Watson mostró a Rebus cómo se hacía para conectar el tercer interlocutor. Se oyó la voz de Milligan:
– Diga, inspector Rebus. ¿Me oye?
– Le oigo perfectamente.
– Hola, Gran C -dijo Callan-, yo también te oigo.
– Buenas tardes, Bryce. ¿Qué tiempo hace ahí?
– Vete a saber. Ese gilipollas me tiene retenido en casa -dijo en referencia a Rebus.
– Escuche, señor Callan, le agradecería…
– Tengo entendido -interrumpió Milligan- que quieren grabar esta conversación con mi cliente. ¿Quién más hay presente?
Rebus dio cuenta de la presencia del comisario sin mencionar a nadie más. Milligan y Callan intercambiaron unas frases a propósito de la grabación y finalmente aceptaron. Rebus apretó el botón.
– Ya está -dijo-. Vamos a ver, si…
– Inspector -interrumpió Milligan-, quisiera decir de entrada que mi cliente no tiene obligación alguna de contestar a sus preguntas.
– Le agradecemos su buena disposición -dijo Rebus tratando de mantener un tono normal.
– Sólo lo hace por mor de servicio público, a pesar de que el Reino Unido no es ya su país de residencia.
– Efectivamente, es muy de agradecer.
– ¿Se le acusa de algo?
– De nada en absoluto. Se trata de una simple información.
– ¿Esta grabación no va a ser presentada ante ningún tribunal?
– Yo diría que no -replicó Rebus midiendo cuidadosamente sus palabras.
– ¿Pero no puede asegurarlo?
– Sólo puedo hablar por mí.
Se hizo una pausa.
– ¿Bryce? -preguntó Milligan.
– Que pregunte -contestó Bryce Callan.
– Adelante, inspector -dijo Milligan.
Rebus se tomó un tiempo para serenarse. Miró los documentos de la mesa y recogió de la papelera el cigarrillo apagado para encenderlo otra vez.
– ¿Qué fuma? -preguntó Callan.
– Embassy.
– Aquí el paquete cuesta dos putas libras. Yo no fumo más que puros. Bueno, adelante.
– Parcelas ad, señor Callan.
– ¿Qué quiere saber?
– Tengo entendido que era una empresa de su propiedad.
– Qué va, yo simplemente tenía algunas acciones.
Desde la puerta tres pares de ojos se clavaron en Rebus: «Sabemos que es mentira»; pero él no quería pillar en renuncia tan pronto a Callan.
– Parcelas ad compró terrenos alrededor de Calton Hill amparándose en otra empresa formada por dos socios: Freddy Hastings y Alasdair Grieve. ¿Los conoció?
– ¿De qué fecha me habla?
– De finales de los setenta.
– Hostia divina, pues no hace tiempo de eso.
Rebus repitió los dos nombres.
– Inspector, si no tiene inconveniente en decir a mi cliente de qué se trata… -terció Milligan con tono de curiosidad.
– Naturalmente. Se trata de una suma de dinero.
– ¿Dinero? -preguntó Callan también intrigado.
– Sí, señor, bastante dinero para el que buscamos un destinatario.
Desde la puerta miraban atentos porque Rebus no les había explicado qué estrategia pensaba utilizar.
– Bueno, amigo, pues no busque más -comentó Callan riendo.
– ¿De qué cantidad hablamos? -preguntó el abogado.
– Una cantidad muy superior a la que la que el señor Callan abonará por sus servicios de hoy -respondió Rebus. Se volvió a oír la risa de Callan y Watson le dirigió una mirada de advertencia: no convenía liar innecesariamente a gente como el gran C; pero Rebus estaba absorto fumando-. Cuatrocientas mil libras -añadió.
– Una suma nada despreciable -comentó Milligan.
– Creemos que el señor Callan podría reclamarla -añadió Rebus.
– ¿De qué manera? -preguntó Callan en tono receloso.
– Pertenecía a un tal Freddy Hastings -prosiguió Rebus- por el simple hecho de que la llevaba en una cartera. En aquel entonces el señor Hastings era promotor inmobiliario y trabajó para Parcelas ad adquiriendo terrenos cerca de Calton Hill. Hablo de finales del setenta y ocho y principios del setenta y nueve, antes del referéndum.
– En el que si el resultado hubiese sido el «sí» esos terrenos habrían valido una fortuna -comentó Milligan.
– Posiblemente -dijo Rebus.
– ¿Qué tiene esto que ver con mi cliente?
– En sus últimos años el señor Hastings fue un mendigo.
– ¿Con todo ese dinero?
– Sólo caben dos hipótesis de por qué no lo gastó; que lo guardase por cuenta de alguien o que temiera algo.
– O que estaba chalado -añadió Callan, pero era simple disimulo porque Rebus notó que se lo estaba pensando.
– La cuestión es que Parcelas ad, de la que pensamos que el señor Callan era el socio principal, utilizaba al señor Hastings para las subastas de compras de terrenos.
– ¿Y creen que Hastings robó el dinero?
– Es una hipótesis.
– ¿La suma pertenecería a Parcelas ad?
– Es posible. El señor Hastings no tiene herederos ni ha dejado testamento. Si no la reclama nadie pasará a Hacienda.
– Sería una gran lástima -dijo Milligan-. ¿Qué opina, Bryce?
– Ya se lo he dicho, yo sólo tenía algunas acciones en Parcelas ad.
– ¿Quiere añadir algo más a esa afirmación? ¿Alguna aclaración?
– Bueno, ya que lo dice, quizá no fueran tan pocas.
– ¿Hizo negocios con el señor Hastings? -inquirió Rebus.
– Sí.
– ¿Utilizó su empresa como pantalla para poder comprar terrenos?
– Es posible.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué, qué?
– Usted ya tenía una empresa, Parcelas ad. De hecho, tenía docenas de empresas.
– Si usted lo dice…
– ¿Qué necesidad tenía de utilizar a Hastings?
– Adivínelo.
– Mejor que me lo aclare usted.
– ¿Por qué habría de hacerlo, inspector? -interrumpió Milligan.
– Señor Milligan, tenemos que saber con certeza si el señor Callan y Freddy Hastings eran socios comerciales. Necesitamos alguna prueba que sirva para corroborar la lógica de que ese dinero pudo haber sido del señor Callan.
– Bryce, ¿algún comentario? -preguntó Milligan pensativo.
– Bueno, la verdad es que él se quedó con el dinero y se largó.
Rebus hizo una pausa.
– Lo denunció a la policía, claro.
– Sí, hombre…
– ¿Por qué no?
– Por la misma razón que utilizaba a Hastings como intermediario. La pasma intentaba ensuciar mi buen nombre con toda clase de mentiras y acusaciones. Yo, aparte de comprar terrenos, me dedicaba a otros negocios.
– ¿Proyectaba construir en esos terrenos?
– Viviendas, discotecas, bares…
– Por lo que le eran imprescindibles los permisos que el señor Hastings con sus relaciones habría obtenido más fácilmente.
– ¿Ve como lo ha adivinado?
– ¿Cuánto se llevó Hastings?
– Casi medio millón.
– No le haría… mucha gracia.
– Me puse furioso, y de él nunca más se supo.
Rebus miró a la puerta. Aquello explicaba por qué Hastings había cambiado tan radicalmente de identidad. Explicaba lo del dinero, pero no el hecho de no haberlo tocado.
– ¿Y el socio de Hastings?
– También desapareció por aquellas misma fechas, ¿no?