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Llamó a Rebus y se encontraron en Cramond. Los árboles frondosos del suburbio, ahora desnudos, le daban un aspecto desolado. Hablaban en la acera junto al BMW de Linford, quien acababa de informar a Rebus de sus indagaciones.

– ¿Y tú? -dijo Linford-. ¿Qué tal te fue en Saint Andrew?

– Bien. Di un paseo por la playa.

– ¿Y qué?

– ¿Qué de qué?

– ¿Hablaste con Billie Collins?

– A eso fui.

– ¿Y qué?

– No arrojó mucha luz sobre el asunto.

Linford le miró.

– No piensas decirme nada, ¿verdad? Aunque ella se hubiera confesado culpable yo sería el último en saberlo.

– Es mi modo de trabajar.

– ¿Guardarte las cosas para ti? -replicó Linford alzando la voz.

– Estás muy alterado, Derek. ¿No follas últimamente?

– ¡Jódete! -contestó Linford enrojeciendo.

– Vamos, vamos, puedes superar eso.

– Pero no quiero. No te lo mereces.

– Eso sí es una respuesta.

Rebus encendió un cigarrillo y comenzó a fumar en un silencio nada cordial. Seguía viendo Saint Andrew tal como era hacía ya casi medio siglo, consciente de que representaba una especie de prodigio sin saber exactamente cuál. No encontraba palabras para expresarlo; era como si lo perdido y lo perdurable se hubieran mezclado formando una nueva entidad mixta en la que cada una participase de la otra.

– ¿Vamos a hablar con ella?

Rebus suspiró, dio una calada y al ver que el humo iba a parar al rostro de Linford, pensó que tenía el viento a su favor.

– Pues, sí -dijo-, ya que estamos aquí.

– Da gusto ver tu entusiasmo. Seguro que a nuestros respectivos jefes les encantará.

– Vaya, a mí siempre me ha preocupado lo que piensan los jefes -replicó Rebus mirándole-. ¿Es que no te das cuenta de que yo soy lo mejor que podía haberte pasado? -Linford soltó una carcajada-. A ver, si no. Caso resuelto: tú te llevas los laureles. Caso no resuelto: me echas a mí la culpa. De una manera u otra no habrá discordancias entre tu jefe y el mío porque eres su niño bonito -añadió tirando el cigarrillo-. Cada vez que me niegue a compartir información contigo anótalo, así tendrás argumentos; y cada vez que te cabree o me salga por la tangente lo apuntas también.

– ¿A qué viene todo esto? ¿Es que te gusta el papel de paria?

– El paria no soy yo, hijo. Piénsalo -replicó Rebus-. Vamos a ver a la dama viuda -añadió desabrochándose la chaqueta y arrastrando las palabras como un vaquero del oeste.

Les abrió Hamish Hall, el portavoz de Roddy Grieve.

– Ah, hola de nuevo -dijo haciéndoles pasar.

Era un bonito chalet de ladrillo de los años treinta con un vestíbulo al que daban muchas puertas que Hall dejó atrás para conducirles a través del comedor hasta una ampliación nueva con un invernadero mucho más bonito, como advirtió Linford, que el del centro de ancianos. En un rincón zumbaba con brío un calefactor eléctrico. El mobiliario era de bambú, incluida la mesa con sobre de vidrio a la que estaban sentadas Seona Grieve y Jo Banks ante un montón de papeles. Las pocas macetas con plantas estaban muy bien cuidadas.

– Ah, hola -dijo Seona Grieve.

– ¿Quieren café? -preguntó Hamish Hall. Los dos dijeron que sí con la cabeza y él se dirigió a la cocina.

– Siéntense donde puedan -dijo Seona Grieve al tiempo que Jo Banks se levantaba a quitar periódicos y carpetas de un par de sillas.

Rebus cogió una carpeta y vio que decía: «Perspectivas. Orientaciones para los futuros candidatos al Parlamento escocés». En el margen había anotaciones manuscritas, seguramente del propio Roddy Grieve.

– ¿A qué se debe el placer? -preguntó Seona Grieve.

– Venimos a hacerle unas simples preguntas de seguimiento -respondió Linford sacando el bloc del bolsillo.

– Hemos sabido que va a ponerse los zapatos de su esposo -añadió Rebus.

– Mi pie es más pequeño que el suyo -replicó ella.

– Es posible -prosiguió Rebus- pero a nosotros nos falta un móvil del crimen y el inspector Linford cree que usted nos facilita uno.

Linford fue a protestar pero Jo Banks se le adelantó.

– ¿Creen que Seona iba a matar a Roddy para ocupar su candidatura? ¡Es absurdo!

– ¿Ah, sí? -dijo Rebus rascándose la nariz-. No sé, yo más bien me inclino por la hipótesis del inspector Linford. Constituye un móvil. ¿Había pensado en presentarse antes?

– ¿Se refiere a antes de que asesinaran a Roddy? -preguntó la viuda enderezando la espalda.

– Sí.

Seona Grieve reflexionó un instante y asintió con la cabeza.

– Sí, creo que sí.

– ¿Y por qué no lo hizo?

– Pues, no lo sé.

– Esto no puede tolerarse -terció Jo Banks, pero Seona Grieve le tocó ligeramente en el brazo.

