno, ya sabes quién soy. Soy Prudence Trueheart y no puedo enamorarme de un hombre como él -Nora tomó aire y forzó una sonrisa. -A lo mejor lo que te preocupa es que, cuando descubra que soy Prudence Trueheart, se sienta tan asqueado, que no quiera ni besarme ni tocarme.

– ¡No! Cariño, lo único que quiero decir es que estás metiéndote en un juego muy peligroso del que puedes salir herida. Recuerda que Pete es un experto y tú eres solo… una novata.

Nora maldijo en silencio, harta ya de las súplicas de Ellie.

– De acuerdo. No voy a seguir. Volveré a su lado, le diré que voy a irme a casa contigo y fin de la historia.

Ellie asintió y le dio un cariñoso apretón en el hombro.

– Por fin dices algo sensato. Al fin y al cabo, habría adivinado quién eres cuando… bueno, cuando hubierais llegado a una situación más íntima. O cuando a él se le hubiera pasado la borrachera.

Nora tiró la toalla de papel a la papelera y se dirigió hacia la puerta. Pero se detuvo antes de salir. Quizá Ellie tuviera razón. Objetivamente, ella jamás habría recomendado una sola noche de pasión. Pero estaba harta de pensar como Prudence. Por una vez en su vida, quería romper las reglas y, maldita fuera, olvidarse de las consecuencias.

– De acuerdo -repitió suavemente. -Voy a despedirme de él y después nos iremos -abrió la puerta del baño y miró por encima del hombro a su amiga. -Si alguna vez dejo El Herald, te recomendaré para que trabajes como Prudence. ¡Estás empezando a parecerte más a ella que yo!

CAPÍTULO 03

Pete sabía que no volvería. Debía haber encontrado una puerta trasera y se había marchado sin decirle una sola palabra. Al día siguiente en la oficina, se comportaría como si no hubiera pasado nada. Y quizá otra noche, volvería a ponerse el vestido, la peluca y los tacones y volvería a intentarlo otra vez. Seguramente con un verdadero desconocido.

Una oleada de celos creció en su interior al pensar en el próximo hombre al que Nora conocería y probablemente seduciría. Luchó contra la urgencia de ir tras ella, de llamarla y poner fin a aquella farsa. El juego ya había durado demasiado. Había algo excitante en seducir a un completo extraño, pero ambos sabían que ellos estaban lejos de serlo.

¿Qué esperaba Nora de aquella noche? ¿Sexo anónimo? ¿Se escondería Nora tras la fachada de Prudence Trueheart durante el día y se transformaría en una mujer desenfrenada por las noches? Pete apretó los labios y maldijo. ¡Al infierno si iba a permitir que volviera a hacer aquello otra vez! Al día siguiente, iría a la oficina y la desenmascararía.

¿Qué habría ocurrido si él hubiera sido uno de esos cretinos dedicados a coleccionar conquistas? Uno de esos tipos que se llevaban a una mujer a su casa y, tras acostarse con ella, no volvían a acordarse de su cara. Pete hizo una mueca. Aquella descripción podría habérsele aplicado a él en otra época. Pero Nora Pierce no era el tipo de mujer a la que un hombre amaba y después abandonaba. Ella era diferente. Especial. Había una vulnerabilidad tras su trémula sonrisa que le hacía desear protegerla más que aprovecharse de ella.

Quizá hubiera sido mejor dirigirse directamente a Ellie, reflexionó Pete. Al fin y al cabo, había acompañado a Nora al bar. Seguramente habría influido también en su conducta. Y si Ellie no hubiera querido colaborar, habría contado con el apoyo de Sam. Pete giró en su taburete y pidió un whisky. Cuando el camarero se lo sirvió, se lo bebió de un trago y pidió otro.

– Este es el final del juego, Prudence -musitó. -Y yo soy el último hombre con el que vas a jugar.

Pensó en cómo debería abordar el tema. Seguramente Nora se enfadaría por aquella interferencia. Probablemente, incluso lo echaría de su despacho. Esperaría que él se comportara como si nada hubiera ocurrido. Aquello formaba parte de su pequeño juego. Había esperado que en cualquier momento Nora desvelara su identidad, pero en vez de eso, había decidido seguir adelante con la farsa. Se había mostrado en ocasiones esquiva y coqueta y otras sexy e increíblemente seductora.