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Wylie había ido preparada y, aparte de la linterna, llenaba dos termos con sopa y té y se había provisto de botas con calcetines de lana, una bufanda y tenía puesta la capucha de la trenca color verde oliva. Pero se le estaban quedando heladas las orejas y las rodillas porque el calor de la estufa eléctrica de una sola resistencia apenas irradiaba más allá de quince centímetros.

– Iríamos más rápido abriendo la puerta -replicó.

– ¿Pero no oyes el viento que hace? Se nos volaría todo.

La señora Coghill, preocupada por ellos, les llevó café y galletas; el único consuelo que tenían eran las interrupciones para ir al váter, y al entrar en la casa, con calefacción central, les daban ganas de quedarse dentro. Grant hizo un comentario sobre la última incursión de Wylie al interior y ella le replicó que no sabía que la controlaba.

La discusión sobre la puerta había sido después.

– ¿Has encontrado algo? -preguntó él por enésima vez.

– Lo sabrías de inmediato -contestó ella entre dientes.

De nada servía no hacerle caso porque él volvería a preguntar.

– Lo que hay aquí es muy reciente -protestó Hood dando un manotazo a un montón de papeles que había sobre una caja de té, que cayeron al suelo.

– Vaya manera de buscar -musitó Wylie pensando en que si sacaban fuera lo revisado tendrían más sitio y de paso sabrían lo que estaba acabado… Pero se volaría todo.

– No sé mucho de esto -añadió él haciendo una pausa y sirviéndose un té-, pero me parece que la documentación de la empresa de Coghill está muy desorganizada a juzgar por lo que veo.

– Tuvo problemas con el IVA -comentó Hood.

– También con los trabajadores temporales que contrataba.

– Lo cual complica la búsqueda -añadió Hood acercándose y agradeciéndole la taza de té con una inclinación de cabeza.

Llamaron a la puerta y entró alguien.

– ¿Queda café? -preguntó Rebus señalando el termo.

– Media taza -respondió Wylie.

Rebus miró las tazas vacías y cogió la más limpia para que Wylie le sirviera.

– ¿Cómo va la búsqueda? -preguntó Rebus.

– Aparte del viento, ¿no? -dijo Hood tras cerrar la puerta con gesto elocuente.

– El frío es saludable -replicó Rebus arrimándose a diez centímetros del calentador.

– No avanzamos mucho -dijo Wylie-. El mayor problema de Coghill es que lo hacía todo él.

– Si hubiese tenido un buen jefe de personal…

– Ahora sabríamos dónde buscar -añadió Wylie.

– A lo mejor eliminó papeles -comentó Rebus-. ¿Hasta qué fecha habéis encontrado papeles?

– El problema es que no tiraba nada, señor; guardaba todos los papelitos -dijo Wylie tendiéndole una carta con membrete de Constructora Coghill.

Rebus la cogió y vio que era un presupuesto de 1969 para la construcción en Joppa de un garaje individual, detallado en libras, chelines y peniques.

– Es que hay que localizar un año entre treinta -añadió Wylie apurando el té y enroscando el vasito en el termo- que es como buscar una aguja en un pajar.

Rebus apuró el café.

– Bueno, no os interrumpo más… -dijo consultando el reloj.

– Si no tiene mucho que hacer, señor, no nos vendrían mal dos manos más.

Rebus miró a Wylie y comprendió que lo decía en serio.

– Tengo otra cita -dijo-. He pasado por aquí para ver cómo iba la búsqueda.

– Muy agradecidos -añadió Hood casi en el mismo tono que su compañera, y volvieron a ponerse manos a la obra en cuanto salió Rebus.

Wylie oyó el motor del coche y tiró los papeles que tenía en la mano.

– Es increíble. Llega tranquilamente, se toma el poco té que hay y se larga tan fresco. Si hubiésemos encontrado alguna cosa, se la habría llevado a la comisaría para recibir los laureles.

– ¿Tú crees? -dijo Hood mirando a la puerta.

– ¿Tú, no? -replicó ella mirándole.

– Él no es así -contestó Hood encogiéndose de hombros.

– ¿A qué ha venido, si no?

– Porque no puede evitarlo -dijo Hood sin dejar de mirar la puerta.

– Es decir, que no se fía de nosotros.

Hood negó con la cabeza y cogió otro archivador.

– Mil novecientos setenta y uno -dijo-. El año en que nací.

– Espero que no le importe que le haya citado aquí -dijo Cammo Grieve abriéndose paso entre unos andamios que había en el suelo para montar o para retirarlos.

– No pasa nada -contestó Rebus.

– Es que buscaba un pretexto para echar un vistazo a esto.

«Esto» era la sede provisional del Parlamento de Escocia en el edificio de la sala capitular de la cumbre del Mound. Trabajaban a buen ritmo y eran ya visibles, entre las vigas de madera del techo, los soportes metálicos para las luces; sobre el primitivo suelo crecía un hemiciclo escalonado estilo anfiteatro. Aún no había sillas ni escritorios, pero en el patio esperaba la estatua de John Knox sin desembalar «para que no se deteriorara», decían, aunque hubo quien comentó que era por no ver su gesto de disgusto por la remodelación en la sede suprema de la Iglesia de Escocia.

– Me han dicho que en Glasgow habían dispuesto un edificio para sede del Parlamento -dijo Grieve chasqueando la lengua y sonriendo-. Como si en Edimburgo fueran a dejarles. De todos modos… -añadió mirando a un lado y a otro- es una lástima no haber esperado a tener lista la sede definitiva.

– Se ve que no es posible esperar tanto -dijo Rebus.

– Por el solo hecho de que a Dewar se le ha metido entre ceja y ceja. Recuerde cómo se cargó la idea de edificarlo en Calton Hill, simplemente por temor a que se convirtiera en «símbolo nacionalista». Ese puñetero es idiota.

– Yo habría preferido Leith -dijo Rebus.

– ¿Por qué? -preguntó Grieve con auténtico interés.

– Por lo mal que está aquí el tráfico, y además para evitar el desplazamiento de prostitutas hasta Holyrood para el desempeño de su oficio.

La carcajada de Cammo Grieve resonó en la sala. Había carpinteros dándole a la sierra y al martillo y un par de obreros silbaba acompañando a una cancioncilla que emitía un transistor. Uno de ellos se golpeó con el martillo y sus maldiciones resonaron en el hemiciclo.

Cammo Grieve miró a Rebus.

– No le ha hecho mucha gracia que le llamase, ¿verdad, inspector?

– Bueno, ya sé que los políticos tienen sus maneras.

Grieve volvió a reírse.

– Me da la impresión de que es mejor que no le pregunte a qué maneras se refiere.

– Va usted mejorando, señor Grieve.

Siguieron caminando y Rebus, que recordaba datos por sus visitas con el CESPP, fue haciendo comentarios para beneficio del parlamentario residente en Londres.

– ¿Así que esto será la Asamblea? -preguntó Grieve.

– Justamente. Hay otros seis edificios, casi todos propiedad del ayuntamiento. Uno albergará los servicios colectivos, un segundo está destinado a los parlamentarios y de los demás ya no me acuerdo.

– ¿Y salas de reuniones para el comité?

Rebus asintió con la cabeza.

– Al otro lado del puente Jorge IV, frente a los despachos de los parlamentarios; conectadas por un túnel.

– ¿Un túnel?

– Para que no tengan que cruzar la calle. Hay que evitar accidentes.

Grieve sonrió. A pesar de todo, Rebus le caía bien.

– Habrá naturalmente un edificio de prensa -aventuró Grieve.

– En Lawnmarket -contestó Rebus.