Cailin negó con la cabeza.
– No -dijo. -Aunque tengo muchos recuerdos felices de ella, la casa en que crecí ya no existe. La tierra está empapada de la sangre de mi familia y ahora también de la de Ragnar. No creo que pudiera permanecer aquí aunque me lo pidieras, mi señor.
Él asintió, comprensivo, y Cailin prosiguió: -En mi infancia, los caminos que los romanos construyeron para unir las ciudades que habían erigido en Britania se volvieron inseguros. Hubo un tiempo, que no está en mi memoria pero sin duda sí estaba en la de mi padre, en que esos caminos eran seguros; pero cuando las legiones se marcharon, con ellos partió también el modo de vida que habíamos conocido durante siglos. Nadie se habría atrevido a atacar la propiedad de Gayo Druso Corinio o de Antonio Porcio en ese lejano pasado. Ahora los tiempos han cambiado, Wulf, y tu pueblo es un pueblo diferente. Para sobrevivir debemos cambiar, y creo que podemos hacerlo sin sacrificar los valores que apreciamos. Tú no eres como Ragnar o Haraldo. Eres un tipo de sajón diferente. Tus pies, como los míos, no están atados al pasado. También tú sueñas con un futuro que la mayoría ni siquiera puede imaginar. ¡Iré dichosa contigo a Branddun! En Caddawic no nos queda más que recuerdos. Borraré de mi mente los malos y los dejaré atrás. Los buenos los llevaré siempre en mi corazón. ¡Oh, Wulf! Estuvimos a punto de separarnos para siempre una vez, pero los dioses permitieron que nos reuniéramos y nos amáramos de nuevo. ¡Soy tan dichosa!
– ¡Mamá! -Aurora se acercaba corriendo por el campo hacia ellos, ondeando al viento su sedoso cabello dorado, rollizas sus piernecitas. -¡Mamá!
Detrás iba Nellwyn con Royse.
Cailin cogió a su hija en brazos y la cubrió de besos.
– Te he echado de menos, cariño -le dijo. -¿Tú echabas de menos a mamá?
– ¿Los hombres malos se han ido? -preguntó Aurora con nerviosismo.
– Se han ido para siempre y nunca volverán, te lo prometo -respondió Cailin abrazándola.
– ¿Cuándo partiremos para Branddun? -preguntó Wulf a su esposa, el corazón lleno de amor por aquella valiente mujer que era su compañera.
– ¡Hoy mismo! -exclamó Cailin. -Ordena que los hombres recojan nuestras cosas de la casa. Quemaremos todo lo que podamos y destruiremos el resto. Se acabó.
– ¿Adónde vamos? -preguntó Nellwyn cuando llegó junto a ellos.
Cailin cogió a Royse de los brazos de su sirvienta alabando la valentía de ésta. Luego se sentó en el suelo y se colocó su hijo al pecho mientras Wulf explicaba a Nellwyn lo que habían decidido. Cuando terminó, y mientras Royse chupaba con ansiedad, Cailin dijo a Wulf:
– Nellwyn necesita un esposo. Quiere que sea Alberto. ¿Te ocuparás de ello, mi señor?
– Lo haré -respondió él, -¡y de buena gana! Tu lealtad salvó la vida de nuestros hijos, Nellwyn. No hay recompensa suficiente. Alberto es un hombre muy afortunado y así se lo diré.
Wulf dio la orden de vaciar la casa y, cuando empezaban a hacerlo, subió a la buhardilla. Ragnar yacía de espaldas, desnudo y blanco como la nieve. Había sangre por todas partes. Wulf volvió la cabeza del hombre. Sus ojos estaban abiertos de par en par y había en ellos una expresión de sorpresa. La herida le había sorprendido. Ragnar tenía el cuello rajado de oreja a oreja. ¿Cómo lo había hecho Cailin? Su delicada ovejita no parecía capaz de semejante acto salvaje, pero no podía negar la evidencia. Era sin duda una herida mortal, y no precisamente la clase de muerte que un hombre elegiría. En el mejor de los casos, un hombre moría en la batalla. En el peor, de viejo en su cama. Morir a manos de una frágil mujer era vergonzoso. No habría Valhalla para Ragnar. Probablemente vagaría por las afueras de ese lugar para toda la eternidad. Cailin tenía razón. Les resultaría difícil dormir y hacer el amor en el lugar donde Ragnar había intentado violarla y donde ella le había matado.
– ¿La casa ya está vacía? -preguntó a los de abajo.
– Sí, mi señor -respondió una voz. -Estamos listos para incendiarla.
– Pasadme una antorcha -pidió Wulf. -Empezaremos por aquí.
Cuando le fue entregada la antorcha, prendió fuego al espacio para dormir donde yacía Ragnar. Luego arrojó la antorcha a un lado y, una vez abajo, ordenó a sus hombres que prendieran fuego al resto del edificio.
Salió de la casa en llamas y encontró a Cailin esperándole, montada ya en su yegua. Aurora iba sentada delante de su madre y Nellwyn en el carro, con Royse en brazos. Wulf miró a su esposa y ambos intercambiaron una mirada de silenciosa comprensión. Entonces él miró a sus hijos y sonrió. Aurora y Royse y los hijos que vendrían después eran un futuro prometedor. Ya no tenía nada que temer. Sucediera lo que sucediese, los años venideros se verían colmados con su amor y la esperanza de un nuevo mundo.
Wulf montó su caballo y sonrió a su esposa, y Cailin le sonrió a su vez. Con el apoyo del amor de Wulf, pensó Cailin, podría hacer frente a cualquier obstáculo y vencerlo.
– Te quiero -le dijo con voz suave, y se emocionó cuando él respondió:
– Yo también te quiero, ovejita.
Juntos se alejaron del sombrío pasado y emprendieron el camino hacia un radiante porvenir.
Bertrice Small
Nacida en Manhattan, Bertrice Small ha vivido al este de Long Island durante 31 años, lugar que le encanta. Sagitaria, casada con un piscis, sus grandes pasiones son la familia, sus mascotas, su jardín, su trabajo y la vida en general.
Es autora de 41 novelas, 36 de ellas históricas, 3 de fantasía y 2 de romance contemporáneo, además de 4 historias cortas de temática erótica. Los libros de Bertrice han figurado en lo más alto de las listas de ventas, siendo la autora una habitual del «New York Times», el «Publishers Weekly», el «USA Today», y el «L.A. Times».
Ha recibido numerosos premios entre los que destaca el Romantic Times por toda su carrera en 2004, un Silver Pen, un Golden Leaf y varios Romantic Times concedidos por los lectores. Bertrice Small es una autora muy involucrada con la comunidad literaria y es miembro, entre otros, de The Authors Guild, Romance Writers of America, PAN, y PASIC, una sección de RWA dedicada a ayudar a nuevos escritores.