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Cuando el golpe llegó, silencioso y por la espalda, quedó sin sentido y cayó inconsciente al suelo.

34

Jayne se había marchado y esta vez de verdad. En casa de su madre no estaba. Se lo había dicho la vieja bruja: «Me dijo que se iba a casa de una amiga y que no le preguntara cuál porque era preferible que tú no lo supieras». Tras lo cual cruzó los brazos cerrándole el paso a su casa.

– Vale, gracias por ayudarme a salvar mi matrimonio -replicó Jerry cruzando el caminito del jardín.

Junto a la puerta estaba el perrillo de la vieja, Eric, al que dio una patada en el culo al abrirla, y se echó a reír mientras la madre de Jayne, por encima de los lamentos del animalito, le gritaba una sarta de insultos.

De vuelta al piso hizo otro reconocimiento a ver si le había dejado alguna pista, pero no había ninguna nota y vio que se había llevado la mitad de sus vestidos. No era un arrebato, prueba de ello era que una de las cajas en que conservaba sus singles estaba en el suelo al lado de unas tijeras; pero estaban intactos. ¿Sería una oferta de paz? Había tirado al suelo cosas de las estanterías, pero pensó que más bien por la precipitación. Miró en la nevera: quedaba queso, margarina y leche, pero ni una cerveza, y en los armaritos tampoco había nada de beber. Fue al sofá a vaciarse los bolsillos: tres libras y calderilla. Santo cielo, ¿cuándo le llegaba el giro del desempleo? Faltaba casi una semana… Era viernes y no tenía más que aquellas tres libras. Rebuscó en los cajones, entre los almohadones del sofá y debajo de la cama y encontró ochenta peniques.

Desde el tablón de la cocina le contemplaban las facturas del gas, de la luz, el impuesto municipal; sin contar las del alquiler y el teléfono, que no sabía dónde estaban. La del teléfono la habían recibido aquella mañana y él le había reprochado a Jayne que se pasase tres horas hablando con su madre si vivía a la vuelta de la esquina.

Volvió al cuarto de estar y puso Stranded [Abandonado (a su suerte)] de The Saints; la cara B era más rápida: No Time |No queda tiempo]. Pero él tenía tiempo de sobra, aunque se sentía totalmente abandonado.

A continuación puso Grip [Apretar] de The Stranglers y pensó si no estrangularía a Jayne por hacerle aquello.

«Contrólate», se dijo.

Se preparó un té y se puso a reflexionar sobre las alternativas, pero no tenía la cabeza para nada. Se tumbó otra vez en el sofá. Al menos ahora podía poner música cuando le apeteciera. Jayne no había dejado ninguna de las cintas suyas: Eurythmics, Celine Dion, Phil Collins. ¡Que se fuera con viento fresco! Fue hasta la puerta de Tofu en el descansillo y le preguntó si tenía «costo». Tofu le dijo que le vendía cien gramos.

– Sólo quiero para un porro. Te lo devolveré.

– ¿Cuando te lo hayas fumado?

– Bueno, quiero decir que ya te lo pagaré.

– Sí, claro. Igual que me pagaste el del miércoles.

– Venga, Tofu, una pizca.

– Lo siento, colega, a Tofu no le gorreas más.

– Esto no lo olvidaré. Tenlo en cuenta -replicó amenazando.

– Vale, Jer -contestó Tofu dándole con la puerta en las narices.

Oyó que echaba la cadena.

Volvió a entrar en el piso. Estaba nervioso y quería «marcha». ¿Dónde están los amigos cuando los necesitas? Nic… Podía llamarle y darle un pequeño sablazo. Hostia, con las cosas que él sabía, a Nic le tenía cogido. Podría convertir el préstamo en algo más que un sueldo semanal. Miró el reloj del vídeo. Las cinco pasadas. ¿Estaría en el trabajo o en casa? Probó en los dos sitios, pero no contestaba. A lo mejor estaba de ligue tomándose unas copas en el bar con alguna de las minifalderas de la oficina. Allí no encajaba su buen amigo; él sólo servía de saco de arena y para que Nic deslumbrara por contraste a su lado.

El era un títere, feo y simple. Todos se reían de él. Jayne, su madre y Nic. Incluso la mujer de la Seguridad Social. Y hasta Tofu… Se imaginaba al cabrón aquel riéndose cómodamente sentado en aquel piso insonorizado con sus buenas bolsas de hierba y sus chinas de costo, escuchando música y con dinero en el bolsillo. Cogió las monedas del sofá una por una y las fue tirando contra la pantalla apagada del televisor.

