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– Él había sido seguidor del grupo y me comentó que conocía su estilo musical. Creo recordar que hasta me tarareó una de sus canciones, que a mí no me decía nada, claro. Me preguntó alguna cosa y yo le contesté en la medida de lo que sabía.

– ¿Y después, cuando se veían…?

– Me preguntaba cómo eran Hugh y Lorna Grieve.

– ¿Le preguntó por alguien más?

– Esa familia siempre está en los titulares, ¿verdad? Yo le contaba lo que sabía.

– ¿No le intrigó a usted nunca por qué le interesaban tanto los Grieve, señor Sithing?

– Por favor, llámeme Gerald. Inspector, ¿sabe que tiene usted un halo? No me cabe ninguna duda.

– Será la loción para después del afeitado -Siobhan resopló, pero él no hizo caso-. ¿No le pareció a usted que le interesaba más Hugh Cordover y su familia que los Caballeros de Rosslyn?

– Oh, no. No era así.

Rebus se inclinó hacia el hombre.

– Escuche a su corazón, Gerald -canturreó.

Sithing se concentró tragando saliva.

– Sí, puede que tenga razón. Sí, efectivamente. Pero, dígame, ¿por qué le interesaban los Grieve?

Rebus se puso en pie y se inclinó sobre Sithing.

– ¡Y yo qué demonios sé! -dijo.

En el coche, Siobhan le imitó sonriendo: «Escuche a su corazón, Gerald».

– Es un tipo bastante raro, ¿no? -comentó Rebus, que había bajado el cristal de la ventanilla para que Siobhan le dejase fumar.

– Bueno, ¿qué es lo que tenemos?

– Tenemos a tu mendigo, que finge interés por los Caballeros de Rosslyn para obtener información sobre el clan. Tenemos su interés por Hugh Cordover y su negativa a venir a la dichosa iglesia. ¿Por qué? Porque no quería encontrarse con Cordover.

– ¿Porque Cordover le conocía? -aventuró Siobhan.

– Es posible.

– ¿Estamos ahora más cerca de averiguar quién era?

– Tal vez. A tu Supertramp le interesaban los Grieve y la mojama de la chimenea. Roody Grieve muere en el solar de Queensberry House poco después de que aparezca el cadáver y casi a la misma hora el vagabundo se lanza al vacío.

– ¿Quieres aglutinar tres casos en uno?

Rebus negó con la cabeza.

– Nos faltan datos y Watson no tragaría. Desde luego no me permitiría investigarlo a mi manera.

– Por cierto, hablando del tema… -dijo Siobhan cambiando de marcha una vez fuera del pueblo-, ¿y tu secuaz?

– ¿Te refieres a Linford? -Rebus se encogió de hombros-. Indagando por ahí.

Siobhan hizo un gesto escéptico.

– ¿Y te deja a tu aire? -inquirió.

– Derek Linford sabe lo que le conviene -contestó Rebus lanzando la colilla contra el cielo amoratado.

Rebus, Siobhan, Waylie y Hood celebraron consejo de estado mayor en una mesa retirada del salón de atrás del bar Oxford para que nadie oyera lo que hablaban.

– Yo veo una relación entre los tres casos -dijo Rebus después de haberse explicado-. Si pensáis que me equivoco, decídmelo.

– No digo que se equivoque, señor -terció Wylie-, pero ¿cómo se demuestra?

Rebus asintió con la cabeza. La cerveza que tenía delante estaba casi sin tocar y en deferencia a los que no fumaban ni había quitado el celofán del paquete de cigarrillos.

– Exacto -dijo-. Por eso quiero prudencia. A partir de ahora tenemos que estar muy coordinados para que cuando se establezcan las conexiones las veamos sin titubear.

– ¿Qué le digo yo a la inspectora Templer? -preguntó Siobhan. Su jefa, Gill Templer, era un nombre que comenzaba a sonar en el Cuerpo.

– No le digas nada. Y, llegado el caso, tampoco al comisario.

– Va a dar carpetazo a mi caso -protestó ella.

– Ya le persuadiremos para que no lo haga -prometió Rebus-. Bueno, bebed, que yo pago la próxima ronda.

Mientras Rebus se dirigía a la barra Siobhan salió a la calle a llamar a casa por si tenía mensajes en el contestador. Había dos de Derek Linford disculpándose y pidiendo una cita.

