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– ¿Quién era su tío…?

Hicks volvió a mirarles sorprendido sin acabar de creerse semejante ignorancia.

– Bryce Callan -contestó dando otro martillazo en el ladrillo-. Barry es hijo de su hermana. Tienen buenas influencias, claro. No es de extrañar que el chico haya triunfado.

22

La llamada le llegó a Rebus por el móvil cuando se dirigía con Siobhan a Roslin. Ella conducía, y cuando él terminó de hablar se volvió ligeramente en el asiento.

– Era Grant Hood, por lo del cadáver de la chimenea. Uno de los que trabajaron allí en la época era sobrino de Bryce Callan. Se llama…

– Barry Hutton -añadió ella.

– ¿Has oído hablar de él?

– No llega a los cuarenta años, es soltero y millonario; claro que he oído hablar de él. Salí una noche con un grupo de solteros. De servicio -añadió mirándole-. Dos de las mujeres estuvieron hablando de hombres casaderos y de un artículo de una revista sobre el tal Hutton. Es guapísimo -volvió a mirar a Rebus-. Pero no es un delincuente, ¿verdad? Quiero decir que tiene su empresa y no tiene nada que ver con su tío.

– No -contestó Rebus, que, pese a ello, pensaba en lo que había dicho Cafferty de Bryce Callan: «Que lo cuide su familia» o algo parecido.

Al entrar en Roslin, camino del templo de Rosslyn, Siobhan preguntó a qué se debía esa diferencia del nombre.

– Es otro de los insondables misterios de la iglesia -contestó Rebus-. Probablemente en el fondo de todo se trata de una conjura.

– Quería que la vieran ustedes -dijo Gerald Sithing al recibirlos al fondo del aparcamiento.

Llevaba un chubasquero azul de plástico sobre la chaqueta de tweed y los pantalones de pana marrón deformados. El chubasquero hacía un frufú cada vez que se movía. Estrechó la mano a Rebus pero mantuvo sus distancias con Siobhan.

Por fuera, la iglesia no parecía gran cosa, tapada como estaba con una estructura de planchas metálicas onduladas.

– Tiene que estar cubierta hasta que se sequen las paredes para iniciar las reparaciones -explicó Sithing.

Los hizo pasar y Siobhan Clarke, pese a ir prevenida, no pudo evitar un grito ahogado. El interior era de un lujo equiparable al de una pequeña catedral, lo que hacía resaltar el efecto de la piedra esculpida. Adornaban las crucerías de las bóvedas diversas clases de flores labradas y tenía intrincados pilares y vidrieras. Hacía frío porque las puertas estaban abiertas, y por el verdín del techo se apreciaba que había humedades.

Rebus se detuvo en el centro de la nave y golpeó con el pie las losas del suelo.

– Aquí es donde está la nave espacial, ¿no? Aquí debajo.

Sithing esgrimió un dedo, sin enfadarse, emocionado de hallarse allí.

– El Arca de la Alianza, el cuerpo de Cristo… sí, ya conozco esas historias. Pero lo cierto es que por todas partes hay detalles templarios. Escudos heráldicos e inscripciones…, detalles esculpidos. Está la tumba de William de Saint Clair, que murió en España en el siglo XIV cuando transportaba a Tierra Santa el corazón de Roberto de Bruce.

– ¿No habría sido más fácil enviarlo por correo? A lo mejor ya habría llegado.

– Los templarios -prosiguió Sithing sin irritarse- eran el brazo militar del Priorato de Sión, cuyo propósito era dar con el tesoro del templo de Salomón.

– ¿Viene de ahí el nombre del pueblo que hay cerca de aquí llamado Temple? -aventuró Siobhan.

– Donde existe una iglesia templaria en ruinas -se apresuró a añadir Sithing-. Se dice que la iglesia de Rosslyn es una réplica del templo de Salomón. Los templarios llegaron a Escocia huyendo de la persecución de que fueron víctimas en el siglo XIV.

– ¿Cuál es la fecha de construcción? -preguntó Siobhan extasiada por los tesoros que veía.

