Tal vez.
Hood llevó un juego de damas del bar y se puso a jugar con Clarke. Rebus dijo que él no jugaba nunca.
– Mi problema es que soy mal perdedor.
– Yo lo que odio es un mal ganador -dijo Clarke- de ésos que te lo restriegan por las narices cuando ganan.
– Pierde cuidado, seré amable contigo -dijo Hood.
El muchacho estaba realmente venciendo la timidez, pensó Rebus viendo como su adversaria Siobhan le comía varias fichas conservando indemne su primera fila.
– Qué bruta -comentó Wylie por consolar a Hood pasándole una mano por el pelo.
Para la segunda partida Wylie ocupó el sitio de Hood y éste se sentó frente a Rebus, apuró la primera jarra y cogió la que había pagado el comisario.
– Salud -dijo dando un sorbo. Rebus alzó su vaso-. Yo no puedo beber whisky porque me da una resaca tremenda -confesó el joven.
– A mí también, a veces -admitió Rebus.
– Entonces, ¿por qué lo bebe?
– Por aquello del placer antes de la penitencia. Es una máxima calvinista -Hood le miró con cara de no entender nada-. No tiene importancia -añadió él.
– Lo hizo todo mal, ¿sabéis? -dijo Siobhan Clarke mientras Wylie se pensaba la ficha que iba a mover.
– ¿Quién?
– Callan. Por servirse de una empresa tapadera para sus planes, cuando había un medio mejor.
Wylie miró a Rebus y a Hood.
– A ver si hay suerte y nos lo dice…
– Me da la impresión de que espera que lo adivinemos -dijo Rebus.
Wylie comió una ficha a Clarke, quien contraatacó comiéndole otra.
– Pues es bien sencillo -dijo Siobhan-. Sobornar a los urbanistas.
– ¿Sobornar al ayuntamiento? -añadió Hood con una sonrisa escéptica.
– ¡Maldita sea! -exclamó Rebus mirando su whisky-. Quizá la cosa vaya por ahí…
Comentario que no quiso explicar pese a las amenazas de obligarle a jugar a las damas.
– No voy a ser tan tonto -dijo en broma mientras su mente no dejaba de explorar nuevas posibilidades y permutaciones en las que surgía Cafferty, y se estrujaba el cerebro tratando de hacerlas encajar.
32
El viernes por la mañana Rebus y Derek Linford entraron en la cantina de la central de Fettes. Rebus saludó con una inclinación de cabeza a dos caras conocidas: Claverhouse y Ormiston de la Brigada Criminal escocesa, que despachaban con apetito unos bocadillos de bacon. Linford miró hacia su mesa.
– ¿Los conoces?
– No suelo saludar a desconocidos.
– ¿Cómo está Siobhan? -optó por preguntar Linford tras mirar la tostada, que se enfriaba en su plato.
– Estupendamente sin verte a ti.
– ¿Recibió mi nota?
– No ha dicho nada -respondió Rebus apurando la taza.
– ¿Eso es buena señal?
Rebus se encogió de hombros.
– Escucha, no pienses que vais a volver a ser amigos sin más. Podría haberte denunciado por acosarla, ¡por Dios bendito! ¿Qué impresión habría causado eso en el despacho 279? -dijo Rebus señalando con el pulgar hacia el techo.
Linford hundió los hombros. Rebus se levantó y fue a por otro café.
– Bueno -añadió-, hay novedades.
Le explicó la relación entre Freddy Hastings y Bryce Callan, y Linford se animó olvidándose de Siobhan Clarke.
– ¿Cómo entra en el esquema Roddy Grieve? -preguntó.
– Es lo que no sabemos -reconoció Rebus-. ¿Será una venganza por la estafa de su hermano a Callan?
– ¿Iba Callan a esperar veinte años?
– Sí, por eso yo tampoco lo acabo de entender.
Linford le miró.
– Hay algo más, ¿no? Algo que me ocultas. Rebus negó con la cabeza.
– No le des tantas vueltas, si quieres investiga a Barry Hutton. Si fue cosa de Callan tendría que tener a alguien aquí.
