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Cammo Grieve quería verle y le indicaba lugar y hora. «Si está de acuerdo no hace falta que me llame. Allí nos veremos.»

Bryce Callan hacía tiempo que se había marchado de Edimburgo, pero conocía a alguien que podía informarle, aunque no estaba seguro. Miró el reloj. Se lo había prometido a Wylie y Hood y no era cuestión de fastidiar a los subalternos.

Recordó cómo había fastidiado a Derek Linford y reflexionó al respecto.

Otros diez minutos de The Blue Nile, Walk Across the roogops [Andando por los tejados] y Tinseltown in the Rain [Ciudad de oropel], y decidió que era el momento de dar un paseo, no por los tejados sino en coche. Se dirigió a la poco recomendable zona de Gorgie.

Gorgie era el centro de operaciones de Big Ger Cafferty. Cafferty había sido el gánster más famoso de Edimburgo hasta que Rebus logró encerrarle en la cárcel de Barlinnie. Pero el imperio de Cafferty seguía en pie, quizá aún más floreciente, dirigido por un tipo a quien llamaban el Comadreja. Rebus sabía que el Comadreja estaba al frente de una empresa de taxis en Gorgie, a la que habían prendido fuego tiempo atrás, pero que resurgió de sus propias cenizas. En la entrada había una oficina pequeña, pero el Comadreja tenía el despacho arriba, un despacho que pocos conocían. Eran casi las diez cuando llegó. Aparcó el coche y lo dejó abierto. Lo más probable era que allí estuviese más seguro que en ningún otro sitio de Edimburgo.

En la oficina había un mostrador, una silla y un teléfono, y delante del mostrador un banco para esperar. El que estaba detrás del mostrador miró a Rebus cuando éste entró. Hablaba por teléfono dando detalles sobre un servicio al día siguiente por la mañana de Tollcross al aeropuerto. Rebus se sentó en el banco y cogió el periódico de la víspera. El cuarto estaba revestido de paneles de falsa madera y el suelo era de linóleo. El hombre terminó de hablar por teléfono.

– ¿Qué desea? -preguntó.

Llevaba el pelo negro tan mal cortado que parecía una peluca que no le favoreciera y en la nariz se apreciaban los golpes del pasado. Tenía los ojos estrechos, almendrados y los dientes que le quedaban estaban torcidos.

Rebus miró a su alrededor.

– Creí que el dinero del seguro daría para más.

– ¿Cómo?

– Quiero decir que no está mucho mejor que cuando Tonny Telford le pegó fuego.

– ¿Qué quiere? -sus ojos menguaron hasta ser dos meras rendijas.

– Quiero ver al Comadreja.

– ¿A quién?

– Escucha, si no está arriba me lo dices, pero no me mientas porque me da la impresión de que lo notaría y no iba sentarme muy bien -dijo Rebus enseñándole el carnet y dirigiéndolo hacia la cámara del vídeo de seguridad que había en un rincón.

Por un altavoz de la pared se oyó decir:

– Henry, que suba el señor Rebus.

Había dos puertas al final de la escalera, pero sólo una de ellas estaba abierta. Daba paso a un pulcro despachito con fax y fotocopiadora, un escritorio con un portátil y el monitor del vídeo de seguridad, más una segunda mesa en la que estaba el Comadreja. Su aspecto era el de siempre, insignificante, pero era quien mandaba en aquella zona de Edimburgo hasta que Big Ger saliera de la cárcel. Peinaba su escaso pelo grasiento hacia atrás desde una frente protuberante y la mandíbula huesuda y la boca pequeña daban a su cara ese aspecto alargado que hacía honor a su apodo.

– Siéntese -dijo.

– Me quedaré de pie -dijo Rebus disponiéndose a cerrar la puerta.

– Déjela abierta.

Rebus apartó la mano de la manija y reflexionó un instante. Notó que la atmósfera estaba cargada y olía a humanidad; luego se acercó a la puerta contigua y llamó tres veces con los nudillos.

– ¿Qué tal estáis, muchachos? -la abrió y vio tres hombres alerta-. No voy a tardar mucho -dijo cerrando antes de volver al despacho del Comadreja, que cerró también para quedar los dos a solas.

