Выбрать главу

Rebus repitió la invitación, añadiendo esta vez:

– Hay otra tumba que debería ver.

El desconocido aminoró el paso sin detenerse.

– Para su tranquilidad, sepa que soy policía, por si eso le tranquiliza. Puedo enseñarle mi identificación.

El hombre se detuvo a dos metros escasos de la puerta y Rebus se plantó ante él para verle la cara. Tenía la piel fláccida pero bronceada y sus ojos denotaban experiencia y humor y, sobre todo, miedo. Su barbilla era partida, con una incipiente barba grisácea. Rebus advirtió que acusaba el cansancio propio del viaje y su desconfianza ante alguien que le interpelaba en una tierra extraña.

– Soy el inspector Rebus -dijo sacando el documento identificativo.

– ¿A qué tumba se refiere? -preguntó el hombre casi en un susurro sin ningún acento escocés.

– A la de Freddy -contestó Rebus.

Freddy Hastings estaba enterrado en un lugar anodino de un cementerio de las afueras al otro extremo de la ciudad. Se detuvieron ante un montículo de tierra blanda parcialmente cubierta de hierba y sin lápida.

– No acudió mucha gente a su entierro -comentó Rebus-. Un par de colegas míos, viejos amores y un par de alcohólicos.

– No lo entiendo. ¿De qué murió?

– Se suicidó. Leyó una noticia en el periódico y decidió, Dios sabe por qué, que no valía la pena seguir ocultándose.

– Por el dinero…

– Gastó un poco al principio, pero después… algo hizo que lo pusiera a buen recaudo sin tocarlo. Quizá esperando que apareciera usted. O tal vez a causa del remordimiento.

El hombre no dijo nada. Unas lágrimas empañaron sus ojos; sacó el pañuelo para enjugárselas y se lo guardó con mano temblorosa.

– Hace fresquito aquí tan al norte, ¿verdad? -dijo Rebus-. ¿Dónde ha estado viviendo?

– En el Caribe. Tengo un bar allí.

– Eso queda muy lejos de Edimburgo.

– ¿Cómo ha dado conmigo? -replicó el hombre volviéndose hacia él.

– Quien ha dado conmigo ha sido usted. De todos modos, los cuadros me sirvieron de ayuda.

– ¿Qué cuadros?

– Los retratos que su madre, la señora Grieve, le ha estado haciendo desde que se fue.

Alasdair Grieve dudaba de ir a ver a su familia.

– En estas circunstancias puede ser desastroso -alegó.

Rebus asintió con la cabeza. Estaban en un cuarto de interrogatorios en Saint Leonard y les acompañaba Siobhan Clarke.

– Sí, claro, me imagino que no le apetecerá que anuncien su visita con trompeta desde las almenas del castillo.

– Pues no -dijo Grieve.

– Por cierto, ¿qué nombre utiliza actualmente?

– Tengo pasaporte a nombre de Anthony Keillor.

Rebus anotó el nombre.

– No le preguntaré dónde consiguió ese pasaporte.

– Ni yo se lo diría.

– Fue usted incapaz de romper todos los vínculos con el pasado, ¿verdad? Keillor es una abreviatura de Rankeillor.

– ¿Conoce a mi familia? -preguntó Grieve mirándole.

Rebus se encogió de hombros.

– ¿Cuándo se enteró de la muerte de Roddy?

– Unos días después de que lo asesinaran. En ese momento pensé en volver, pero no le vi sentido. Luego, vi el anuncio del entierro.

– No sabía que al Caribe llegaran periódicos escoceses.

– Está Internet, inspector. El Scotsman sale en la red.

Rebus asintió con la cabeza.

– ¿Y se decidió entonces?

– Siempre le tuve mucho afecto a Roddy… y pensé que era lo menos que podía hacer.

– ¿A pesar del riesgo?

– Hace veinte años de todo aquello, inspector, quién va a pensar que después de tanto tiempo…

– Menos mal que era yo quien le esperaba en el cementerio y no Barry Hutton.

Aquel nombre evocaba muchos recuerdos a juzgar por la expresión de Alasdair Grieve.

