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En respuesta, recibió una enorme sonrisa que decía «que te den».

Paul pidió otra ronda en la barra y se escabulló al servicio. Había un hombre en los urinarios y Paul se quedó rondando el lavabo hasta que se fue. Luego sacó el teléfono y tecleó un número; se colocó el aparato entre el hombro y la oreja y se fue a mear.

El hombre contestó el teléfono con un gruñido, como si le hubiese despertado.

– Soy yo.

– ¿Qué quieres, Paul?

– ¿Puedo ir a verte mañana?

Una pausa. El traqueteo distante de maquinaria.

– ¿Por qué no?

– ¿Sobre las dos te parece bien?

– Ahora mismo estoy con unos trabajos de restauración. ¿Tienes un bolígrafo?

– Lo recordaré -dijo Paul.

– ¿Dónde estás? Suena como si estuvieses en un puto retrete.

– Tú dame la dirección. -Paul escuchó la dirección- ¿Has pensado en lo que te dije?

– He pensado en ello, sí.

– Lo necesito.

– Mañana… -Paul suspiró y se subió la bragueta-. Tráete algo de comer, ¿vale? Algo bueno.

Paul se giró justo cuando se abría la puerta y Graham entraba. Vio que se había fijado en el teléfono y lo levantó antes de volver a metérselo en el bolsillo:

– Estaba buscando los restaurantes de la zona con el WAP -dijo.

Graham se limitó a asentir y entró rápidamente en un cubículo.

Paul se miró fijamente en el espejo mientras daba manotazos al dispensador de jabón y se fregaba las manos bajo el grifo. Se salpicó un poco de agua fría en la cara antes de volver al interior del pub.

Theo sólo pudo comer la mitad de la ración de empanada de cordero picante con boniato y un bocado o dos de judías verdes.

– ¿Qué te pasa? -preguntó su madre.

– Estoy bien. Es sólo que no tengo mucha hambre.

Hannah Shirley rodeó la mesa para recoger su plato vacío y el de su hija.

– El tuyo te lo dejo ahí -dijo-. A lo mejor te apetece un poco más dentro de un rato.

– Gracias, Mamá. -Theo le guiñó un ojo a su hermana-. Está muy bueno.

– Bueno, ¿cómo está mi niño precioso?

– Estoy bastante bien.

Su madre meneó la cabeza y chasqueó la lengua. Siempre jugaban al mismo juego.

– Tú eres demasiado grande y feo. Me refiero a mi nieto.

Theo chistó y sacudió la cabeza como si estuviese molesto.

– Sí, a él también le va bien.

– ¿Sólo bien?

– Estupendamente.

– Angela le ha hecho un dibujo hoy en el colegio. Ve a buscar lo que dibujaste.

La hermana de Theo arqueó las cejas, no se movió hasta que se lo mandaron por segunda vez y luego fue con desgana a la habitación.

– ¿Cómo le va? -preguntó Theo.

Su madre se sentó en el borde de un sillón, empezó a limpiarse las gafas en la manga.

– Bastante bien -dijo-. Mejor, en cualquier caso.

Angela no estaba rindiendo tan bien académicamente como en la escuela de Kent, llevaba un curso o dos de retraso con respecto a lo que debía a sus diez años. Se alegraban de que, por lo menos, no le hubiese empeorado el asma.

– Tiene verdadero talento para el arte -dijo la madre de Theo.

En ese momento, Angela volvió y le pasó un dibujo a Theo por encima de la mesa. Un cielo azul, un mar lleno de peces y un bebé al que aupaban en el aire.

– ¿Esos somos Javine y yo? -preguntó Theo.

– Puedes colgárselo encima de la cuna -dijo Angela.

Su madre se puso las gafas y se acercó para ver el dibujo otra vez.

– Verdadero talento -dijo.

El teléfono de Theo sonó y logró cogerlo un segundo antes que su hermana.

– ¿Sí?

– Tienes que estar libre mañana por la noche -dijo Easy.

– Puede ser complicado, tío. Va a venir Halle Berry. -Angela le hizo una mueca y Theo sonrió-. Lleva semanas suplicándome, ¿sabes?

– Te recojo sobre las nueve, ¿vale?

– No sé.

