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Hutton aparcó frente a un antro, un pub pequeño con ventanas altas y estrechas con cortinas. Tenía una puerta de aspecto resistente y no parecía abierto, pero Hutton sabía que sí lo estaba y empujó la puerta y entró en él. Había dejado la bolsa de deporte en el asiento delantero del Ferrari y las de las compras, en el de atrás.

Era tonto o sabía lo que se hacía. Linford pensó en el pub de Leith de la película Trainspotting, cuando el turista norteamericano pregunta dónde está el servicio y le siguen unos tipos y se reparten después el botín. Era un bar como aquél, sin letrero, sólo con un anuncio de cerveza Tennent's. Linford consultó el reloj y anotó los detalles en su diario, un manual de vigilancia. Comprobó el móvil y vio que no había mensajes. Tenía salida esa noche con los del club de solteros, la cita era a las nueve, pero no sabía si iría o no. A lo mejor Siobhan iba otra vez; ya no llevaba el caso, pero quién sabe. No había oído ningún comentario sobre su presencia aquella noche en la discoteca, así que lo más seguro es que Siobhan no se lo hubiera contado a nadie. Había cumplido su palabra. Era un detalle, y más teniendo en cuenta que con su conducta le había dado motivo para no andarse con miramientos.

Pero bueno, en definitiva, ¿qué es lo que había hecho? Merodear frente a su casa como un tortolito adolescente. No era un delito atroz, ¿no? Y sólo habían sido tres veces. Aunque Rebus no le hubiera descubierto no habría tardado en dejar de hacerlo. ¿No era en cierto modo más culpable Rebus por indisponerle con Siobhan y dejarle marginado en el trabajo? Hostia, claro, era lo que buscaba en realidad Rebus porque él llevaba una carrera meteórica en Fettes y si ascendía a jefe de policía sería su superior. Aunque Rebus ya estaría jubilado, claro, o quién sabe si no lo habría matado la bebida; pero Siobhan seguiría, a menos que se casara y tuviese hijos, y siempre sería un peligro.

En ese caso no sabía qué hacer. Ya se lo había dicho el ayudante del jefe de policía: nadie es irremplazable.

Pasó el rato leyendo lo que había en el coche: el manual de usuario, la nota de la estación de servicio y unos folletos que tenía en la bolsa del asiento del copiloto sobre atracciones turísticas; más antiguas listas de compra… Miraba el mapa de carreteras cavilando sobre lo mucho que desconocía de Escocia, cuando el pitido agudo del móvil le sobresaltó. Lo cogió y apretó atolondrado el botón de conexión.

– Soy Rebus.

– ¿Sucede algo?

– No, simplemente… Es que nadie te ha visto en toda la tarde.

– ¿Y te preocupa?

– Digamos que sentía curiosidad.

– Estoy siguiendo a Hutton. Ahora ha entrado en un pub de Leith y lleva en él…-añadió consultando el reloj- hora y cuarto.

– ¿Qué pub?

– No tiene ningún nombre.

– ¿En qué calle?

Linford se dio cuenta de que no lo sabía. Miró a su alrededor y no vio ningún letrero ni referencia.

– ¿Conoces bien Leith? -preguntó Rebus, y Linford sintió menguar su confianza.

– Lo bastante.

– ¿Dónde estás, en el sector norte o en el sector sur? ¿En el puerto? ¿En Seafield? ¿Dónde?

– Cerca del puerto -farfulló Linford.

– ¿Ves el mar?

– Escucha, llevo en esto toda la tarde. Ha estado de compras, tuvo una reunión de negocios, fue al gimnasio…

Rebus ni le escuchaba.

– Ese tío sabe latín, sea delincuente o no.

– ¿Qué quieres decir?

– Que empezó trabajando para su tío y probablemente sabe más que tú de estas cosas…

– Escucha, no necesito que me alecciones…

– ¿Me oyes? Escucha, ¿qué haces si necesitas mear?