Hasta que sonó el timbre. ¡Ahí estaba Jayne! Bueno, tenía que sobreponerse y hacer como si nada. Mostrarse un poco ofendido, si acaso. Son cosas que pasan y hay que saber… Otro timbrazo. Aguanta; que abra con su llave. Pero empezaron a dar porrazos con la mano. ¿A quién debían dinero? ¿Se llevarían el televisor? ¿El vídeo? Poco más había.

Se detuvo ante la puerta conteniendo la respiración.

– ¡Te veo, mamón!

La ranura de echar la correspondencia enmarcaba dos ojos y era la voz de Nic. Fue a abrir.

– Nic, tío, te he estado llamando.

Apenas hubo descorrido el pestillo la puerta le golpeó impulsándole hacia atrás y haciéndole caer de culo. Fue a levantarse y Nic le arreó otro empujón que le derribó. Oyó que cerraba de un portazo.

– Has cometido una tontería, Jerry, una tontería muy gorda.

– ¿De qué hablas? ¿Qué es lo que he hecho ahora?

Nic estaba sudoroso, sus ojos eran más oscuros y fríos que nunca y hablaba con voz cortante.

– No debí contártelo -dijo con rabia.

Jerry se levantó y entró en el cuarto de estar arrimándose a la pared.

– Contarme, ¿qué?

– Que Barry quería echarme.

– ¿Qué?

No entendía nada, pero seguía pensando que a lo mejor era por culpa suya, pero no podía entenderlo si no se concentraba.

– No sólo me delatas a la pasma…

– Guau, despacito…

– No, despacito, tú, Jerry. Y cuando haya acabado contigo…

– ¿Pero qué he hecho yo?

– Me has delatado y les has dicho dónde trabajo.

– ¡Que no!

– ¡Y han ido a contárselo a Barry! ¡Esta tarde había un poli en el aparcamiento! ¡Se pasó allí horas sentado en su coche en mi sitio! ¿Por qué motivo?

– Vete a saber -respondió Jerry temblando.

– No, Jer -dijo Nic-, por una sola razón, y eres tan idiota que piensas que no voy a llevarte por delante.

– Por Dios, tío…

Nic sacó un objeto del bolsillo: un cuchillo. ¡Un maldito y enorme cuchillo! Jerry advirtió, además, que llevaba guantes.

– Te lo juro por Dios, tío.

– Calla.

– ¿Por qué iba a hacer eso, Nic? ¡Piensa un momento!

– Se acabó la cuenta atrás. Ya veo cómo tiemblas -añadió Nic riendo-. Sabía que eras un cobarde, pero no tanto…

– Escucha, tío, Jayne se ha marchado y…

– Ahora Jayne es para ti lo de menos -se oyeron golpes en el techo-. ¡Silencio! -exclamó Nic alzando la vista.

Jerry vio una posibilidad y entró corriendo en la cocina. El fregadero estaba lleno de platos. Metió la mano en él y sacó un montón de cucharas y tenedores. Nic se le venía encima y le tiró los cubiertos gritando:

– ¡Llamen a la policía! ¡Los de arriba, que venga la poli!

Nic le dio un tajo en la mano derecha y la sangre le chorreó hasta la muñeca mezclándose con el agua de fregar. Lanzó un grito de dolor y dio una patada en la rodilla a Nic, quien volvió a embestirle, pero Jerry consiguió salir al cuarto de estar, donde tropezó y cayó encima de la caja de los singles, que se esparcieron por el suelo. Nic llegó corriendo y su pie hizo añicos uno de los discos.

– Cabrón -exclamó- no volverás a decir una palabra de mí.

– ¡Nic, tío, estás loco!

– No bastaba que Cat me dejara… Tenías que regodearte, ¿no? Bueno, amigo, pues el violador eres tú. Yo soy el que conduce la furgoneta. Eso es lo que les diré -dijo con una sonrisa aviesa-. Nos peleamos y te maté en defensa propia. Eso les diré. ¿No te das cuenta? Aquí el cerebro soy yo, Jerry gilipollas. Tengo un empleo, un buen piso, coche… Y a mí me creerán -añadió esgrimiendo el cuchillo, pero Jerry le arremetió y Nic lanzó una especie de resuello quedándose un instante boquiabierto y paralizado antes de mirarse el pecho, de donde sobresalían las tijeras.