– Anda que no has tardado… -musitó ella.

Le dejaba su número de teléfono, pero Siobhan casi no prestó atención.

Solos en la mesa Wylie y Hood bebieron un rato en silencio hasta que Wylie lo rompió.

– ¿A ti qué te parece?

– El inspector tiene fama de meterse en líos -contestó Hood negando con la cabeza-. ¿Nos interesa hacer lo que dice?

– Con toda sinceridad, no lo veo claro. ¿Qué tiene que ver nuestro caso, o incluso el Siobhan, con el asesinato del diputado?

– ¿En qué estás pensando?

– Pues en que trata de apropiarse de nuestros casos porque el suyo está en vía muerta.

Hood negó con la cabeza.

– Ya te he dicho que no es su estilo.

Wylie reflexionó un instante.

– Ahora bien, si está en lo cierto el caso es mucho más importante de lo que pensamos -dijo con una sonrisita-. Y si se equivoca, a nosotros no nos van a echar la bronca, ¿no?

Rebus volvió con las bebidas. Ginebra con soda y lima para Wylie y una jarra grande de cerveza para Hood, y fue otra vez a la barra a por un whisky para él y Coca-cola para Siobhan.

– Slainte! -dijo cuando ésta se sentó a su lado en el estrecho banco.

– ¿Cuál es el plan? -preguntó Wylie.

– No tengo que decíroslo -dijo Rebus-. Actuar conforme al reglamento.

– ¿Hablamos con Barry Hutton? -aventuró Hood.

Rebus asintió con la cabeza.

– Quizá investigando previamente por si hay algo sobre él que interesa saber.

– ¿Y el mendigo? -preguntó Siobhan.

– Bueno, se me acaba de ocurrir una idea… -dijo Rebus volviéndose hacia ella.

Una cabeza se asomó al recodo como para ver quién había en las mesas y Rebus advirtió que era Gordon, uno de los clientes habituales. Venía sin cambiarse, seguramente recién salido de la oficina. Al ver a Rebus estuvo a punto de darse la vuelta pero cambió de idea y se acercó a la mesa con las manos en los bolsillos del abrigo. Rebus advirtió de inmediato que ya iba cargado.

– Cabronazo -dijo Gordon-, la otra noche te largaste con Lorna, ¿eh? -estaba a punto de gastarle alguna broma para ponerle en evidencia delante de sus amigos-. La supermodelo de los sesenta al único que podía ligarse era a ti -añadió negando con la cabeza sin percatarse de cómo le miraba Rebus.

– Se agradece, Gordon -comentó en un tono que puso en guardia al joven, que le miró llevándose una mano a la boca.

– Ah, perdona -musitó el joven volviendo sobre sus pasos camino de la barra.

Rebus miró a sus contertulios, que estaban todos con los ojos fijos en sus respectivas consumiciones.

– Tenéis que perdonarle -comentó-. Gordon a veces interpreta mal las cosas.

– Se refería a Lorna Grieve, ¿verdad? -dijo Siobhan-. ¿Viene mucho por aquí?

Rebus la miró sin contestar.

– Es la hermana del asesinado -añadió Siobhan en voz baja.

– Vino aquí la otra noche y nada más -espetó Rebus. Pero sabía que era mejor no hablar del tema. Miró a Wylie y Hood recordando que ellos la habían visto allí aquella noche. Cogió el vaso de whisky pero estaba vacío-. Gordon no sabe lo que dice -musitó sin que ni él mismo se lo creyera.

23

Se ha dicho de Edimburgo que es una ciudad huidiza que oculta sus verdaderos sentimientos e intenciones, con habitantes aparentemente respetables y calles que se hielan pronto. Se puede haber estado en ella y marcharse sin haber llegado realmente a entender qué la anima. Fue la ciudad de Deacon Brodie donde sólo por la noche se daba rienda suelta a las pasiones y al mismo tiempo la ciudad de John Knox, indómita y de inquebrantable rectitud. En ella, una casa puede costar medio millón de libras, pero la ostentación no se acepta. Es una ciudad de Saabs y Volvos más que de Bentleys y Ferraris. Los de Glasgow, que se consideran más apasionados, más celtas, piensan que Edimburgo, de tan seria y convencional, resulta remilgada.