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Un pequeño precio le parecía bien.

Se quedó allí sentado, pensando en cómo sería conducir algo que los chavales mirasen desde las sombras junto a los garajes. Tener pasta suficiente para tener contenta a Javine y presumir por ahí cuando quisiese. Pasta suficiente para él y para ahorrar un poco para Benjamín, y tal vez también para Angela.

Tener para desparramar y para ahorrar.

Easy también se quedó allí, mirando a Theo y a su hijo y pensando dónde conseguir el coche para esa noche. Qué clase de pistola usar.

El piso estaba vacío cuando Paul volvió a casa, y ya había empezado a marcar el móvil de Helen cuando recordó que iba a comer en casa de su hermana. Metió una pizza en el horno y vio las noticias mientras comía. Abrió la puerta corredera que daba a lo que irrisoriamente llamaban balcón, se sentó con los pies apoyados en la barandilla y encendió un pitillo. Era una noche cálida y podía oler la menta que Helen cultivaba en una maceta, el jazmín que se negaba tozudamente a trepar por una pequeña pérgola de madera.

Después de que Frank le dejase tirado, era un gran alivio que las cosas pareciesen funcionar con Shepherd. Ahora podía relajarse un poco, permitirse pasar un poco más de tiempo haciendo lo que oficialmente le pagaban para que hiciese. Tampoco era que su colaboración con Shepherd fuese a impedirle buscar otras cosas por ahí. Había un montón de hombres de negocios en busca de consultores que contratar, ansiosos por hacer negocios con tipos como él.

Polis con algún que otro picor que rascar.

Un pensamiento prendió la mecha del otro, efervescente y corrosivo, y le cambió el humor en el tiempo que tardó en apagar el cigarrillo.

Apagar. La. Puta. Colilla.

Algún que otro picor…

Había visto al capullo que se la había pegado con Helen un par de veces. Le había vigilado. Había averiguado la dirección de su casa y había ido en coche hasta allí, se había quedado fuera hasta que el hombre salió y se subió a su mierda de Ford Follamóvil. Se quedó mirando fijamente el coche durante un buen rato. Pensó en empotrarse contra él allí mismo, en aquel momento, aplastar a aquel gilipollas contra el alerón y luego arrojar su cadáver al asiento trasero, cosa que, teniendo en cuenta toda la situación, le habría dado un toque de clase.

Había tenido algunos momentos más oscuros en los que realmente había reflexionado sobre el tema, en los que había considerado fríamente las formas en que podía hacerlo, formas más elaboradas. Había pensado que probablemente podría hacerlo sin que le cogiesen, si tenía cuidado y, aunque no lo tuviese, podía encontrarse con algún que otro poli que haría la vista gorda tan contento.

Por supuesto, no había hecho nada. Lo había dejado pasar un poco y enquistarse. Y torturaba a Helen cada vez que se presentaba la ocasión.

Ella volvió un poco después de las once, él estaba mirando la puerta. Un par de copas de vino habían templado la ira que había estallado mientras estaba sentado allí fuera con las macetas, pero todavía podía sentir su cosquilleo.

– ¿Cómo estaba Jenny?

Helen no se había quitado el abrigo.

– Está bien. Te manda besos.

– Y una mierda.

Helen bajó la cabeza mientras se iba directa al dormitorio. Al salir, dijo:

– Estoy cansada. No estoy de humor para esto, Paul, de verdad.

Él la vio meterse trabajosamente en la cocina, pasándose los dedos por el pelo y se oyó a sí mismo decir:

– Lo siento.

La oyó decir que estaba bien, que podía tenerla mañana si todavía le apetecía, y supo que en realidad no le apetecía.

Ella se sentó a su lado y le preguntó cómo le había ido el día. Le contó un chiste que Gary Kelly le había ido contando a todo el mundo, ella se rio y se quedaron allí sentados viendo la tele. El silencio entre ellos fue más cómodo de lo que lo había sido en un tiempo.

