– Deme un florete y ya veremos.
Carswell le miró furioso y Watson balbució una disculpa.
– Escuche, señor -le interrumpió Rebus mirándole cara a cara-, yo lo lamento como el que más, pero nosotros no hemos matado a Archie Ure.
– ¿Pues quién si no?
– ¿No serían los remordimientos? -aventuró Siobhan.
Carswell se puso en pie como movido por un resorte.
– Toda esta investigación ha sido un absurdo desde el principio -dijo señalando con el dedo a Rebus- y le hago a usted responsable y, en consecuencia, será sancionado. En cuanto a usted, comisario -añadió volviéndose hacia Watson-… no creo que sea un brillante remate a su carrera, ¿no le parece?
– No, señor, pero con todo respeto…
Rebus advirtió un cambio de actitud en Watson.
– ¿Qué? -inquirió Carswell.
– Nadie pidió a su niño bonito que siguiera a Hutton. Nadie le dijo que fuera a esos andurriales de Leith a vigilar a un posible sospechoso de asesinato. Fue decisión suya y por eso ahora está como está -Watson hizo una pausa-. Me da la impresión de que trata de correr una cortina de humo para que se olviden los hechos según convenga. Los policías aquí presentes…, mis policías -añadió Watson mirándolos- sorprendieron a su protegido espiando a escondidas. Un hecho que usted parece haber olvidado.
– Tenga cuidado… -dijo Carswell taladrándole con la mirada.
– Creo que el tiempo pasa, ¿no cree? He escuchado la grabación igual que usted -añadió Watson señalando la grabadora- y no he advertido nada reprochable en el proceder del inspector Rebus ni en su manera de conducir el interrogatorio -insistió mirando cara a cara a Carswell-. ¿Que usted quiere una sanción ejemplar? Muy bien. Quedo a la espera. Al fin y al cabo, ¿qué tengo que perder? -espetó yendo hacia la puerta.
Carswell les dijo que se largaran, pero ellos ya habían tomado el portante.
Sentados en la cantina de la planta baja apartaron sus platos, que casi no habían tocado, y no hablaron mucho. Rebus se volvió hacia Watson.
– ¿Cómo reaccionó así? -le preguntó.
El comisario se encogió de hombros tratando de sonreír. Volvía a desinflarse y parecía agotado.
– Porque me harté sencillamente. Llevo treinta años en el Cuerpo… -dijo moviendo la cabeza-. Puede que estuviera hasta las narices de los Carswell y compañía. Treinta años y se cree que puede hablarme a mí así -añadió mirándoles a los dos y forzando una sonrisa.
– Me gustó eso de «¿Qué tengo que perder?» -comentó Rebus.
– No me extraña -replicó Watson-. Es lo mismo que me ha dicho usted más de una vez.
Se levantó a por otros tres cafés, aunque no habían acabado el primero, pero necesitaba moverse. Siobhan se recostó en el asiento.
– ¿Tú qué crees? -preguntó.
– Del Gólgota al Calvario sin billete de vuelta posible -dijo Rebus.
– Anda que no exageras.
– ¿Sabes lo que más me fastidia? Que nos van a crucificar por esto mientras que al cabrón de Linford le dan una medalla.
– Bueno, nosotros al menos podemos comer sólido -comentó ella tirando el tenedor al plato.
40
– ¿Por qué me has citado aquí? -preguntó Rebus.
Iban por un camino helado del parque del tanatorio de Warriston. Big Cafferty llevaba una cazadora de aviación de cuero negro con cuello de piel y la cremallera cerrada hasta arriba.
– ¿No recuerda que dimos juntos un paseíto hace años?
– Por el lago de Duddingston -dijo Rebus asintiendo con la cabeza-. Sí que me acuerdo.
– ¿Y no recuerda lo que le dije? Rebus pensó un instante.
– Dijiste que somos una raza cruel, pero que también nos complace sufrir.
– Nos crecemos en la derrota, Hombre de paja, y ahora con el Parlamento seremos dueños de nuestros destinos por primera vez en tres siglos.
