– Estoy satisfecho contigo, Antonia. Han sido unos momentos terribles para ti, pero has de ser valiente. Eres la madre adecuada para mis hijos.
Salió del dormitorio y se encaminó a la biblioteca. La casa se hallaba en silencio, ahora que sus hijastros no correteaban de un lado a otro. En cierto modo era triste, pero al cabo de unos años en la villa volverían a oírse risas y gritos infantiles. Los de sus propios hijos. Una lámpara ardía sobre la mesa cuando entró en su santuario particular; una vez dentro, cerró la puerta con firmeza. Sólo la emergencia más grave haría que alguien le molestara cuando aquella puerta estaba cerrada. Después de casarse con Antonia había inculcado a los criados, que aquella habitación era su sancta sanctorum. Nadie debía entrar en ella sin su consentimiento expreso.
– Lo habéis hecho muy bien -dijo a los dos hombres que ahora salieron de las sombras de la habitación.
– Ha sido fácil, amo -dijo el de mayor estatura. -Esas dos niñeras no nos han dado ningún problema. Un poco de vino con narcótico, joder un poco, otro poco de vino, un poco más de…
– ¡Sí, claro! -interrumpió Quinto Druso impaciente. -El cuadro que me pintas es bastante explícito. Háblame de los niños. ¿Os han dado algún problema? ¿No han gritado? No quiero que más adelante aparezca algún testigo.
– Les estrangulamos en la cama, mientras dormían, amo. Después colocamos los cuerpos en el estanque del atrio. Nadie nos vio, os lo garantizo. Era plena noche y todos dormían. Antes de acabar con los niños preparamos la escena. Tenían un aspecto horrible, esas chicas -prosiguió el hombre alto y rió con aire obsceno.
– Nos prometisteis la libertad -dijo el otro hombre a Quinto Druso. -¿Cuándo nos la daréis? Hemos hecho lo que pedisteis.
– Os dije que debías realizar dos tareas para mí-fue la respuesta de Quinto Druso. -Esta no es más que la primera.
– ¿Cuál es la segunda? ¡Queremos nuestra libertad! -repuso el hombre alto.
– Eres impaciente, Cato -dijo Quinto Druso, observando su expresión de disgusto. Le divertía dar a sus esclavos nombres dignos, de sonido elegante. -Dentro de nueve días mi hijo recibirá su nombre formalmente y se celebrará una ceremonia de purificación. Es un acontecimiento familiar que se celebra dentro de casa. Vendrá mi suegro de Corinio y mi primo Gayo y su familia de su villa cercana. Quiero que estudiéis bien a mi primo y a su familia.
»En mayo hay un festival céltico. Esa noche, desde que se pone el sol hasta que amanece, Gayo Druso concede libertad a sus esclavos. Tengo intención de seguir la misma costumbre. Esa noche eliminaréis a mi primo y a su familia. Como incentivo extra, podéis robar el oro de mi primo de un escondrijo que yo os revelaré oportunamente. Con el alboroto que se formará tardaré varios días en descubrir que aquellos dos nuevos esclavos de Galia que compré hace poco han desaparecido. ¿Comprendéis?
Miró fríamente a los dos hombres, preguntándose si habría alguna manera de eliminarles a ellos también y ahorrarse la posibilidad de ser descubierto algún día. No. Tendría que confiar en ellos. Si sabía juzgar bien a los hombres, huirían como alma que llevan los demonios para regresar a Galia.
– Beltane -dijo Cato.
– ¿Beltane? -repitió Quinto Druso perplejo. -Es el festival céltico que habéis mencionado. Se celebra el primer día de mayo, amo. No hay ningún otro festival importante de primavera.
– Muy apropiado -dijo Quinto Druso con un; breve sonrisa. -Me casé con mi esposa en las Calenda de junio y nuestro hijo nació en las de marzo. Ahora en las de mayo iniciaré el camino de mi destino. Cree que el uno es mi número de la suerte. -Miró a los dos galos. -Apagaré la luz un momento. Salid por el jardín y comportaos. ¡Los dos! Debéis tener fácil acceso a la casa cuando mi primo y su familia estén aquí. Si causáis dificultades, el mayordomo os enviará a los campos, y allí no me servís de nada.
