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– Tal vez -comentó Rebus revolviendo entre los objetos de la mesa.

Siobhan cruzó los brazos y le miró enojada, pero él no lo advirtió. Abrió la bolsita de pan y sacó la maquinilla de afeitar, un trozo de jaboncillo y un cepillo de dientes.

– Era un hombre organizado -comentó-. Se agenció un neceser para su higiene personal.

– Es como si representara un papel -añadió ella.

Rebus alzó la vista al notar el tono que había empleado.

– ¿Qué sucede? -preguntó.

– Nada -replicó ella, pensando: «Es mi caso, mi mesa».

Rebus cogió la fotografía hecha en comisaría.

– ¿Por qué le detuvieron?

Ella se lo explicó y él se echó a reír.

– La pista se remonta sólo hasta mil novecientos ochenta, fecha de nacimiento de «Chris Mackie».

– Habla con Hood y Wylie, que están comprobando las personas desaparecidas en el setenta y ocho y el setenta y nueve.

– Sí, a lo mejor.

– Pareces cansada. ¿Qué tal si te invito a cenar?

– ¿Para hablar de trabajo? Pues vaya cambio…

– Yo tengo un repertorio de temas de conversación muy variado.

– Dime tres.

– Los bares, el rock «progre» y…

– No te esfuerces.

– La historia de Escocia. Últimamente he estado leyendo.

– No me digas. Además, los bares donde tú vas a charlar, no es un tema de tu conversación.

– Te hablaré sobre ellos.

– Estás obsesionado.

– ¿Quién es este señor Sithing? -preguntó Rebus, que hojeaba los mensajes.

Ella puso los ojos en blanco.

– Se llama Gerald y se presentó esta mañana. No será el único ni el último.

– ¿Tenía mucho interés en hablar contigo?

– Una vez y basta.

– Cruje la madera y salen los monstruos, ¿no es eso?

– Tengo la impresión de que citas alguna canción.

– No es una canción, es un clásico. Bueno, ¿quién es este Sithing?

– El jefe de un grupo de chiflados que se denominan a sí mismos Caballeros de Rosslyn.

– ¿El Templo de Rosslyn?

– Eso mismo. Dice que Supertramp era un acólito.

– No parece verosímil.

– No, aunque creo que sí se conocían. Lo que no veo claro es que Mackie le dejara el dinero al señor Sithing.

– ¿Quiénes son los Caballeros de Rosslyn?

– Unos que creen que hay algo enterrado bajo el suelo de la iglesia y que cuando llegue el nuevo siglo se revelará y ellos serán los primeros en saberlo.

– Yo estuve allí el otro día.

– No sabía yo de tu interés por Rosslyn.

– No es eso. Es que Lorna Grieve vive en los alrededores -dijo Rebus, que había fijado su atención en el periódico que Mackie llevaba en la bolsa-. ¿Estaba doblado así? -inquirió.

El periódico estaba mugriento como si lo hubiesen sacado de la basura. Lo habían abierto y doblado por una página interior.

– Creo que sí-contestó ella-. Sí, ya estaba así de arrugado.

– No, Siobhan, arrugado no. Mira el artículo por el que está abierto.

Ella miró y vio que era la noticia sobre «el cadáver de la chimenea». Le arrebató el diario y lo desplegó.

– Podría ser por otro cualquiera de éstos.

– ¿Cuál? ¿Ese de la congestión de tráfico o el del médico que receta Viagra?

– Sin dejarte el anuncio sobre la Nochevieja en Count Kerry -dijo ella mordiéndose el labio inferior y pasando hojas hasta la primera página en la que aparecía la noticia del asesinato de Roddy Grieve.

– ¿Ves tú algo que a mí se me escapa? -preguntó pensando en las palabras del jefe: «Anda buscando algo que seguramente no existe».

– A mí me parece que a Supertramp le interesaba lo de Mojama. Deberías interrogar a los que lo conocieron.

