Se preguntó si alguna vez volvería a ver la ciudad. Poco después de la muerte de su familia, sus tíos Epilo y Lugotorax habían viajado a Corinio para enterarse de lo que se decía de las muertes de Gayo Druso y su familia. Se detuvieron en la principal taberna y mencionaron al tabernero la villa arrasada por el fuego que habían visto a unos kilómetros de la ciudad.
– Parece que ha habido un incendio reciente -dije Epilo con indiferencia.
– ¿Alguien resultó herido? -preguntó Lugotorax.
El tabernero, alma chismosa con poco trabajo aquel día soleado, respiró hondo y respondió.
– Fue una gran tragedia. La villa pertenecía a Gayo Druso Corinio. Su familia se remontaba a la época de emperador Claudio, cientos de años atrás. Gente agradable. Una familia muy respetable, en verdad. Tenía tres hijos, dos chicos y una chica. Y también vivía con ellos la madre de la esposa. Ahora todos están muertos. La villa se incendió en el último Beltane y toda la familia pereció.
– Entonces ¿la tierra está en venta? -pregunto Epilo.
– No -respondió el tabernero. -Lo que fue mal; suerte para Gayo Druso Corinio fue buena para su primo Quinto Druso. Ese joven vino de Roma hace un par de años y se casó con la hija del magistrado jefe de Corinio, una mujer rica. Ahora él ha heredado las tierras que pertenecían a Gayo Druso Corinio. Bueno, y; saben lo que se dice, amigos: la riqueza llama a la riqueza, ¿eh?
Cuando viajaban de regreso a su aldea, Epilo comentó:
– Me gustaría esperar una noche oscura a ese tal Quinto Druso y rebanarle la garganta. Asesinar a la familia fue algo horrible, pero recuerda lo que nos contó Brenna que le hicieron a nuestra hermana Kyna antes de morir.
– Matar a Quinto Druso no devolverá a nuestra hermana y su familia al mundo de los vivos -replico Lugotorax a su hermano. -Ahora tenemos que pensar en Cailin. Ceara dice que Brenna no vivirá mucho. Hemos de encontrar un buen marido para nuestra sobrina.
– Quizá en los festejos en honor de Lug-observó Epilo pensativo, -cuando todos los dobunios de la colina estén reunidos. ¿Crees que alguno de los hijos de nuestros hermanos sería adecuado para la muchacha? Quienquiera que sea, ha de ser un hombre con propiedades. A pesar de lo que padre diga, Cailin lleva nuestra sangre.
Un grupo de extranjeros, gente oscura con ropa de colores, que viajaba en tres carretas cerradas, llegaron a la aldea de Berikos la noche antes de la festividad de Lug. Debido a la fecha, fueron recibidos cálidamente e invitados a quedarse a los festejos.
– Gitanos -dijo Nuala. -Son muy buenos con los caballos, y se dice que algunos incluso poseen el don de la profecía.
A la mañana siguiente, cuando comenzaron las celebraciones, una anciana arrugada del grupo de gitanos se instaló bajo un pequeño toldo y se ofreció a adivinar la fortuna a cambio de otras cosas.
– ¡Oh! -exclamó Nuala excitada. -¡Vamos a que nos adivinen el futuro, Cailin! Quiero saber si tendré un marido joven y guapo sediento de mí. -Al ver la expresión asombrada de Cailin, Nuala ahogó una risa traviesa. -Los celtas hablamos sin rodeos -explicó a su prima.
– No tengo nada que ofrecer a la anciana -dijo Cailin. -De no ser por tu abuela, sólo tendría la túnica que llevaba cuando llegué. Las únicas joyas que poseo son los pendientes y el broche de oro y esmaltes que llevaba en la fiesta de Beltane. Ve tú, Nuala, a que te adivinen el futuro. Yo escucharé.
– Dale un bote de ese ungüento que te enseñé a hacer -dijo Nuala. -Será más que suficiente, te lo aseguro. Iremos juntas, pero yo entraré primero y le daré esta aguja de bronce y esmaltes. Es realmente hermoso, pero ya no me gusta.
Las dos primas se acercaron al toldo. La mujer que estaba debajo era sin duda una criatura de aspecto anciano. Sus negros ojos las examinaron cuando llegaron a ella. Parecía una tortuga asoleándose sobre una roca a principios de primavera, pensó Cailin.
– ¡Venid! ¡Venid, guapas! -les saludó. -¿Queréis que la vieja abuelita os adivine el futuro?
Sonrió, mostrando una boca sin dientes.
