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– No por falta de ganas.

– John… -Nairn se miró las manos, que descansaban en la mesa-. Tú venías a visitar a Cafferty.

– ¿Y qué?

– Entre vosotros dos hay algo más que la relación policía y ladrón, ¿no?

– ¿Qué insinúas, Bill?

– Lo que quiero decir… -añadió con un suspiro-. No estoy seguro de lo que quiero decir.

– ¿Quieres decir que estoy demasiado cerca de Cafferty? ¿Que quizá sea una obsesión que me hace perder la objetividad? -Rebus recordó lo que había dicho Siobhan: «No hay necesidad de obsesionarse para ser buen poli». Nairn hizo gesto de replicar-. Totalmente de acuerdo -añadió Rebus-. A veces me siento más cerca de ese cabrón que de… -omitió «mi propia familia»-. Por eso preferiría que estuviera aquí.

– Ojos que no ven corazón que no siente, ¿no es eso?

Rebus se inclinó y miró a su alrededor.

– Que quede entre nosotros, Bill -dijo, y Nairn asintió con la cabeza-, pero me temo que pueda suceder algo…

– ¿Crees que está decidido a ir a por ti? -preguntó Nairn mirándole a la cara.

– Si lo que tú dices es verdad, ¿qué tendría que perder?

Nairn se quedó pensativo.

– ¿Y tú?

– ¿Yo?

– Si dice que se va a morir y a ti te parece un timo, ¿no intentarías cargártelo de una vez por todas? Triunfo definitivo.

«Triunfo definitivo.»

– Bill -le reprendió Rebus-, ¿te parezco la clase de persona que se metería en un asunto así?

Sonrieron los dos. En el cubículo contiguo el preso alzaba la voz.

– ¡Yo no he hecho nada!

– Creí que eran insonorizados -comentó Rebus, y Nairn se encogió de hombros como indicando que habían hecho lo que habían podido-. ¿Y un tal Rab, que salió casi al mismo tiempo que Cafferty? -preguntó Rebus de pronto.

– Rab Hill -asintió Nairn.

– ¿Hacía de guardaespaldas de Cafferty?

– Yo no diría tanto. Estuvieron en la misma galería cuatro o cinco meses.

– Cafferty afirma que eran muy colegas -dijo Rebus frunciendo el entrecejo.

– En la cárcel se hacen extrañas amistades -replicó Nairn encogiéndose de hombros.

– Rab no parece muy adaptado a la vida civil.

– ¿No? No creas que se me parte el corazón.

Volvió a oírse la voz procedente del otro módulo:

– ¿Cuántas veces quiere que se lo diga?

Rebus se levantó. «Extrañas amistades», pensó. Cafferty y Rab Hill.

– ¿Cómo surgió eso del cáncer de Cafferty? -preguntó.

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Cómo se hizo el diagnóstico?

– Como de costumbre. No se encontraba bien y al hacerle una revisión, ¡zas!

– Hazme un favor, Bill. Mira la ficha médica o lo que tengas de nuestro amigo Rab, ¿quieres?

– ¿Sabes una cosa, John? Me das más trabajo que la mitad de mis presos.

– Pues ruega al cielo que un jurado no me declare culpable.

Bill Nairn iba a echarse a reír cuando vio cómo le miraba Rebus.

Al llegar a Guardamuebles Sesmic vio que Ellen Wylie y Siobhan Clarke acaban de vaciar el container y en la mesa de la oficina de Reagan había ocho montones de papeles. Estaban las dos calentándose junto a la estufa con un vaso de té en la mano.

– ¿Qué quiere que hagamos ahora? -preguntó Wylie.

– Llevadlo a Saint Leonard. Lo metéis en el cuarto de interrogatorios que os dieron como despacho -dijo Rebus.

– ¿Para que no lo vea nadie más? -aventuró Siobhan.

Rebus la miró. Tenía las mejillas sonrosadas de frío y la nariz húmeda. Llevaba unas botas bajas con calcetines sobre los leotardos negros de lana y una bufanda gris claro acentuaba el arrebol de sus mejillas.

