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– Bodvoc el fanfarrón -se burló Nuala. -No pudiste vencer a mi hermano en las últimas fiestas de Lug. ¿Por qué crees que ahora puedes hacerlo?

– Porque este año soy más rápido -respondió Bodvoc, -y cuando gane la carrera, Nuala, me recompensarás con un beso.

– ¡Claro que no lo haré! -replicó Nuala indignada, enrojeciendo, pero Cailin observó que su protesta en realidad no era tan firme como quería aparentar.

Bodvoc sonrió, seguro de sí mismo.

– Sí lo harás -dijo; luego se alejó para reunirse con los otros jóvenes que se preparaban para participar en la carrera.

– ¿Quién es? -preguntó Cailin.

– Bodvoc. Su padre es Carvilio, jefe de una de las aldeas de nuestro abuelo. Tu madre tenía que haberse casado con Carvilio, pero cuando ella eligió a tu padre, él se casó con una mujer catuvellaunia. Bodvoc es el último de sus hijos.

– A Bodvoc le gustas, Nuala -bromeó Cailin.

Nuala ahogó una risita.

– Bueno -concedió, -es guapo.

– Y sospecho que tiene una insaciable sed de tu cuerpo. ¿Podría ser el primero de tus maridos?

– Oh, no comentes a nadie que la gitana ha dicho que tendré dos maridos -rogó Nuala. -Ningún hombre querrá arriesgarse conmigo si cree que eso le acortará la vida. ¡Y entonces moriré solterona!

– No lo diré -prometió Cailin, -pero vayamos a ver la carrera y comprobemos si realmente le debes un beso a Bodvoc.

Nadie creía que Corio pudiera ser derrotado, pero para sorpresa de todos, Bodvoc terminó un cuerpo por delante del campeón. Vestido sólo con unos calzoncillos de cuero, empapado de sudor su musculoso pecho a causa del esfuerzo, se acercó con grandes pasos a una Nuala sorprendida.

– Me debes un beso, Nuala de los ojos azules -dijo con voz suave mientras una lenta sonrisa iluminaba sus bonitas facciones.

– ¿Por qué iba a besar a un hombre que ha superado a mi hermano favorito? -replicó ella sintiendo un poco de debilidad en las rodillas. Bodvoc era tan apuesto…

Bodvoc no discutió con ella, sino que se limitó a atraerla contra su cuerpo e inclinarse para besarla. Nuala exhaló un hondo suspiro y cedió a él un largo momento mientras sus labios se ablandaban bajo los de él. Estuvo a punto de caer cuando él la soltó suavemente. La pálida piel de Nuala enrojeció cuando los participantes en la carrera, incluido su propio hermano, rieron divertidos.

– ¿Nuala? -dijo Cailin en voz baja.

La voz de su prima devolvió a Nuala a la tierra. Se echó hacia atrás y dio una bofetada a Bodvoc.

– ¡No te he dicho que pudieras besarme, zoquete! -gritó, y se alejó corriendo, ondeando al viento su largo pelo oscuro.

– ¡Me ama! -exclamó Bodvoc exultante, y se volvió hacia Corio. -Dile a tu padre que quiero a Nuala por esposa -dijo, y echó a correr tras la muchacha.

La multitud empezó a dispersarse. Cailin miró a Corio.

– ¿Ella le aceptará?

– Bodvoc le gusta a Nuala desde hace años, y ahora tiene catorce. Es suficientemente mayor para ser una esposa. Hacen buena pareja. Él tiene dieciocho y es fuerte. Tendrá hermosos bebés, Cailin. Ahora tenemos que encontrarte un marido para ti también, prima. Supongo que a mí no me considerarías como compañero, ¿verdad?

Por un breve instante una expresión casi esperanzada le cruzó el rostro y Cailin comprendió, para su sorpresa, que su primo Corio albergaba sentimientos hacia ella que, si eran estimulados, podrían convertirse en amor.

– Oh, Corio -dijo y le cogió el brazo. -Te quiero, pero mi amor es el de una hermana hacia un hermano. No creo que nunca seas nada más para mí. -lo abrazó. -Creo que en estos momentos de mi vida necesito un amigo más que un marido. Sé mi amigo.

– Eres la muchacha más hermosa que jamás he visto y quieres que sea tu amigo -dijo Corio con tono quejumbroso. -Sin duda he hecho algo que ha desagradado a los dioses para que me impongan semejante carga.