Pensó en la mañana en que ella le había dicho lo del niño, y en cómo había sido después. La forma en que cada uno de ellos se había mofado de la estúpida sonrisa que lucía el otro. Se volvió hacia ella deseando recordárselo, pero vio que se había quedado dormida, con la cabeza hacia atrás y la boca abierta. Le puso una mano sobre la barriga y la dejó allí hasta que sus ojos también se cerraron y se fue resbalando hasta el asiento del sofá.

Se despertó un par de horas más tarde con el sabor del vino y los cigarrillos rancios en la boca, y la sacudió suavemente para que se despertase.

Diez

Helen le agarró cuando se dirigía al cuarto de baño.

– ¡A quien madruga Dios le ayuda!

Paul sonrió, pero sólo momentáneamente. Se había quedado dormido y debería haber salido para el trabajo hacía diez minutos.

– Te he hecho una taza de té -dijo Helen-, y tienes los cereales en la mesas, así que, que no cunda el pánico.

Ya llevaba levantada una hora; se había duchado, vestido y recogido los restos de la comida preparada de la noche anterior. Habían pedido curry y se habían quedado hasta tarde arreglando el mundo. Paul se había quejado del trabajo, las horas extra y la pesadez, y le había preguntado a Helen si creía que debía presentarse a los exámenes de inspector que había dentro de tres meses. Se había mostrado igualmente contento de hablar sobre mudanzas y guarderías y, tras unas copas, había desenterrado su guitarra del fondo del armario. Había tocado Wonderwall y Champagne Supernova, y cuando alguien del piso de arriba golpeó el techo, había gritado: «Qué, ¿te gusta?».

Helen supuso que, a pesar de sus quejas, lo estaba pasando mejor en el trabajo que en las últimas semanas. Tal vez el trabajo hubiese influido en su humor más de lo que ella pensaba. Más que ella, incluso.

Cuando Paul entró en el salón y se sentó, Helen le llevó el té. Se apoyó en la mesa y vieron un poco la tele mientras desayunaban: un adelanto de la nueva temporada de fútbol, para la que faltaban menos de quince días, una previsión meteorológica a largo plazo bastante decente.

– Voy a ir a casa de Katie y Graham esta noche -dijo Helen-. Me preguntaron si ibas a venir -Paul levantó la vista-. Tranquilo, estoy de broma. Les dije que tenías esa fiesta de despedida. Es un alivio, ¿verdad?

Paul sonrió de oreja a oreja, con la boca llena de cereales. Helen sabía que situaría otra noche con Graham en algún punto, entre un seminario sobre policía de proximidad, y que le clavasen agujas al rojo vivo en los ojos, y no podía reprochárselo. Ella sólo había aceptado la invitación porque sabía que Paul iba a salir y no le apetecía pasar la noche sola. Se preguntaba si esa era la razón por la que Katie la había invitado desde un principio. Había mencionado que Paul iba a salir antes de que su amiga la invitara.

Fue a la cocina.

– Probablemente, esté muerta para el mundo para cuando vuelvas -no pensaba estar fuera hasta demasiado tarde, pero Katie vivía en Seven Sisters y le llevaría un rato volver en coche desde tan al norte.

– Yo voy a quedarme en casa de Gary -gritó Paul.

– Ah, vale. Te veo por la mañana, entonces.

– Por la tarde, más bien. La parienta de Gary está fuera y creo que ha planeado un sábado de tíos.

– Creo que no quiero saber más.

– Ya te llamaré.

– Muy bien. Pásatelo bien.

– Tú también.

– Pero trata de no divertirte demasiado, Hopwood…

Helen no oyó a Paul salir al recibidor para coger su chaqueta, no se dio cuenta de que se había despedido. Cuando salió de la cocina, le sorprendió que no estuviese allí, y dio un respingo al oír cerrar la puerta.