– ¿Hay dos coches? -preguntó Rebus y ellas asintieron con la cabeza-. Cargadlo todo y nos vemos en la comisaría, ¿de acuerdo?

Salió y se dirigió al sector sur del aparcamiento. Estaba fumando un cigarrillo en el coche cuando llegó Watson en su Peugeot 406.

– ¿Le importa a usted que hablemos un momento? -dijo Rebus a guisa de saludo.

– ¿Aquí, con el frío que hace? -replicó Granjero Watson alzando la cartera para consultar el reloj-. Tengo una reunión a las doce.

– Es sólo un minuto.

– Muy bien. Venga a mi despacho cuando acabe de fumar.

Watson se dirigió al interior y cerró la puerta. Rebus apagó el cigarrillo y fue tras él.

Watson estaba enchufando la máquina de café cuando Rebus llamó a la puerta abierta. Alzó la vista y le indicó que pasara.

– Tiene mala cara, inspector.

– Es que estuve trabajando hasta tarde.

– ¿En qué?

– En el caso Grieve.

Watson volvió a mirarle.

– ¿De verdad?

– Sí, señor.

– Pero, según tengo entendido, se está ocupando también de los otros.

– Es que creo que son casos relacionados.

Una vez enchufada la máquina, Watson fue a sentarse a su mesa y le dijo a Rebus que tomara asiento, pero él permaneció de pie.

– ¿Se hacen progresos en el caso?

– Vamos avanzando, señor.

– ¿Y el inspector Linford?

– Está indagando unas pistas.

– Pero ¿siguen ustedes en contacto?

– Totalmente, señor.

– ¿Y Siobhan se mantiene alejada de él?

– El se mantiene alejado de ella.

El comisario no parecía muy contento.

– No cesan su bombardeo.

– ¿Los de Fettes?

– Y los de más arriba. Esta mañana me han llamado del despacho del Ministerio, pidiendo resultados.

– Es duro realizar una campaña electoral con una investigación de homicidio pendiente -comentó Rebus.

El Granjero le miró fríamente.

– Me lo dijo casi con esas mismas palabras. Bueno, ¿de qué se trata? -agregó entornando un instante los ojos.

– De Cafferty, señor -contestó Rebus sentándose con los codos apoyados en las rodillas.

– ¿Cafferty? -repitió Watson realmente sorprendido-. ¿Qué sucede con Cafferty?

– Que ha salido de la cárcel y está aquí.

– Eso me han dicho.

– Quiero que le vigilen -se hizo un largo silencio mientras Rebus aguardaba algún comentario del comisario-. Porque me parece que deberíamos enterarnos de lo que se trae entre manos.

– Sabe usted que eso no podemos hacerlo sin un motivo justificado.

– ¿No es su fama motivo suficiente?

– Abogados y periodistas se frotarían las manos. Además, ya sabe el trabajo que tenemos.

– Más trabajo tendremos si Cafferty se pone en marcha.

– ¿En marcha para qué?

– Anoche me tropecé con él -Rebus advirtió la mirada de su jefe-. Por pura casualidad. Bien, pude comprobar que había estado consultando la sección inmobiliaria del Scotsman.

– ¿Y qué?

– Que anda detrás de algo.

– Tal vez quiere beneficios.

– Eso es más o menos lo que dijo.

– Bien, ¿y qué más?

Pero Rebus prefirió no decir que Cafferty también había hablado de «hacer una limpieza»…

– Escuche -añadió Watson frotándose las sienes-, sigamos con el trabajo que tenemos entre manos. Aclaremos lo del caso Grieve y ya pensaré en esto de Cafferty. ¿De acuerdo?

Rebus asintió con la cabeza. Oyeron llamar a la puerta, que seguía abierta, y apareció un agente de uniforme.

– Inspector Rebus, tiene una visita.

– ¿Quién es?

– Una señora, pero no ha dado su nombre, señor. Únicamente me indicó que le dijese que no ha traído cacahuetes, que usted lo entendería.