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Cuando el grupo se fue al teatro Nic le dio un codazo.

– De maravilla, colega -dijo-. Cat y yo nos vemos después para tomar una copa.

– ¿Te gusta?

– Está bien. ¿A que sí? -añadió mirándole con recelo.

– Oh, sí. Es singular.

– Y es familia de Bryce Callan -agregó dándole otro codazo-. Es una Callan.

– ¿Y qué?

– ¿No has oído hablar de él? -le dijo Nic abriendo mucho los ojos-. Hay que joderse, Bryce Callan es el amo aquí.

El echó una ojeada al pub.

– ¿El dueño de esto?

– Sí, tío… ¡Es el amo de Edimburgo!

El asintió con la cabeza, a pesar de que no acababa de entenderlo.

Después, cuando fueron a otros dos bares, le preguntó si podía ir con él y Catriona.

– No seas lila.

– ¿Y qué hago yo?

Caminaban por la acera y Nic se paró en seco y le miró furioso.

– Pues para empezar: a ver si creces. Ya no es como antes y no somos niños.

– Ya lo sé. Yo ya curro y voy a casarme.

Nic le dio una bofetada. No fue muy fuerte, pero Jerry se quedó tenso de la impresión.

– Ya es hora de hacerse mayor, colega. Tú trabajarás pero a cualquier sitio que te llevo te quedas como un pasmarote -dijo sujetándole la cara-. Observa, Jerry, mira cómo hago las cosas. A ver si creces de una vez.

«Crecer.»

Jerry se preguntaba si era a eso a lo que conducía crecer: estar los dos en el Cosworth y de caza un lunes por la noche. Los lunes había clubes de solteros para gente ligeramente mayor. Pero a Nic le tenía sin cuidado la edad que tuviera una mujer: lo que él quería era una. Miró de reojo a su amigo. Era guapo… ¿por qué necesitaba hacer aquello? ¿Qué problema tenía?

Pero sabía la respuesta. El problema era Cat. El problema de Cat reaparecía constantemente.

– Así que, ¿adónde vamos? -preguntó.

– Tengo la furgoneta aparcada en Lochrin Place -respondió Nic sin alterarse.

Jerry volvió a sentir de nuevo aquel nudo en el estómago, como si respirase bilis. Pero el caso era que… una vez que comenzaban, a aquello se le unía un sentimiento completamente diferente, y se excitaba igual que Nic. Eran un par de cazadores.

– Tómatelo como un juego -dijo Nic la primera vez.

Como un juego.

El corazón le latía cada vez con más fuerza y le hormigueaba la ingle. Con los guantes y el pasamontañas, sentado en la furgona Bedford, era otro. Dejaba de ser Jerry Listear para convertirse en un personaje de comic o de película, un tipo fuerte y aterrador. Alguien que inspiraba temor. Y la sensación anulaba casi por completo aquel nudo seco. Casi.

La camioneta era de un conocido de Nic. Nic le decía al tipo que la necesitaba de vez en cuando para trabajar ayudando a un amigo que vendía cosas de segunda mano y él se contentaba con cobrarle veinte libras sin preguntar nada más. Nic tenía unas placas de matrícula que había conseguido en un desguace y las montaba con alambre sobre las auténticas. Era un vehículo viejo, blancuzco, que no llamaba mucho la atención en las calles poco iluminadas cuando hacía frío y la gente volvía con prisas a casa, quizá algo cansada.

Las que estaban algo desmejoradas eran las que Nic quería. Aparcaban cerca de una discoteca, pagaban y entraban. El local estaba lleno de parejas de tíos dando vueltas a la pista y ellos pasaban inadvertidos como dos más. Nic examinaba las mesas ocupadas por grupos. Sabía distinguir cuáles eran los de clubes de solteros. En cierta ocasión hasta osó sacar a bailar a una y él le comentó que era correr un riesgo.

«¿Qué es la vida sin riesgo?»

Aquella noche dieron previamente unas vueltas con la furgoneta. Nic sabía que la disco no estaba en su apogeo hasta después de las diez. Aún no habría llegado la clientela de los pubs que cierran, pero entre los grupos de solteros sí que habría animación. Casi todos trabajaban por la mañana y no se quedaban hasta muy tarde; a las once más o menos empezaban a marcharse, y ya por entonces Nic habría localizado a una o dos. El siempre tenía una de reserva por si acaso. Había noches en que no funcionaba porque las mujeres se iban en grupo o acompañadas y no quedaba ninguna sola.