– Eres un bribón, queridísimo primo -rió Cailin, -y no me das lástima. Tu camino está sembrado de corazones rotos.

Aquella noche Cailin aprendió un poco más acerca de su herencia dobunia cuando su abuelo se presentó ante una concurrida audiencia en su salón y recitó la historia de su tribu céltica. A su lado, un joven arpista tocaba, alternando en su música la dulzura y la pasión, según la parte de la historia que se estaba recitando. Ceara y Maeve iban de un lado a otro del salón, procurando que todos sus invitados estuvieran cómodos; pero en la alta tarima Brigit, la joven esposa de Berikos, se exhibía sentada con aire orgulloso.

En los tres meses que llevaba viviendo entre los dobunios, Cailin había visto pocas veces a Brigit y nunca había hablado con ella. Brigit era hermosa, con una belleza fría, piel inmaculada como el mármol, ojos plateados y cabello negro azabache. Se mantenía distante, creyendo que la protección de su anciano esposo era lo único que necesitaba.

– Y cuando él muera, ¿se ha preguntado Brigit qué será de ella? -observó un día Ceara con amargura.

– Encontrará a otro anciano necio -respondió Maeve. -Ningún hombre joven la aceptaría, pues es evidente que no tiene corazón. Pero a un anciano se le puede hacer creer que será la envidia de todos por poseer una esposa joven.

En los días siguientes a la celebración de Lug se completó la recolección final. Se recogieron las manzanas y peras de los huertos. Se araron los campos de nuevo y se plantó el trigo de invierno. Cailin arrancó zanahorias, nabos y cebollas para guardar al fresco.

– Deja la col hasta que haya peligro de helada fuerte -dijo Ceara. -Está mejor en el jardín. Pero recoge todas las lentejas que quedan. Quiero secarlas y guardarlas yo misma.

– Cuida de Cailin cuando yo me vaya -pidió Brenna a Ceara una tarde. -Todo lo que ella conoce ahora ha desaparecido. Es valiente, pero la he oído llorar por la noche cuando cree que yo duermo y no oigo. Su dolor es muy grande.

– ¿Por qué no Maeve? -preguntó Ceara. -Es hermana.

– Maeve está loca por Berikos -contestó Brenna, -y además Cailin te ha cogido afecto. Honrar; Maeve, pero eres tú en quien confía y a quien ha aprendiendo a querer. Prométeme que cuidarás de ella querida amiga. Cada vez me queda menos tiempo, pero no puedo irme tranquila si no sé que Cailin tiene en ti una amiga y una protectora.

– Cuando hayas cruzado el umbral -declaró Ceara, -cuidaré de Cailin como lo haría con una de mis nietas. Lo juro por Lug, Dana y Macha. Puedes confiar en mi palabra.

– Lo sé -dijo Brenna con alivio.

Brenna murió la víspera de Samain, seis meses después del incendio. Se fue a dormir y ya no despertó. Cailin, en compañía de Ceara y Maeve, lavó su cuerpo y lo vistió para su entierro. Como refugiadas, Cailin su abuela poseían pocas cosas, pero junto al cuerpo empezaron a aparecer pucheros decorados, vasijas bronce para comer y beber, fragmentos de joyas, pieles, ropa y otras cosas que se consideraban necesarias para una mujer, para que fuera enterrada como correspondía a la esposa de un jefe dobunio.

Brenna fue enterrada varias horas antes de la puesta de sol, cuando comenzaban las fiestas Samain. El arpista tocó una triste melodía mientras las plañideras seguían el cadáver. Berikos acompañó a la esposa que había vivido separada de él hasta el último lugar de desean junto con el resto de la familia. Incluso Brigit se encontraba entre las plañideras oficiales. Como siempre, procuró atraer la atención de Berikos hacia sí misma.

– ¿No podía haber esperado a morirse cuando hubiera comenzado el nuevo año? -se quejó a su esposo.

– Me parece apropiado que Brenna eligiera el último día del año para poner fin a su existencia aquí y cruzar el umbral -respondió Berikos con aspereza.

– La fiesta de esta noche quedará deslucida -observó Brigit.

Ceara vio venir la tormenta pero no pudo impedirla. Cailin se volvió y se puso delante de Brigit, cerrándole el paso.