– Déjalo, Jo. Será mejor que disipemos sus dudas -añadió fulminando a Rebus con la mirada-. Me decidió a ello pensar que cualquiera de los otros candidatos, Ure, Mollison o Bone, asumiría la candidatura de Roddy… Pensé que yo podía hacerlo, quizá mejor que ninguno de los tres, así que ¿por qué no probar?

– Es lo mejor que has podido hacer en memoria de Roddy -comentó Jo Banks-. Es lo que él habría deseado.

Sonaba a frase preparada y Rebus se preguntó si no habría sido Jo Banks quien se lo había sugerido a la viuda. Podría ser…

– Comprendo sus sospechas, inspector -añadió Seona Grieve-, pero de haber querido, habría podido presentar mi candidatura sin que a Roddy le importase. No necesitaba matarle para ello.

– Sí, pero el caso es que él ha muerto y usted está aquí.

– Aquí estoy -repitió ella.

– Con el apoyo de todo el partido -añadió Joe Banks-. Por tanto, si piensan hacer alguna imputación…

– Únicamente quieren descubrir quién mató a Roddy, ¿no es eso, inspector? -dijo Seona Grieve.

– Entonces, estamos aún del mismo lado, ¿no?

Rebus asintió otra vez con la cabeza, pero vio por la expresión de Jo Banks que no se quedaba muy convencida.

Cuando llegó Hall con el café en una bandeja Seona Grieve preguntó si hacían progresos en la investigación y Linford respondió con la palabrería habitual de que «seguían pistas» y que «aún no habían concluido las indagaciones», pero, pese a sus esfuerzos, las explicaciones no les parecieron muy convincentes. Seona Grieve cruzó una mirada con Rebus y ladeó la cabeza como dándole a entender lo que pensaba y se volvió hacia Linford para interrumpirle.

– Inspector, me da la impresión de que han avanzado muy poco.

– Van dando palos de ciego -añadió Jo Banks.

– En cualquier caso, confiamos en que… -comenzó a replicar Linford.

– Ah, sí claro. Ya veo que rebosa confianza. Por eso han venido aquí. Inspector Linford, yo soy profesora y he visto muchos alumnos que, igual que usted, acaban los estudios convencidos en lo más profundo de su ser de que podrán hacer lo que se han propuesto. Muchos se desengañan enseguida. Pero usted… -añadió esgrimiendo un dedo antes de volverse hacia Rebus, que soplaba el café para enfriarlo- a diferencia del inspector Rebus…

– ¿Qué? -inquirió Linford.

– El inspector Rebus ya no confía demasiado en nada. ¿No es verdad? -Rebus siguió soplando el café sin contestar-. El inspector Rebus está harto y desengañado de casi todo. Weltscbmerz. ¿Sabe lo que es, inspector?

– Creo que comí un poco la última vez que estuve en el extranjero -replicó Rebus.

– Cansado del mundo -añadió ella con una sonrisa de conmiseración.

– Pesimismo -agregó Hall.

– Usted no vota, ¿verdad, inspector? -prosiguió Seona Grieve-. Lo encuentra absurdo.

– Yo estoy a favor de los planes de creación de empleo -replicó Rebus, y Jo Banks lanzó una especie de silbido al tiempo que Hall emitía un bufido campechano-. Pero hay algo que no acabo de entender. ¿A quién recurro: al miembro del Parlamento escocés, al miembro del Parlamento escocés en la lista, al miembro del Parlamento por circunscripción o tal vez al diputado al parlamentario europeo? Eso es lo que quiero decir con creación de empleo.

– Yo no sé para qué me molesto -dijo Seona Grieve con voz queda cruzando las manos en el regazo.

– Porque es lo lógico -comentó Jo Banks tocándole la mano.

Seona Grieve miró a Rebus con lágrimas en los ojos y él desvió la mirada.

– Tal vez no sea el momento más adecuado -añadió-, pero usted nos informó de que su marido no bebía y tengo entendido que en cierto momento de su vida tuvo problemas con la bebida.

– ¡Por Dios santo! -exclamó Jo Banks entre dientes.

– Han hablado con Billie -añadió Seona Grieve sonándose.

– Sí -dijo Rebus.

– Ella trata de ensuciar el nombre de un difunto -balbució Jo Banks.

– Mire, señorita Banks, el problema es que no sabemos qué hizo Roddy Grieve en las horas anteriores a su muerte -dijo Rebus mirándola-. Hasta el momento nos consta que estuvo en un pub bebiendo a solas. Y necesitamos saber si era eso, un bebedor solitario, para así tal vez dejar de perder el tiempo intentando localizar a esos amigos con los que nos han dicho que salió a tomar unas copas.

– Déjalo, Jo -dijo Seona Grieve con voz tranquila-. El decía que necesitaba a veces salir solo -añadió dirigiéndose a Rebus.

– ¿Adonde habría podido ir?

– Nunca me decía dónde iba -respondió ella.

– ¿Y cuando pasaba las noches fuera de casa…?

– Supongo que dormiría en algún hotel o en el coche.

Rebus asintió con la cabeza y ella debió de leerle el pensamiento.

– Yo no creo que fuese el único que hace eso, inspector.

– Es posible -añadió él, que a veces se despertaba en el coche en cualquier carretera perdida sin saber dónde estaba-. ¿Tiene algo más que decirnos?

Ella negó despacio con la cabeza.

– Lo siento -añadió él-. De verdad que lo siento.

Dejó la taza de café en la mesa, se levantó y salió del cuarto.