– ¿Todavía sigue por ahí ese cabrón? -dijo al fin.

– Es el promotor inmobiliario más importante de Edimburgo.

– Dios -musitó Grieve ceñudo.

– Bien -añadió Rebus inclinándose y apoyando los codos en la mesa-, creo que ha llegado el momento de que nos diga de quién es el cadáver descubierto en la chimenea.

– ¿El qué? -replicó Grieve mirándole de nuevo.

Cuando Rebus se lo explicó Grieve asintió con la cabeza.

– Debió de esconderlo Hutton, que trabajaba en Queensberry House para vigilar a Dean Coghill por cuenta de su tío.

– ¿Bryce Callan?

– Exacto. Callan estaba enseñando el oficio a Barry y por lo visto lo hizo bien.

– ¿Usted estaba conchabado con Callan?

– Yo no diría tanto -replicó Grieve casi levantándose del asiento pero sin llegar a hacerlo-. ¿Tienen inconveniente en que me levante? Sufro un poco de claustrofobia.

Comenzó a pasear de arriba abajo en el limitado espacio. Siobhan, que se había quedado de pie junto a la puerta, le dirigió una sonrisa de simpatía. Rebus le tendió una foto del rostro del muerto de la chimenea compuesto por ordenador.

– ¿Qué saben ustedes al respecto? -preguntó Grieve.

– Bastante. Callan estuvo comprando terrenos alrededor de Calton Hill, probablemente con miras al nuevo Parlamento, pero no quería que los proyectistas supieran que era él y para ello se sirvió de ustedes como pantalla.

Grieve asintió con la cabeza.

– Bryce tenía un contacto en el ayuntamiento -dijo-, alguien de urbanismo -Rebus y Siobhan cruzaron una mirada- que le había prometido contratos en el lugar de construcción del futuro Parlamento.

– Muy arriesgado puesto que ello dependía en primer lugar del resultado del referéndum.

– Sí, pero al principio el asunto parecía claro. Sólo se amañó después porque el gobierno quería asegurarse de que no prosperase.

– De manera que Callan se vio con todos esos terrenos que no iban a revalorizarse.

– No es que perdieran valor; él quiso echarnos la culpa de todo. Como si nosotros hubiésemos manipulado los votos -añadió Grieve riendo.

– ¿Y qué sucedió?

– Bueno… Freddy había apañado las cifras para justificar ante Callan un coste mayor de los terrenos, pero él lo descubrió y reclamó la diferencia más lo que se había pagado de fianza.

– ¿Envió a alguien para esa reclamación?

– A un tal Mackie -contestó Grieve dando unos golpecitos en la foto-. Un matón de lo peorcito -dijo Grieve frotándose las sienes-. Dios, no sabe qué extraño resulta hablar de todo esto por fin…

– ¿Mackie? -repitió Rebus-. ¿De nombre Chris?

– No, Chris, no; Alan o Alex… creo. ¿Por qué?

– Mackie es el apellido que adoptó Freddy. -«¿Por remordimiento?», pensó Rebus-. Bien, ¿cómo acabó Mackie muerto?

– Vino a asustarnos para que devolviésemos el dinero, y, como le digo, era de cuidado, pero a Freddy le acompañó la suerte. Tenía un puñal en el cajón del escritorio, una especie de abrecartas, que se llevó como arma a la cita que teníamos con Callan aquella noche para aclarar las cosas, en el aparcamiento de Cowgate. Fuimos muertos de miedo.

– ¿Y a pesar de ello acudieron?

– Nos planteamos huir… pero al final fuimos a la cita porque era difícil dejar plantado a Bryce Callan. Pero él no fue y nos encontramos con ese Mackie; a mí me dio un par de puñetazos de los que aún conservo secuelas en un oído. Después se volvió hacia Freddy. Tenía una pistola, me golpeó con la culata. Yo pensé que Freddy saldría peor parado, vamos, estoy seguro… porque era quien llevaba la gestión y Callan lo sabía. Pero le juro que fue en defensa propia. Vamos, no creo que tuviera intención de matar a Mackie, sino… -se encogió de hombros- sólo detenerle, supongo.