– Te dejo conducir si quieres. Sé que te mola mi buga, tío.

– ¿Qué pasa? ¿Adónde vamos?

– Sólo es un favor.

Angela seguía mirando a Theo.

– Deja que me lo piense. Te llamo luego.

– Yo soy el que te hace el favor, T, ¿me entiendes? Es un trabajito. Sólo un par de horas.

Theo se levantó y se fue al otro extremo de la habitación, bajó un poco la voz.

– ¿Qué trabajito? ¿Por qué siempre te andas con tanto misterio, tío? -Echó un vistazo para ver a su madre girándose y metiéndose en la cocina, y supo que no lo hacía por respetar su privacidad. Sencillamente no quería saber, nunca quería saber nada.

– Sobre las nueve -dijo Easy.

– Menudo gilipollas -dijo Paul. Tiró la chaqueta hacia el respaldo de una de las sillas de la cocina y falló, abrió la puerta de la nevera y se quedó mirando el interior, como si no estuviese seguro de qué buscaba-. Que gran, gran, gilipollas.

Helen echó a correr directa al cuarto de baño, a punto de reventar, y le habló a través de la puerta abierta mientras se aliviaba.

– Esta noche me has hecho reír, Hopwood -dijo.

Paul cerró la nevera y salió de la cocina. Sonriendo, miró por el pasillo a Helen.

– ¿Qué?

– Tomándole el pelo a Graham.

– No fue difícil.

Ella se levantó, se limpió y tiró de la cadena.

– Cuando dijiste que hablar con él probablemente era lo más cerca que habías estado de un asesino en serie, y Katie se echó a reír, pensé que me lo iba a hacer encima.

Al final habían ido a un italiano que había cerca del pub y, a pesar de la incomodidad del principio, la noche había ido bastante bien. Helen había disfrutado más de lo que lo había hecho en mucho tiempo, y creía que Paul también. Sin duda estaba borracho, pero ella pensó que era buena señal. No recordaba la última vez que se había soltado la melena. Había cantado en el coche mientras ella conducía de vuelta a casa.

Se apoyó contra la pared y empezó a reírse por lo bajo, dijo «gilipollas» otra vez, cosa que hizo que Helen estallase en carcajadas.

Le llevó de vuelta a la nevera y sirvió dos vasos grandes de agua. Mientras enroscaba el tapón de la botella, sintió los brazos de Paul alrededor de su cintura, su polla contra su culo.

– Hola -dijo. Lo sentía canturrearle en el cuello.

En la cama, intentaron encontrar una postura que funcionase, pero ella pesaba demasiado y él estaba demasiado borracho y torpe. Empezó a soltar tacos y golpeó el colchón con la mano.

Ella le agarró y le mandó callar.

– Déjame -dijo, sacudiéndolo más fuerte mientras el gemido trepaba por su garganta; más rápido, hasta que él le apartó la mano de repente y echó a correr, respirando agitadamente, hacia el baño.

Helen se envolvió en una bata y salió tras él. Se quedó en el pasillo y le vio tirado en el suelo del baño, consciente de que no quería que se acercase demasiado. Cuando por fin terminó de vomitar, se dio la vuelta para mirarla. Se llevó las rodillas al pecho y se cubrió los genitales con una mano. Siguió mirándola mientras volvía a inclinarse sobre la taza, escupiendo una y otra vez.

Cinco

– Su destino está delante, a la izquierda. Paul aparcó detrás de un contenedor. Sacó el GPS del parabrisas y lo metió en la guantera.

– Puta pija.

El pub estaba un poco apartado en una calle que quedaba entre Charlton Park y Woolwich Dockyard, en la parte más profunda y gris del sudeste de Londres. El río se arqueaba unos minutos hacia el norte. Probablemente se podía ver la barrera del Támesis desde el tejado, y la Cúpula del Milenio, como un wok con patas, dos o tres kilómetros más allá. Había andamios por todo un lado del edificio. Habían cegado las ventanas desde dentro con cubiertas opacas, y en la puerta había un letrero que decía:

«Cerrado por reformas».

Paul dio unos golpecitos en el cristal esmerilado con las llaves del coche. Había una escuela al final de la calle, y podía oír el ruido del patio, niños que graznaban como gaviotas.