– Lo pinté imaginándome su transformación con el paso de los años -dijo Alicia en voz baja-. Es obra de mi imaginación.
Rubio, de ojos tristes, era un hombre preocupado a pesar de la sonrisa que la mano del artista le había conferido. No se parecía en nada a Chris Mackie.
– No nos habías dicho nada -comentó Lorna cogiendo uno de los cuadros para examinarlo mejor y pasando el dedo por los pómulos del rostro.
– Habrías tenido envidia -replicó su madre-. No lo niegues. Alasdair era mi preferido -añadió volviéndose hacia Rebus-. Y cuando se marchó… Quizá ésta fue mi manera de expresarlo -agregó mirando su trabajo, pero al volverse vio que Siobhan tenía las fotos en la mano-. ¿Me permite? -dijo cogiéndolas y acercándoselas para verlas mejor-¿Dónde está? -Se le iluminaron los ojos al reconocerlo.
– ¿Le conoce usted? -dijo Siobhan.
– Necesito saber dónde está.
Lorna dejó el retrato al óleo.
– Madre, es uno que se suicidó. Ese indigente que dejó una fortuna.
– Diga quién es, señora Grieve -añadió Rebus.
Alicia Grieve examinó por segunda vez las fotos con manos temblorosas.
– Con las ganas que tenía yo de hablar con él… -añadió con lágrimas en los ojos. Se las enjugó con la muñeca y Rebus se acercó a ella.
– ¿Quién es, Alicia? ¿Quién ese hombre?
– Se llama Frederick Hastings -contestó ella mirándole.
– ¿Freddy? -dijo Lorna acercándose a mirar y arrebatándole las fotos.
– ¿Es él o no? -insistió Rebus.
– Sí, podría ser. Hace veinte años que no le he vuelto a ver.
– ¿Quién era? -preguntó Siobhan.
De pronto Rebus recordó.
– ¿No era el socio de Alasdair? -dijo.
Lorna asintió con la cabeza.
Rebus se volvió hacia Siobhan, que no salía de su asombro.
– ¿Dicen que ha muerto? -preguntó Alicia, y Rebus hizo un gesto afirmativo-. Él sabría dónde está Alasdair. Los dos eran inseparables y a lo mejor entre sus pertenencias están las señas.
Lorna miró las otras fotos; eran las de Chris Mackie en el albergue.
– Freddy Hastings, un mendigo -su risa estalló súbitamente en la habitación.
– Me parece que no había ninguna dirección. He examinado varias veces sus efectos personales -dijo Siobhan a Alicia Grieve.
– Bueno, será mejor que volvamos a la casa -dijo Rebus.
Tenía muchas más preguntas que hacer.
Lorna preparó otro té, pero esta vez se sirvió un vaso de whisky con agua, mitad y mitad. Le ofreció a Rebus pero él rehusó otra vez. Ella dio el primer sorbo mirándole.
Siobhan estaba ya dispuesta con el bloc y el bolígrafo.
Lorna expulsó el humo en dirección a Rebus.
– En su momento pensamos que se habían marchado juntos -comenzó a explicar.
– Una bobada -le interrumpió su madre.
– Sí, claro, tú no creías que fuesen «homosexuales».
– ¿Desaparecieron los dos juntos? -preguntó Siobhan.
– Más o menos. Como hacía días que no veíamos a Alasdair, tratamos de localizar a Freddy, pero nadie daba razón de él.
– ¿Denunció alguien su desaparición?
– Yo no -respondió Lorna encogiéndose de hombros.
– ¿Y su familia?
– Creo que no tenía a nadie -dijo Lorna mirando a su madre para que lo confirmase.
– Era hijo único y sus padres habían muerto -añadió Alicia.
– Le dejaron algo de dinero, pero creo que lo había perdido casi todo.
– Los dos perdieron dinero -comentó Alicia-. Por eso se marchó Alasdair, inspector. Por deudas. Era muy orgulloso para pedir ayuda.
– Pero no para desaparecer -no pudo por menos de decir Lorna.
