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– Bueno, ¿qué otras pistas tienes?

– Ninguna -respondió ella-. Sólo un montón de chalados y cazafortunas que no me sirven.

Apareció el camarero para preguntarles si querían más bebida. Rebus miró a Siobhan.

– Yo he venido en coche -comentó él-, pero tú puedes pedir.

– Bueno, pues tomaré otro vaso de vino blanco.

– Y otra cerveza para mí -dijo Rebus señalando la vacía al camarero-.Sólo es la segunda que tomo y no se me nubla la visión hasta la cuarta o la quinta -añadió para Siobhan.

– Pero habías bebido antes. Lo olí.

– ¡Bien por los caramelos de menta extrafuertes!… -farfulló Rebus.

– ¿Cuánto tardará en afectar a tu trabajo?

– ¿Tú también, Siobhan? -dijo él mirándola enfadado.

– Es algo que me pregunto -añadió ella sin pedirle disculpas.

– Puedo dejar de beber mañana -replicó él encogiéndose de hombros.

– Pero no lo harás.

– No, no lo haré. Ni dejaré de fumar, ni de decir tacos, ni de hacer trampa en los crucigramas.

– ¿Haces trampa en los crucigramas?

– Como todo el mundo -respondió él mirando a una de las parejas que se levantaba para marcharse. Salieron cogidos de la mano-. Qué gracia -dijo.

– ¿El qué?

– Al marido de Lorna Grieve también le interesa Rosslyn.

– Vaya manera de cambiar de tema… -comentó ella con un bufido.

– Figúrate si estaría interesado que compraron una casa en el pueblo -prosiguió él.

– ¿Y qué?

– Puede que conozca al señor Sithing y que sea incluso miembro de los Caballeros.

– ¿Y qué?

– Pareces un disco rayado, ¿sabes? -replicó él mirándola hasta que ella musitó un «perdona» antes de dar un sorbo de vino-Ese interés por Rosslyn conecta a Supertramp con mi caso de homicidio. Y el mendigo también podría haber tenido algún interés por Queensberry House.

– ¿Vas a hacer un solo caso de tres?

– Lo único que digo es que hay…

– Conexión, ya. Los típicos seis grados de diferencia.

– ¿Los típicos, qué?

– Bueno, a ti no te dice nada porque no es de tu época -replicó ella mirándole-. Todos los habitantes de la tierra están relacionados con otra persona por seis únicos enlaces -añadió ella haciendo una pausa-. Estoy convencida de ello.

Al llegar el segundo vaso de vino Siobhan apuró el primero.

– Al menos valdría la pena hablar con Sithing.

– A mí me causó muy mala impresión -dijo ella arrugando la nariz.

– Puedo acompañarte, si quieres.

– ¿Qué es lo que quieres, subirte a mi caso? -dijo ella sonriendo para hacerle ver que bromeaba. Aunque, en el fondo, no estaba segura.

Después de la cena Rebus le preguntó si le apetecía tomarse la última en Swany's pero ella negó con la cabeza.

– No quiero inducirte a la tentación.

– Entonces te acompaño a casa -dijo Rebus dirigiéndose al Saab y haciendo un gesto de despedida en dirección a las potentes luces del bar propuesto.

Una aguanieve rasante azotaba Causewayside. En cuanto subieron al coche encendió el motor y comprobó que la calefacción estaba al máximo.

– ¿Has visto el tiempo que ha hecho hoy?

– ¿Por qué?

– Pues porque ha hecho frío, ha llovido y hemos tenido viento y sol. Cuatro estaciones en una, por así decir.

– Está claro que Edimburgo da mucho juego -comentó él-. Ah, mira -añadió estirando el brazo hacia la guantera; notó que ella se ponía tensa como si fuera a tocarla. Sonrió y sacó un casete-. Un regalito para ti.

Siobhan se estremeció. Pensó que había querido meterle mano, a ella, que tenía casi la edad de su hija Sammy.

– ¿Qué es? -preguntó.