– No lo necesito.

– ¿O comer?

– Tampoco.

– Lo que yo te dije es que indagaras sobre los que trabajan con él, no que le siguieras.

– ¡No me digas cómo tengo que hacer mi trabajo!

– Ni se te ocurra entrar en ese pub, ¿entendido? Más o menos sé dónde estás. Ahora voy para allá.

– No hace falta.

– No me lo vas a impedir.

– Escucha, es mi…

Se había cortado la comunicación. Lanzó una imprecación y llamó a Rebus. «El número que ha marcado no está disponible en este momento» fue la respuesta.

Volvió a maldecir.

¿Por qué tenía que ir Rebus a compartir sus pesquisas y a meter la nariz en su investigación? En cuanto llegase le diría que se fuera a…

En aquel momento se abrió la puerta del pub. Durante todo el rato que Hutton había estado dentro -una hora y veinte minutos- no había entrado ni salido nadie. Allí estaba; lo vio bañado por la luz que salía por la puerta abierta. Estaba con otro tipo, charlando; Linford fue a aparcar al otro lado de la calle más adelante, sin dejar de mirar al otro hombre. Su físico era muy parecido al de la descripción de Holyrood que recordaba.

Vaqueros, cazadora de cuero negra y zapatillas de deporte blancas. Pelo negro corto y ojos muy redondos, y un rictus despectivo en la boca.

Hutton dio un leve empellón en el hombro al tipo, no muy contento al parecer con lo que le decía. Tendió la mano a Hutton pero éste, sin estrechársela, fue al Ferrari, lo abrió, puso el motor en marcha y arrancó. Parecía que el de la puerta volvía a entrar al pub. Linford tenía una perspectiva nueva: entraría allí con Rebus como refuerzo e interrogarían a aquel hombre. Una buena jornada.

Pero lo que el tipo hacía era despedirse de alguien, y acto seguido se alejó caminando. Linford no se lo pensó dos veces; se bajó del coche y ya iba a cerrarlo cuando al recordar el pitido estridente del sistema de seguridad, optó por dejarlo abierto y olvidó coger el móvil.

Por su modo de andar, haciendo leves eses con los brazos caídos, pensó que el tipo iba borracho. Se metió en otro pub, del que salió minutos después a la puerta para fumarse un cigarrillo antes de seguir caminando; se detuvo a hablar con un conocido, y a continuación prosiguió más despacio sacando un móvil del bolsillo para contestar una llamada. Linford se palpó los bolsillos y vio que había olvidado el suyo en el coche. No tenía ni idea de dónde estaban y quiso hacer memoria de los pocos rótulos de calles que había visto. Otro pub. Tres minutos y salió otra vez. Se metió después por una callejuela y Linford aguardó a que girase a la izquierda para cruzar a buen paso hasta la otra esquina. En aquella zona todo eran viviendas con vallas altas y ventanas con visillos, con ruido de teles y de niños jugando, separadas por callejones oscuros que olían a orina, con pintadas de «Tranqui», «Okupas», «Bis». Más callejones; el hombre se detuvo y llamó a una puerta. Linford se escondió. Se abrió la puerta y el tipo entró rápido.

Linford se figuró que no se quedaría en aquella casa; era poco probable que fuese su domicilio, pues no llevaba llaves. Volvió a consultar el reloj y advirtió que también se había dejado el bloc en el asiento del coche con el móvil. Y el BMW estaba abierto. Se mordió el labio inferior y miró a su alrededor aquel laberinto de hormigón. ¿Sabría encontrar el camino de vuelta? Si lo lograba ¿estaría aún allí su preciado coche?

Bueno, Rebus estaba en camino, ¿no? El se figuraría lo sucedido y montaría guardia hasta su regreso. Retrocedió un par de pasos para ocultarse mejor y metió las manos en los bolsillos. Hacía un frío que pelaba.