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Cafferty asintió con la cabeza y miró al elegante joven.

– Barry, quién iba a decir lo bien que te va ahora.

Esta vez fue Barry Hutton quien se encogió de hombros ante el comentario. Trajeron la carta.

– ¿Van a beber algo los señores?

– Esto hay que celebrarlo con champán, ¿no? -dijo Cafferty haciendo un guiño a Hutton-, que pago yo; no hay más que hablar.

– No pensaba decir nada, pero yo beberé agua, si no le importa.

– Como quieras, Barry -dijo Cafferty sin perder la sonrisa.

Hutton se volvió hacia el camarero. -Tráigame Vittel si tiene y, si no, Evian.

El camarero hizo una reverencia y se volvió hacia Cafferty.

– ¿Y el señor mantiene lo del champán?

– ¿Acaso he dicho otra cosa?

El camarero repitió la reverencia y les dejó.

– Vittel, Evian… -dijo Cafferty conteniendo la risa y moviendo la cabeza-. Dios, si Bryce te viera. -Hutton estaba entretenido arreglándose los gemelos-. Una mañana agitada, ¿eh?

Hutton alzó la vista y Cafferty comprendió que le había sucedido algo, pero el joven negó con un gesto.

– No, sencillamente es que durante la comida no bebo alcohol.

– Pues deja que te invite a cenar.

Hutton miró a su alrededor. Sólo había dos comensales en una mesa al otro extremo del comedor aparentemente enfrascados en una conversación de negocios. Estudió las caras, pero no los conocía y volvió a mirar a su anfitrión.

– ¿Se aloja en este hotel?

Cafferty asintió con la cabeza.

– Su casa, ¿la vendió?

Cafferty volvió a asentir.

– Sacaría una buena tajada, me imagino -comentó Hutton mirándole.

– Pero el dinero no lo es todo, Barry, ¿no crees? Es algo que he aprendido.

– ¿Se refiere a la salud, la felicidad?

Cafferty juntó la palma de las manos.

– Tú eres joven todavía, pero espera que pasen unos años y comprenderás lo que digo.

Hutton hizo un gesto de asentimiento, sin saber exactamente adonde quería ir a parar Cafferty.

– No ha estado mucho tiempo dentro -comentó.

– Me redujeron la pena por buen comportamiento -dijo Cafferty recostándose en la silla para dejar que el camarero pusiera un cestillo de pan.

Un segundo camarero le preguntaba si el champán lo quería muy frío.

– Muy frío -respondió Cafferty mirando a su invitado-. Bien, Barry, ¿así que el negocio va bien, según me han dicho?

– No puedo quejarme.

– ¿Y tu tío?

– Creo que está bien.

– ¿Le ves alguna vez?

– El no pone los pies por aquí.

– Ya lo sé. Pensé que a lo mejor tú ibas por allí de vacaciones.

– Ya ni me acuerdo cuándo tuve las últimas.

– Hay que divertirse también, Barry -le aconsejó Cafferty.

Hutton le miró.

– No todo es trabajo.

– Me alegro.

Les tomaron nota de la comida y llegó la bebida. Brindaron y Hutton rehusó la oferta de «sólo un vasito» y bebió agua, sola, sin hielo ni limón.

– ¿Y usted? -preguntó al fin-. No todo el mundo puede permitirse salir de Barlinnie y alojarse en un hotel como éste.

– Digamos que el dinero no me falta -dijo Cafferty con un guiño.

– Sí, claro, mientras estuvo encerrado conservó gran parte del negocio en marcha, ¿no?

Cafferty advirtió su tono inquisitivo sobre el negocio y asintió morosamente con la cabeza.

– A mucha gente le habría defraudado que lo abandonara -dijo.

– Por supuesto -dijo Hutton abriendo un panecillo. -Ése es el motivo de vernos para comer -añadió Cafferty.

– Así que ¿es un almuerzo de negocios? -preguntó Hutton y al ver que Cafferty decía que sí se sintió algo más tranquilo.

Ya no era una simple comida en la que fuera a perder el tiempo.