A Rebus le pareció que se había ruborizado pero no podía asegurarlo por la poca luz del coche. Le tendió la funda del casete.

– Crime of the Century [Crimen del siglo] -leyó ella en voz alta.

– Cuando Supertramp estaba en su mejor momento -dijo Rebus.

– Te gusta mucho esta música antigua, ¿eh?

– Y la de la cinta de The Blue Nile que me diste. Seré un carcamal si quieres, pero tratándose de rock no tengo prejuicios.

Fueron a la ciudad nueva. Rebus iba pensando que vivían en una ciudad dividida: la ciudad vieja al sur y la nueva al norte. Dividida además entre el sector este (Hibs FC) y el oeste (Hearts). Una ciudad definida tanto por el pasado como por el presente y que sólo en ese momento, con la construcción del Parlamento, miraba al futuro.

– Crime of the Century -repitió Siobhan-. ¿Qué te sugiere, el del diputado asesinado o mi misterioso?

– No olvides el cadáver de la chimenea. ¿Cuál es tu calle?

– Broughton.

Contemplaban los edificios y los peatones, atentos también a los otros coches que paraban junto a ellos en los semáforos; instinto de polis. La mayoría de la gente se limitaba a vivir su vida, mientras que la vida de un agente de policía formaba parte de la de otras personas. Las calles de Edimburgo estaban tranquilas; era aún pronto para que deambularan los borrachos y el frío retenía a la gente en casa.

– Esta época del año es tremenda para los sin techo -comentó Siobhan.

– Tendrías que ver las celdas en la época de Navidad; los encierran a casi todos.

– No lo sabía -dijo ella mirándole.

– Porque no has estado de servicio en esa época.

– ¿Los detienen?

Rebus negó con la cabeza.

– Son ellos los que piden que los encierren para tener comida caliente; luego los soltamos en Año Nuevo.

– Dios, las navidades -comentó ella reclinándose en el reposacabezas.

– ¿Te parecen una tontería?

– Mis padres siempre quieren que las pase con ellos.

– Diles que estás de servicio.

– Sería mentirles. ¿Tú qué planes tienes?

– ¿Estas navidades? -replicó él pensándolo-. Si me proponen un cambio de turno en Saint Leonard seguramente lo aceptaré. El día de Navidad se pasa muy bien en comisaría.

Ella le miró sin decir nada hasta avisarle que doblara en la siguiente calle a la izquierda. Delante de su casa no había sitio para aparcar; Rebus detuvo el Saab junto a un todoterreno negro reluciente.

– No me digas que es tuyo.

– Para nada.

– Bonita calle -comentó él mirando las casas.

– ¿Quieres tomar un café?

Rebus reflexionó un instante recordando cómo se había puesto tensa. ¿Sería por algo relacionado con el concepto que tenía de él, o era un simple problema de Siobhan?

– De acuerdo -contestó al fin.

– Más allá tienes un hueco -dijo ella.

Rebus hizo marcha atrás cincuenta metros y aparcó junto al bordillo. Siobhan vivía en el segundo. El piso estaba perfectamente ordenado, tal como él se lo había imaginado y le agradó ver que había acertado. Adornaban las paredes grabados y carteles de exposiciones de arte, todo bien enmarcado. Tenía una estantería de discos compactos y un buen aparato de música. Además de varios estantes con vídeos, casi todos comedias de Steve Martin y Billy Cristal; y libros: Kerouac, Kesey, Camus y muchos textos jurídicos. Había un sofá verde de dos plazas de diseño funcional y un par de sillones a juego. Por la ventana vio otro piso igual con las cortinas ya echadas y las luces apagadas. Se preguntó si ella no tenía costumbre de correr las cortinas.

Siobhan fue a la cocina a poner el hervidor, y Rebus, una vez terminada la inspección del cuarto, fue a hacerle compañía. Cruzó por delante de la puerta abierta de dos dormitorios y oyó ruido de vasos y cucharillas. Al entrar en la cocina vio que ella abría la nevera.