Rachel Drew del albergue, Dezzi, la que calentaba la hamburguesa en el secador de los servicios, y Gerald Sithing. No era una perspectiva muy halagüeña.

– Tenemos en Queensberry House un cadáver de finales del setenta y ocho o de principios del setenta y nueve -dijo Rebus-. Un año más tarde nace Supertramp -añadió alzando un dedo de la mano derecha-. Y, de pronto, Supertramp decide suicidarse al leer en el periódico que ha aparecido un cadáver en una chimenea -alzó un dedo de la mano izquierda y lo juntó con el otro.

– Ten cuidado, que eso es una grosería en algunos países -comentó ella.

– ¿No encuentras cierta relación? -parecía decepcionado.

– Siento jugar a Sully contigo, Mulder, pero ¿no será que ves conexiones en este caso porque en el tuyo no vislumbras ninguna solución?

– Lo que en otras palabras significa: «No metas la nariz en mis asuntos, Rebus».

– No, es que yo… -dijo ella frotándose la frente-. Yo sólo sé una cosa.

– ¿Cuál?

– Que no he comido nada desde el desayuno -respondió mirándole-. ¿Sigue en pie esa invitación?

20

Comieron en el Pataka's de Causewayside. Ella le preguntó por su hija y Rebus le explicó que estaba en el sur en tratamiento con un fisioterapeuta, pero que no había novedades dignas de mención.

– ¿Pero se recuperará?

Hablaban del atropello de Sammy; el conductor se había dado a la fuga. A consecuencia de ello, su hija estaba en una silla de ruedas. Rebus asintió con la cabeza sin decir más por no tentar al destino.

– ¿Cómo está Patience?

Rebus se sirvió más lentejas aunque ya había comido bastante y Siobhan repitió la pregunta.

– Curiosilla sinvergüenza -replicó él.

Ella sonrió recordando que la mendiga le había dicho lo mismo.

– Perdona, creí que, por la edad, empezaba a fallarte el oído.

– No, te he oído perfectamente -dijo él levantando un tenedor con lentejas pero sin llevárselo a la boca; lo dejó en el plato.

– A mí me pasa lo mismo -dijo Siobhan-. Como demasiado en los restaurantes indios.

– Yo como demasiado siempre.

– ¿Así que habéis roto? -preguntó Siobhan tapándose la cara con el vaso de vino.

– Amigablemente.

– Lo siento.

– ¿Cómo deseabas que rompiésemos?

– No, lo digo porque parecíais… -dijo mirando el plato-. Perdona, no digo más que tonterías. A ella sólo la conozco de tres o cuatro veces y me pongo a pontificar.

– No te pareces en nada a un pontífice.

– Te agradezco que lo digas -dijo ella mirando el reloj-. No está mal, dieciocho minutos sin hablar de trabajo.

– ¿Es una nueva marca? -comentó él apurando la cerveza-. De tu vida privada casi no hemos hablado. ¿Has vuelto a ver a Brian Holmes?

Siobhan negó con la cabeza y miró inquieta a su alrededor. Había otras tres parejas y un matrimonio con dos hijos. Sonaba música étnica a un volumen que no impedía hablar, aunque garantizaba la intimidad de la conversación.

– Le he visto un par de veces desde que dejó el Cuerpo y luego he perdido su rastro -respondió ella encogiéndose de hombros.

– Según me dijeron, se marchó a Australia con idea de quedarse -dijo Rebus apartando comida hacia el borde del plato-. ¿Tú no crees que deberíamos tratar de investigar si hay relación entre Supertramp y Queensberry House?

Siobhan imitó el ruido de una chicharra y volvió a mirar el reloj.

– Veinte minutos. Has defraudado al equipo, John.

– Venga ya.

– Puede que tengas razón -dijo ella recostándose en el asiento-. Pero el jefe sólo me da un par de días más.