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– De todas formas, es demasiado tarde -dijo una de las comadronas-. Ya estás prácticamente dilatada del todo, querida.

Había dos escenificando un ensayado número del poli bueno y el poli malo. Una le decía a Helen que imaginase el cuello del útero abriéndose como una flor, mientras su compañera se limitaba a instarla a «bajar la cabeza» y «esforzarse más». Esa fue la que tomó el mando cuando llegaron a la parte de la sangre y las tripas.

– Concéntrate, Helen. Saca a ese crío. Ya.

Odiaba aquella agonía, no se creía ni por un segundo toda esa basura holística de la nueva era. Aquello no era algo que ella se había «ganado» durante cuarenta y dos semanas, y no era «parte de la experiencia». Cada vez, sentía que la siguiente contracción podía matarla; pero, aun así, cuando llegaba, empujaba con toda la fuerza que le quedaba. La mezcla de emociones bastaba para eliminar al menos parte de la sensación, para aliviar un poquito la agonía, mientras forzaba los músculos de su abdomen hasta que chirriaban.

Se tensó al sentir llegar la siguiente.

Jenny estrechó su mano.

Empujó…

Sabía que tendría que vivir con la culpa y los recuerdos dolorosos. Aquellas cosas habían encontrado un hogar, se habían alojado en su interior. Como una esquirla de cristal en la parte blanda del pie.

Empujó y gritó, adentro y afuera.

– Aquí viene. El último empujón.

Podía asumir esas cosas.

Las vencería lo mejor que pudiese, por los dos. Por el niño que sabía que era (que rezaba por que fuese) de Paul.

De repente se sintió fuerte y centrada. Llena de energía. Era el feroz y tranquilo centro del mundo.

– Sólo uno más, bonita…

Sus entrañas se abrieron y sintió como si su barriga fuese a abrirse como una sandía en cualquier momento. Quería abrirlo con las manos para combatir la quemazón de su estómago, de su pelvis, de su espalda. Era como si le estuviesen dando la vuelta de dentro afuera.

Pero siguió empujando.

Había conocido un dolor mayor.

Agradecimientos

Como siempre, hay un montón de gente sin la cual habría permanecido en la oscuridad…

Debo dar las gracias una vez más a Tony Thompson, esta vez por indicarme la dirección adecuada, y a Ember Phoenix y Nathan, de West Camp, por todas las palabras correctas.

El comisario jefe Neil Hibberd fue tan paciente y servicial como siempre, aunque tuve acudir a otra gente para que me asesorase sobre las cuestiones relacionadas con agentes de policía embarazadas. Le estoy inmensamente agradecido a la subinspectora Georgina Barnard por su asesoría en este tema y en muchos otros. También debo darle las gracias a Jane Maier quien quiso la suerte que estuviese a dos semanas de dar a luz justo en el momento adecuado y, por tanto, pudo proporcionarme información puntual sobre ardores de estómago, náuseas y pérdidas.

Gracias, obviamente, a Sasha por provocar todo esto.

También quisiera darle las gracias a Frances Fyfield por reservarme algo de chicha procedimental, a Jane Doherty por su maravillosa moderación, a John Brackenridge por una ayuda que no podría encontrar en ninguna otra parte, y a Mike Gunn por el mejor, si no el único, chiste del libro.

Y, por supuesto, a Hilary Hale, Wendy Lee, Sarah Lutyens y David Shelley, que nunca ha comido en un Chicken Cottage.

Mark Billingham

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