Otras noches funcionaba a la perfección.

Jerry estaba al borde de la pista con la cerveza en la mano. Comenzaba ya a notar la emoción del momento, aquella oleada oscura de excitación. Pero tampoco podía evitar sentirse algo nervioso, ante la posibilidad de que le viera algún amigo suyo o de Jayne y se acercase a decirle: «Jayne sabe que has venido aquí, ¿verdad?». Qué iba a saberlo. Ya ni siquiera le preguntaba. Volvería a casa a la una o las dos y ella estaría durmiendo, y, aunque se despertase al llegar él, apenas diría nada.

«¿Otra vez borracho?», o algo por el estilo.

Él iría al cuarto de estar y se sentaría con el mando a distancia en la mano mirando la tele apagada. A oscuras, sin que le viera nadie, sin que nadie pudiera señalarle con un dedo acusador.

«Ése era, ése era.»

Mentira. Era Nic. Siempre era Nic.

Siguió junto a la pista con la cerveza en la mano ligeramente temblorosa, diciendo para sus adentros: «¡Que no haya suerte esta noche!».

En ese momento Nic se acercó a él con un brillo extraño en los ojos.

– No puedo creérmelo, Jer. ¡No puedo creérmelo!

– Tranquilo, tío. ¿Qué pasa?

– ¡Está aquí! -exclamó Nic pasándose las manos por el pelo.

– ¿Quién? -preguntó él mirando a su alrededor por si alguien escuchaba.

Pero la música superaba la barrera del sonido. Parecía Orbital. El estaba al tanto de los grupos más recientes.

– No me ha visto -dijo Nic moviendo la cabeza con expresión reflexiva-. Podemos hacerlo. Podemos.

– ¡Ay, Dios! ¿No será Cat?

– No seas burro. ¡Es esa guarra de Yvonne!

– ¿Yvonne?

– La que acompañaba a Cat aquella noche. La que la arrastró a ligar.

– No, no, tío, ni hablar -dijo Jerry negando con la cabeza.

– ¡Si es perfecto…!

– Nada de perfecto, Nic. Es suicida.

– Será la última, Jerry. Piénsalo -replicó Nic consultando el reloj-. Nos quedamos un rato más y comprobamos si liga con alguien -añadió dándole una palmada en el hombro-. Ya verás, Jerry, será una salvajada.

«Eso es lo que me temo», tuvo ganas de decir Jerry.

Cat y su amiga Yvonne, la divorciada. Yvonne se había afiliado a un club de solteros y una noche convenció a Cat para que la acompañara. No recordaba muy bien cómo había sido, pero el caso es que Cat accedió, muy posiblemente porque su matrimonio era inestable, aunque Nic no había comentado nada. Lo único que él decía eran cosas como: «Me engañó, Jer», «Y yo sin darme cuenta». Fueron las dos a una discoteca, no a aquélla, sino a una de los jueves de clientela similar, y uno de los del club de solteros sacó a Cat a bailar dos veces. Y ya está: se fue con él.

Ahora se le presentaba a Nic la ocasión de vengarse; no de Cat. A Cat ni soñar con tocarla. ¡Dios!, su tío era Bryce Callan y su primo Barry Hutton. Se vengaría en su amiga Yvonne.

Cuando Nic se acercó de nuevo y le dio un codazo, Jerry comprendió que el grupo de solteros se disponía a marcharse. Apuró su cerveza y siguió a Nic afuera. La furgoneta estaba a unos cien metros. Se trataba de que Nic fuera a pie siguiéndola y él al volante del Bedford hasta que Nic encontrara un lugar apropiado para agarrarla, momento en que él paraba junto al bordillo y abría corriendo las puertas traseras. Y a rodar rápido hasta encontrar un lugar desierto, mientras Nic en la parte de atrás sujetaba a la mujer tumbada y él conducía con cuidado de no saltarse ningún semáforo ni acelerar si veía un coche de policía. Los guantes y el pasamontañas los tenían en la guantera.