Nuala le tendió el alfiler y la anciana lo cogió, lo examinó con atención e hizo un gesto de asentimiento.
– Nadie hace un mejor trabajo de esmaltes que vosotros los celtas -dijo con admiración. -Dame la mano, muchacha. Veremos qué te reserva la vida. -Cogió la mano de Nuala y miró con atención la palma. -¡Ahhh! -exclamó, y volvió a mirar la mano. -¡Sí! ¡Sí!
– ¿De qué se trata? -preguntó Nuala. -¿Qué ves, anciana?
– Un hombre fuerte y guapo, muchacha, y no sólo uno. Serás esposa de dos hombres. Tendrás muchos hijos y nietos. ¡Ay! Vivirás muchos años, niña. No siempre será una vida fácil, pero no serás infeliz.
La gitana soltó la mano de Nuala.
– ¿Dos maridos? -Nuala parecía perpleja y ahogó la risa. -Bueno, si uno es suficiente, estaré encantada de tener otro. ¿Y muchos hijos, dices? ¿Estás segura?
La anciana asintió con vigor.
– Bueno -prosiguió Nuala, -es un buen destino y seré feliz. ¿Qué mejor para una muchacha que casarse y tener hijos? -Empujó a Cailin con suavidad. -¡Ahora dile el futuro a mi prima! Tiene que ser al menos tan bueno como el mío. ¡Dale el ungüento, Cailin!
Cailin entregó el pequeño bote de piedra a la gitana, quien cogió la mano de la joven y la examinó.
– Hace poco has burlado a la muerte -dijo la adivinadora. -La burlarás más de una vez, muchacha, antes de que llegue tu hora. -Miró a Cailin a la cara y ésta se estremeció. La gitana volvió a mirarle la palma. -Veo a un hombre; no, más de uno. -Meneó la cabeza. -Torres doradas. ¡Ay, aquí hay demasiada confusión! No veo lo que necesito ver. -Dejó la mano de Cailin. -No puedo adivinar más, muchacha. Lo siento. Toma tu ungüento.
– No -repuso Cailin. -Guárdalo si puedes decirme una sola cosa, anciana. ¿Perderé pronto a un ser querido?
La gitana volvió a coger la mano de Cailin y dijo: -Recientemente has perdido a varios seres queridos, muchacha, y sí, el último lazo que te une a tu antigua vida pronto será cortado por la muerte. Lo siento por ti.
– No lo sientas -le dijo Cailin. -No has hecho más que confirmar lo que mi voz interior me dice. Que tus dioses te protejan.
Se dio la vuelta y se alejó, Nuala detrás de ella.
El rostro de la muchacha más joven mostraba preocupación.
– Es Brenna, ¿verdad? -preguntó.
Cailin asintió.
– Trato de poner buena cara por ella -dijo. -En mi presencia todos fingen que no se dan cuenta, pero todos lo sabemos, incluso la abuela. He vivido con ella toda mi vida. Me salvó de la muerte y me trajo a un lugar seguro. Deseo tanto que se ponga bien y viva muchos años más, pero no será así, Nuala. Se está muriendo cada día, y a pesar de todo mi amor no puedo ayudarla.
Nuala rodeó los hombros de su prima e intentó consolarla.
– La muerte no es más que el umbral entre esta vida y la siguiente, Cailin. Tú lo sabes, entonces ¿por qué te apenas antes de que Brenna siquiera haya dado el primer paso para cruzarlo?
– Me apeno porque no puedo dar ese paso todavía, Nuala. Me quedaré sola a este lado de la puerta mientras mi familia vive en el otro. Echo de menos a mis padres y mis hermanos.
No había nada que Nuala pudiera decir para consolar a Cailin, y por tanto se quedó callada. Ella tenía a toda su familia con ella. Apenas podía imaginar cómo sería vivir sin la familia de una, y ese pequeño esfuerzo de la imaginación estuvo a punto de hacerla llorar. Para cambiar de tema, sugirió:
– Vamos a ver las carreras. Mi hermano Corio es muy rápido. Todos los jóvenes de las otras aldeas intentarán ganarle.
– ¿Y no lo conseguirán? -preguntó Cailin con una leve sonrisa. El amor de Nuala por su hermano rozaba la adoración.
– Nadie puede ganar a Corio -sentenció Nuala con orgullo.
– ¡Yo puedo! -exclamó una joven voz, y las primas se volvieron sorprendidas. Era un muchacho de cabello oscuro sujeto en la nuca con una correa de cuero.