Por la mañana, Quinto Druso envió mensajeros; su suegro en Corinio y a su primo Gayo, invitándole: a ir a su casa, el día de la imposición del nombre y la purificación del nuevo Druso.
Hasta que llegaron para la celebración Gayo Druso Corinio y su familia no se enteraron de la muerte de los dos hijos mayores de Antonia.
– Oh, querida -exclamó Kyna, besando a la joven en ambas mejillas. -Lo siento terriblemente. ¿Por qué no enviaste a buscarme? Mi madre y yo habríamos venido. Y Cailin también. No es bueno que una mujer esté sola en momentos de tanto dolor.
– No era necesario -dijo Antonia con suavidad. -Mis pequeños están a salvo con los dioses. Quinto me lo ha asegurado. No puedo hacer nada por ellos. Debo pensar en el bebé. Quinto no quiere que una esclava lo críe. No puedo disgustarme o dejaré de tener leche. Eso enfadaría mucho a Quinto, y se porta tan bien conmigo que no quiero que eso suceda.
– La tiene hipnotizada -observó Cailin con desagrado.
– Está enamorada de él -respondió Kyna.
– Creo que ha sido muy oportuna la muerte de los dos hijos de Sexto Escipión -comentó Cailin con voz suave.
Kyna se sorprendió.
– ¡Cailin! ¿Qué insinúas? ¿No estarás acusando a Quinto Druso de algún acto no natural? Quería a esos chiquillos y era un buen padrastro para ellos.
– No acuso a nadie de nada, madre -se defendió Cailin. -Simplemente he observado lo oportuno que ha sido que los hijos de Antonia hayan fallecido. Debes admitir que ello favorece el que el único hijo de Quinto lo herede todo.
– ¿Por qué cuando hablas de Quinto -preguntó Kyna a su hija- tus pensamientos siempre son lúgubres, Cailin?
La muchacha hizo un gesto de negación.
– No lo sé -respondió con sinceridad. -Una voz dentro de mí me previene contra un peligro indefinido. Creía que cuando se casara con Antonia esa sensación se evaporaría, pero no ha sido así. En todo caso, se hace más fuerte cada vez que estoy en presencia de Quinto.
– ¿Quizá estás celosa de su matrimonio? -sondeó Kyna. -¿Es posible que lamentes tu decisión de no casarte con él?
– ¿Estás loca, madre?
La expresión de disgusto en el bello rostro de Cailin indicó a Kyna que se equivocaba por completo.
– Sólo preguntaba -dijo Kyna con tono de disculpa. -A veces lamentamos lo que hemos rechazado o despreciado.
Fueron llamadas al atrio, donde estaba preparado el altar familiar. Con orgullo, Quinto Druso otorgó su propio nombre a su hijo. Con suavidad, colgó una hermosa bullae de oro tallado en el cuello del bebé. El medallón, cerrado por un ancho muelle, contenía un poderoso amuleto entre sus dos mitades que protegería a quien lo llevara hasta que se hiciera hombre. Con la dignidad del patriarca de una gran familia, Quinto Druso entonó plegarias a los dioses, y a Marte en particular, pues se hallaban en el mes de marzo. Oró para que Quinto Druso el joven tuviera una vida larga y feliz. Luego sacrificó un cordero, nacido el mismo día que su hijo, y dos palomas blancas en honor a los dioses para que sus plegarias fueran atendidas favorablemente.
Una vez finalizada la ceremonia religiosa, comenzó la celebración y la fiesta. Cada miembro de la familia de Gayo Druso había traído un crepundia al bebé. Estos eran juguetes de oro o plata en forma de animales, peces, espadas, flores o herramientas, que se unían a una cadena y se colgaban del cuello del pequeño para que se divirtiera con su tintineo. Eran los regalos tradicionales del día de la purificación y del nombre del niño.
Quinto Druso estaba de buen humor. Compartiendo vino con sus primos Tito y Flavio, bromeó con ellos.
– He oído decir que cierta esclava de la villa de vuestro padre está madurando como un melón. ¿Quién es el responsable, eh?
Los gemelos se sonrojaron y luego rieron con aire de complicidad.