– ¿Y qué?
– Que ha llegado tal vez la hora de mirar al futuro y olvidar el pasado -respondió Cafferty deteniéndose. Su hálito salía en forma de vapor gris-. Pero usted… es incapaz de olvidar el pasado, ¿verdad?
– ¿Me has traído al parque de un tanatorio para decirme que vivo anclado en el pasado?
Cafferty se encogió de hombros.
– Que todos tengamos que convivir con el pasado no significa que tengamos que vivir en él.
– ¿Es un recado de Bryce Callan?
Cafferty le miró.
– Sé que anda detrás de Barry Hutton. ¿Cree que logrará algo?
– A veces sucede.
Cafferty ahogó la risa.
– Bien lo sé por experiencia -comentó reanudando el paseo. Las únicas flores que había eran rosas, en unas ramas podadas, de aspecto frágil y raquítico, hibernando con la promesa de la renovación. «Como nosotros, espinas incluidas», pensó Rebus-. Morag murió hace un año -añadió Cafferty, refiriéndose a su esposa.
– Sí, me enteré.
– Me dijeron que me autorizaban asistir al entierro -dijo Cafferty dando un puntapié a una piedra que fue a parar a un parterre-. No quise ir. Los de la cárcel pensaron que me había endurecido -añadió con una sonrisa irónica-. ¿Usted qué cree?
– Que tenías miedo.
– Quizá fuera eso -dijo mirándole otra vez-. Bryce Callan no perdona igual que yo, Hombre de paja. Usted logró encerrarme y sigue en ello, pero ahora Bryce sabe que anda detrás de Barry y tendrá que ponerle fuera de juego.
– Con lo cual también se la juega.
– No es tan idiota. No olvide que donde no hay cadáver no hay crimen.
– ¿Me hará desaparecer?
Cafferty asintió con la cabeza.
– Obtenga buenos resultados o no -contestó deteniéndose-. ¿Es eso lo que busca?
Rebus se detuvo igualmente y miró a su alrededor como quien lo ve todo por última vez.
– ¿Y a ti qué más te da?
– A lo mejor es que me agrada verle vivo.
– ¿Por qué?
– ¿Quién, si no, se ocupa de mí? -replicó Cafferty ahogando la risa.
Rebus vio a lo lejos el coche del gánster, el Jaguar gris, y al lado, al Comadreja, sin atreverse a recostarse en él, moviendo alternativamente los pies para calentárselos.
– A propósito de que sin cadáver no hay crimen… ¿dónde está Rab Hill?
Cafferty le miró.
– Sí, ya sé que ha estado preguntando por él.
– Es Rab el que tiene cáncer, no tú. Le hicieron los análisis y al volver comunicó la noticia a su buen amigo -Rebus hizo una pausa- y tú manipulaste las radiografías.
– En el Servicio de Salud no pagan a los médicos ni la mitad de lo que deberían -replicó Cafferty.
– Sabes que lo demostraré.
– Es un policía vengativo y contra eso nada puede un pobre ciudadano como yo.
– Tal vez podría aflojar un poco -dijo Rebus.
– ¿A cambio de…?
– De que testifiques contra Bryce Callan. Tú estabas allí en el setenta y nueve y sabes lo que sucedió.
– No, así no -dijo Cafferty.
– Pues ¿cómo, entonces?
Cafferty hizo caso omiso de la pregunta.
– Esto es un lugar muy frío, ¿verdad? Cuando me entierren quiero que sea en un sitio más cálido.
– Tú iras a un sitio más caliente -dijo Rebus-. Demasiado, tal vez.
– Y usted con los ángeles, ¿no? -iban camino del coche y Rebus se detuvo; había dejado el Saab al otro lado de la capilla. Cafferty, sin mirarle, siguió andando despidiéndole con un leve gesto-. El próximo entierro a que vaya será seguramente el suyo, Hombre de paja. ¿Qué desea como epitafio?
– ¿Qué te parece «Murió apaciblemente durante el sueño a la edad de noventa años», por ejemplo?