25

Jerry se echó atrás al recibir la bofetada. Últimamente se estaba acostumbrando a las bofetadas. Pero ésta no era de Jayne. Era de Nic.

Notó el escozor en la mejilla y pensó que en su cutis claro iba a marcarse la huella rosada de una mano. También a Nic le escocería la mano, pero era un flaco consuelo.

Estaban en el Cosworth de Nic al que él acababa de subir. Era un lunes por la noche y como Nic le llamó él lo había aprovechado como excusa para largarse. Jayne miraba la tele cruzada de brazos y adormecida. Cenaron salchichas, judías y huevos viendo las noticias. No había patatas fritas, la nevera estaba vacía y ninguno de los dos tenía ganas de ir a comprarlas. No hacía falta nada más para armarla.

«Ve tú, pedazo de inútil…»

«Levanta tú si quieres ese culo gordo, yo no voy…»

Fue el momento en que sonó el teléfono en el lado del sofá en que se sentaba Jayne, pero ella pasó olímpicamente de cogerlo.

– ¡Adivina quién es! -fue su comentario.

El esperaba que se equivocase y que fuese la madre de ella, así se callaría cuando él le tendiera el receptor.

Pero era Nic… Nic un lunes por la noche… Normalmente no salían los lunes…, así que eso sólo podía significar una cosa.

Ahora estaban en el coche los dos y Nic no paraba de regañarle.

– Si vuelves a hacerme otra gilipollez igual…

– ¿Qué gilipollez?

– Llamarme al trabajo, burro.

Jerry pensó que iba a darle otra bofetada, pero lo que hizo Nic fue darle un puñetazo en el costado. No muy fuerte, pues ya estaba algo más calmado.

– No lo pensé.

– ¿Piensas alguna vez? -replicó Nic torciendo el gesto.

Ya había encendido el motor, metió la primera y arrancó con un chirrido de neumáticos sin poner el intermitente ni mirar por el retrovisor; un coche detrás de ellos hizo sonar la bocina tres o cuatro veces. Nic miró por el retrovisor y vio un hombre mayor solo. Le hizo un corte de mangas y profirió una sarta de insultos.

«¿Es que tú piensas alguna vez?»

Jerry rememoró los tiempos pasados buscando algo que le permitiera replicar. ¿No era él quien había hecho casi todos los robos en las tiendas? ¿No era él quien compraba la priva cuando eran menores porque siendo algo más alto parecía mayor que Nic? Nic conservaba aquella cara lisa sin barba, como de crío y llevaba siempre su pelo moreno bien cortado y peinado. Era en Nic en quien se fijaban las chicas y él, Jerry, quedaba rezagado a la espera de que alguna se dignara dirigirle la palabra.

Nic había ido a la universidad y le contaba historias de orgías; ya desde entonces él le había notado algo: «No quería, pero yo le pegué una bofetada para obligarla a hacerlo… la sujeté por las muñecas mientras me la follaba».

Era como si el mundo mereciera su violencia y tuviera que aceptarla por el hecho de que en otros aspectos era estupendo, perfecto. La noche en que Nic conoció a Catriona…, aquella noche también le había dado una bofetada a él. Estuvieron en un par de bares: el Madogs, moderno pero muy caro, donde decían que iba la princesa Margarita, y el Shakespeare, cerca del Usher Hall, y allí fue donde conocieron a Cat y a sus amigas, que habían salido para ir al Lyceum a ver una obra de teatro sobre caballos. Nic conocía a una de las chicas y él mismo se presentó, mientras él, Jerry, permanecía a su lado sin decir ni mu. Nic no dejó de hablar con la tal Cat, un diminutivo de Catriona. No estaba mal pero no era la mejor del grupo.

– ¿Estudias en Napier? -le preguntaron a Jerry.

– Qué va -respondió él-. Trabajo en electrónica.

Siempre soltaba aquel rollo para que le tomaran por diseñador de juegos o pensaran que tenía su propio negocio de software; pero no salió bien porque le preguntaron cosas a las que no supo responder, y él optó por echarse a reír admitiendo que llevaba una pala excavadora. La respuesta provocó sonrisas pero la conversación se enfrió.