– ¿Y Barry encaja?
– Es sobrino suyo.
– ¿Hay alguna prueba de que no sea estrictamente un honorable hombre de negocios?
Rebus hizo un gesto en dirección de Claverhouse y Ormiston.
– Pregunta a la Brigada Criminal a ver si tienen algo.
– Por lo poco que sé de Hutton no se ajusta a la descripción del hombre visto en Holyrood Road.
– Pero tiene empleados, ¿no es cierto?
– El comisario Watson ya me ha advertido que Hutton tiene «amigos». ¿Cómo voy a fisgar sin hacer que alguien se sulfure?
– No lo hagas -dijo Rebus mirándole.
– ¿No investigo? -replicó Linford aturdido.
Rebus negó con la cabeza.
– No hagas que nadie se sulfure. Escucha, Linford, somos policías. Hay ocasiones en que hay que salir de detrás del mostrador y molestar a la gente -Linford no parecía convencido-. ¿Crees que trato de meterte en un lío?
– ¿No es así?
– ¿Iba a confesártelo de ser cierto?
– Imagino que no. Lo que no sé es si no será una especie de… prueba.
Rebus se levantó sin haber tocado el café.
– Eres muy suspicaz -dijo-. Eso es bueno para delimitar territorios.
– ¿Qué territorios?
Pero Rebus se contentó con hacerle un guiño y se alejó con las manos en los bolsillos. Linford permaneció sentado, tamborileando con los dedos en la mesa; luego, apartó la tostada, se levantó y se dirigió a la mesa de los dos agentes de la Brigada Criminal.
– ¿Les importa que me siente?
Claverhouse le señaló una silla libre.
– Los amigos de John Rebus… -empezó a decir.
– … es muy probable que vengan a pedir algún maldito favor -apostilló Ormiston.
Linford estaba en el BMW, en el único espacio que encontró para aparcar delante de la Torre Hutton. Era la hora del almuerzo y una riada de empleados salió del edificio para regresar momentos después con bolsas de bocadillos y latas de refrescos. Algunos se quedaron en la escalinata a fumar los cigarrillos que no podían fumar dentro. Le había costado encontrar aquel sitio después de meterse por un receso sin asfaltar en el que un cartel indicaba: aparcamiento reservado al personal; pero él se había metido en el hueco libre sin pensárselo dos veces.
Salió del coche y comprobó si los neumáticos estaban bien después de aquel periplo por los baches. Los pasos de rueda estaban salpicados de barro gris. Lavaría el coche al final del día. Volvió a sentarse al volante contemplando a los empleados con sus bocadillos, los panecillos y la fruta y lamentando no haberse comido la tostada del desayuno. Claverhouse y Ormiston le habían acompañado a sus dependencias de la Brigada pero el único resultado de la investigación sobre Hutton eran unas simples multas de aparcamiento y el dato de que su madre era hermana de Bryce Edwin Callan.
Sí, Rebus le había dicho que no había manera de hacer aquella indagación en secreto y que tendría que decir quién era y lo que quería. Era imposible entrar en el edificio a interrogar a todos los empleados. Aunque no tuviera nada que ocultar, a Hutton no le haría ninguna gracia, preguntaría a cuento de qué venía aquello y si le decía sus motivos se negaría de plano a hablar y llamaría a su abogado, a los periódicos, los de derechos civiles…
Pensándolo bien, una pesquisa así iba a ser una pérdida de tiempo, un invento de Rebus, o tal vez de Siobhan, para castigarle. Si se buscaba líos, los únicos beneficiados serían ellos.
De todos modos…
De todos modos, ¿no se lo merecía? ¿Le perdonarían si cumplía la misión? No, al edificio no iba a entrar, pero haría vigilancia y se fijaría en todos los empleados que salieran. Valía la pena dedicar la tarde a ello. Si salía, el propio Hutton le seguiría, porque si el asesino de Grieve no trabajaba allí, siempre existía la posibilidad de que fuera a verse con Hutton.