– Los cimientos se pusieron en 1446 y la construcción tardó cuarenta años.

– Como algunas empresas constructoras que yo me sé -dijo Rebus.

– ¿Es que no siente nada? -dijo Sithing mirándole-. ¿No siente algo en su cínico corazón?

– Tal vez una ligera indigestión. Gracias por preocuparse -replicó Rebus frotándose el tórax, mientras Sithing se volvía hacia Siobhan.

– Usted sí que lo siente, lo sé -añadió.

– Tengo que confesar que es un lugar impresionante.

– Podría uno pasarse la vida entera estudiándolo sin llegar a desentrañar sus secretos.

– ¿Qué es esa jeta tan fea? -preguntó Siobhan señalando una gárgola.

– El Hombre verde.

– ¿No era un símbolo pagano? -preguntó ella volviéndose hacia Sithing.

– ¡Ahí está el detalle! -exclamó el hombre excitado acercándosele de un salto-. La iglesia es prácticamente un edificio panteísta que alberga todas las religiones, no sólo la cristiana.

Siobhan asintió en silencio. Rebus negó con la cabeza.

– Llamando a la agente Clarke. Llamando a la agente Clarke.

Ella le contestó con una mueca.

– Y esas tallas del techo son plantas del nuevo mundo -dijo Sithing con una pausa para ver el efecto-, labradas cien años antes de que Colón llegase a América.

– Es realmente fascinante -dijo Rebus, aburrido-, pero hemos venido a hablar de otra cosa.

– Es cierto, señor Sithing -dijo Siobhan apartando la vista del Hombre verde-. Le expliqué al inspector Rebus lo que usted me contó y él cree que debemos hablar.

– ¿Sobre Chris Mackie?

– Sí.

– ¿Entonces, admiten que yo le conocía? -preguntó el hombre aguardando a que Siobhan asintiera-. ¿Y reconocen que él quería que los Caballeros recibieran una aportación financiera de su fortuna?

– Eso no es de nuestra competencia, señor Sithing -terció Rebus-, sino de los abogados -hizo una pausa-. Pero siempre podemos influir -añadió haciendo caso omiso de la mirada de Siobhan y asintiendo despacio con la cabeza para que el hombre encajara la implicación.

– Comprendo -dijo Sithing sentándose en una de las sillas de los feligreses-. ¿Qué quieren saber? -añadió pausadamente mientras Rebus tomaba asiento en otra de las sillas que había dispuestas en el pasillo de la nave.

– ¿Mostró el señor Mackie algún tipo de interés por la familia Grieve?

De entrada Sithing pareció no entender la pregunta, pero acto seguido dijo:

– ¿Cómo lo sabe?

Rebus comprendió que habían dado con un filón de oro.

– ¿Hugh Cordover es miembro de su círculo?

– Sí -respondió Sithing con los ojos muy abiertos como si viera a un mago.

– ¿Vino aquí alguna vez Chris Mackie?

– Se lo pedí muchas veces -respondió Sithing negando con la cabeza- pero no quiso.

– ¿Y no le pareció a usted extraño? Quiero decir, dado que Rosslyn le interesaba tanto…

– Para mí que no le gustaba viajar.

– Se veían en los Meadows y hablaban de…

– Muchas cosas.

– ¿De la familia Grieve entre otras?

Siobhan, al ver que había quedado al margen, se sentó en un banco frente a Sithing.

– ¿Quién trajo a los Grieve la primera vez? -preguntó.

Sithing contestó que no recordaba.

– Creo adivinar -dijo Rebus- que usted le habló de los Caballeros y mencionó a Hugh Cordover.

– Puede ser -dijo Sithing alzando la vista-. ¡Sí, efectivamente! -exclamó mirando otra vez de hito en hito al mago Rebus.

Siobhan, aunque era ella quien llevaba el caso, optó por callarse al ver que Rebus tenía a Sithing en una especie de trance.

– Usted mencionó a Cordover ¿y Mackie quiso saber más? -preguntó.