Al sentarse vio junto a la pared unas bolsas de compra con botellas de whisky.

– Lamento aguaros la fiesta -dijo.

– ¿Qué es lo que desea, Rebus? -dijo el Comadreja con las manos apoyadas en los brazos del sillón como dispuesto a incorporarse de un salto.

– ¿Estabas tú aquí a finales de los setenta? Sé que tu jefe sí. Pero por entonces el negocio era poca cosa y él comenzaba a hacer sus pinitos. ¿Tú estabas ya con él?

– ¿Qué quiere saber?

– Creo que te lo he dicho. Quien partía el bacalao en aquella época era Bryce Callan. No me irás a decir que no sabes quién es.

– Le conozco de oídas.

– Cafferty fue durante un tiempo su fuerza muscular. ¿Lo recuerdas o no? -añadió Rebus ladeando la cabeza con gesto de suficiencia-. Se me ocurrió que era mejor preguntártelo a ti que viajar hasta Barlinnie y hacer perder el tiempo a tu jefe.

– ¿Qué quiere preguntarme? -replicó el Comadreja quitando las manos de los brazos del sillón.

Se relajó al ver que el interés de Rebus era por un asunto del pasado y no por algo actual. Pero Rebus sabía que al más mínimo movimiento en falso por su parte, el Comadreja chillaría y entrarían sus hombres en tromba, garantizándole, cuando menos, un viaje a Urgencias.

– Algo sobre Bryce Callan. ¿Tuvo algún enfrentamiento con un constructor llamado Dean Coghill?

– ¿Dean Coghill? -repitió el Comadreja frunciendo el entrecejo-Nunca he oído ese nombre.

– ¿Seguro?

El Comadreja dijo que sí.

– A mí me han dicho que Callan le daba quebraderos de cabeza.

– ¿De eso hace veinte años? -preguntó el Comadreja y aguardó a que Rebus se lo confirmara-. Entonces, ¿qué diablos tiene que ver conmigo? ¿Por qué tengo que decirle nada?

– Por el aprecio que me tienes.

El Comadreja resopló pero Rebus vio que su expresión cambiaba. Se volvió mirando al monitor pero era demasiado fuerte. Oyó fuertes pisadas lentas en la escalera y la puerta se abrió. El Comadreja se puso en pie y salió de detrás de la mesa. Rebus también se levantó del asiento.

– ¡Hombre de paja! -tronó la voz estentórea de Big Ger Cafferty. Llevaba un traje de seda azul y una camisa blanca impecable con los dos primeros botones desabrochados-. Lo que me faltaba para completar el día.

Rebus se había quedado de piedra; por segunda o tercera vez en su vida no sabía qué decir. Cafferty cruzó la puerta llenando el cuarto y pasó rozándole con la agilidad de un felino. Tenía el cutis pálido y arrugado como el de un rinoceronte blanco y el pelo plateado. Al agacharse de espaldas a Rebus, su cabeza apepinada casi desapareció en el cuello de la camisa; al incorporarse sostenía una botella de whisky en la mano.

– Tú y yo vamos a dar un paseíto -dijo cogiendo a Rebus del brazo y llevándole hacia la puerta.

Rebus, sin salir de su asombro, le dejó hacer.

Hombre de paja era como Cafferty llamaba a Rebus.

El coche era un BMW negro de la serie 7. Al lado del chófer iba otro de no menor envergadura y, en el asiento trasero, Cafferty y Rebus.

– ¿Adónde vamos?

– No tengas miedo, Hombre de paja -dijo Cafferty dando un trago de whisky, pasándole la botella y eructando ruidosamente. Iban con las ventanillas ligeramente abiertas y el aire azotaba los oídos de Rebus-. Es simplemente un viajecito sorpresa -añadió Cafferty mirando por la ventanilla-. He estado un tiempo fuera y me han dicho que esto ha cambiado. Por Morrison Street hasta la circunvalación oeste -dijo al chófer- y luego a Leith por Holyrood si quieres. Las obras de renovación son música para mis oídos.

– No olvides el nuevo museo.

– ¿Qué puede interesarme un museo a mí? -replicó Cafferty mirándole y tendiendo la mano para que Rebus le pasara la botella. Rebus dio un sorbo y se la entregó.