Su madre la fulminó con la mirada.
– ¿Cuándo se fue? -preguntó Rebus.
– En el setenta y nueve -dijo Lorna mirando a la anciana para que lo confirmara.
– A mediados de marzo -dijo la madre.
Rebus y Siobhan cerraron los ojos. Marzo de 1979: Mojama.
– ¿Qué clase de negocios tenían? -preguntó Siobhan conteniendo la emoción.
– Su última incursión fue en terrenos -dijo Lorna encogiéndose de hombros-. Es todo cuanto sé. Seguramente comprarían solares que no pudieron vender.
– ¿Asuntos de promoción inmobiliaria? -aventuró Rebus.
– No lo sé.
Rebus se volvió hacia Alicia, que negó con la cabeza.
– Alasdair era muy reservado en ciertos aspectos. Él nos quería hacer creer que era muy capaz…, autosuficiente.
Lorna se levantó a servirse otro whisky.
– Es su manera de decir que era prácticamente una nulidad.
– A diferencia tuya, supongo -espetó la anciana.
– Si desaparecieron porque tenían deudas -comentó Siobhan-, ¿cómo es que el señor Hastings, un año más tarde aproximadamente andaba por ahí con casi medio millón de libras en una cartera?
– Dígannoslo ustedes que son la policía -comentó Lorna Grieve sentándose.
Rebus se quedó pensativo.
– Sobre todo este asunto de los negocios fracasados de ambos jóvenes, ¿hay realmente pruebas o es otro de los mitos del clan? -preguntó.
– ¿Qué insinúa?
– Que nos gustaría tener algún dato concreto sobre este caso.
– ¿Qué caso? -comenzaban a notarse en ella los efectos del alcohol; su voz era ahora agresiva y se le habían subido los colores-. Es de suponer que está investigando el asesinato de Roddy, no el suicidio de Freddy.
– El inspector cree que puede existir una relación -terció Alicia Grieve asintiendo con la cabeza por la lógica de su deducción.
– ¿Qué le hace pensarlo, señora Grieve? -dijo Rebus.
– Usted dice que Freddy se interesaba por nosotros. ¿Cree que podría haber matado a Roddy?
– ¿Por qué motivo?
– No sé. Algo relacionado con el dinero tal vez.
– ¿Se conocían Roddy y Freddy?
– Se vieron alguna vez, cuando Alasdair traía a Freddy a casa, y quizá en otras ocasiones.
– Entonces, si Freddy hubiera vuelto a ver a Roddy al cabo de veinte años, ¿cree usted que su hijo le habría reconocido?
– Probablemente.
– Yo no le reconocí en las fotos -dijo Lorna.
Rebus la miró.
– Es verdad -dijo, pensando: «¿O sí lo reconoció?». ¿Por qué había devuelto directamente las fotos a Siobhan en vez de pasárselas a su madre?
– ¿El señor Hastings tenía una oficina?
Alicia Grieve asintió.
– En Cannongate, cerca del piso de Alasdair.
– ¿Recuerda la dirección?
La anciana la recitó de carrerilla, evidentemente complacida de su buena memoria.
– ¿Y su domicilio? -preguntó Siobhan sin dejar de tomar nota.
– Era un piso en la Ciudad Nueva -dijo Lorna, pero fue también su madre quien dio la dirección exacta.
El comedor del hotel estaba tranquilo a la hora del almuerzo. El público prefería el restaurante estilo mesón de la planta baja o no sabía que existía un segundo restaurante. La decoración era minimalista oriental, y las elegantes mesas estaban muy espaciadas. Era un lugar que propiciaba la conversación discreta. Cafferty se puso en pie y estrechó la mano de Barry Hutton.
– Tío Ger, perdone que llegue tarde.
Mientras un empleado arrimaba la silla a Hutton, Cafferty se encogió de hombros.
– Hacía tanto tiempo que nadie me llamaba así, que me parece un sueño -dijo con una sonrisa.
– Yo siempre le he llamado así.