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– No puedo -admitió Cailin. -Estáis desnudo, ¿no? Nunca he visto a un hombre desnudo… completamente desnudo -rectificó, recordando a los luchadores que habían actuado en la Liberalia de sus hermanos.

– Me envolveré bien con las pieles -prometió él. -Sólo dejaré visibles los brazos, los hombros y la cabeza. Y tú tienes que envolverte también. No quiero avergonzarte, Cailin Druso, pero me gustaría ver tu adorable rostro cuando hablamos. Esto está muy oscuro. Me siento como si estuviera hablando con alguna criatura sin cuerpo -bromeó.

Ella se quedó pensando un momento y luego dijo:

– De acuerdo, pero no me miréis demasiado de cerca. No puedo evitar ser tímida, señor. Todo esto es bastante nuevo para mí, aunque no tan terrible como creía. -Cailin se dio la vuelta con cuidado, aferrando las pieles sobre su pecho. Él sonrió para darle ánimos. Y ella se ruborizó. -¿Ayudaréis a Berikos? -repitió al mirarle; el corazón le latía con fuerza.

Por un instante él vislumbró sus ojos; eran color el violetas húmedas. Ella los cerró rápidamente.

– Al parecer Berikos no está dispuesto a pagar el precio que pido -respondió Wulf.

– Tierras -dijo Cailin, y de pronto tuvo una idea maravillosa. -Yo lo pagaré, señor -dijo, -y a cambio sólo os pediré dos cosas. Veréis que mi trato es mejor.

– ¿Me darás tierras por entrenar y dirigir a los dobunios? -preguntó él, confundido. Cailin rió.

– No. Tenéis razón respecto a las probabilidades de que los dobunios resitúen a las tribus célticas en destacada posición: no existe ninguna. Pero me vengaría del hombre que planeó el asesinato de mi familia y me habría asesinado a mí. Las tierras de la familia Druso Corinio son mías por derecho, pues soy la única superviviente de esa familia. Yo sola no puedo hacer nada para reclamar mis derechos. Mi primo Quinto Druso encontraría la manera de matarme para quedarse con lo que ha robado. Pero vos podríais matar a Quinto Druso para mí. Y si os casáis conmigo, mis tierras serán vuestras, ¿no? Es una oportunidad mucho mejor que la que puede daros mi abuelo -concluyo Cailin, sorprendida por su propia osadía al sugerir semejante acción. Quizá, al fin y al cabo, estaba aprendiendo a sobrevivir sin los dobunios.

– ¿Tus tierras son fértiles? ¿Hay agua suficiente -preguntó él, asombrado de considerar siquiera la proposición de la muchacha. Pero ¿por qué no iba a hacerlo? Él quería tierras de su propiedad y necesitaría una esposa. La idea de Cailin era una solución perfecta a ambos problemas.

– Nuestras tierras son fértiles -aseguró ella y hay mucha agua. Hay buenos campos para cultivar grano y otros para alimentar ganado. También hay huertos. La villa de mi familia ha desaparecido, pero podemos construir otra morada, señor. Los esclavos que pertenecían a mi padre también serán míos. Berikos tendrá que ofrecerme también un regalo de boda. Ceara y Maeve se ocuparán de que sea bueno.

Wulf necesitaba tiempo para pensarlo. El ofrecimiento era excelente y sólo un tonto lo rechazaría.

– Lo haré -dijo. -Nos casaremos y recuperaré tus tierras para ti, Cailin Druso. Incluso ayudaré a ese viejo réprobo, tu abuelo. Nos veremos obligados a pasar aquí el invierno. Durante los próximos meses entrenaré a todos los jóvenes dobunios que desean aprender las artes de la guerra. La prueba final de sus habilidades será cuando recuperemos tus tierras de tu perverso primo. Después serán para Berikos. Si no te confundes respecto a esta gente, no le seguirán más lejos que los límites de su propio campo. -La miró fijamente. -Eres lista, ovejita. -Le levantó el rostro y la besó levemente en los labios. -Pero no le contaremos nuestros planes a tu abuelo. Sólo le diré que te quiero por esposa.

– Eso no te lo negará -dijo ella, sintiendo que el rubor se le extendía por todo el cuerpo al notar el roce de su boca en la de ella. -En realidad, él y Brigit creerán que está bien que la zorra mestiza, como les gusta llamarme, se una a un extranjero, como os llaman a los sajones.

– Todavía no nos hemos unido -dijo él con suavidad.

– Todavía no nos hemos casado -replicó ella sin vacilar, sintiendo que el corazón le daba un vuelco.

– No podemos insultar a tu abuelo, ni creerá que he vencido mi pasión por ti si no hacemos lo que esperan que hagamos esta noche. -Enredó su gran mano en el pelo de Cailin. -Me gusta el color de tu pelo y la encantadora confusión de tus rizos. Las chicas sajonas tienen el pelo rubio y lacio. Lo llevan peinado en dos trenzas, y cuando se casan se lo cortan muy corto, para demostrar su sumisión al esposo. Yo no podría hacerlo con tus encantadores rizos, por eso es una suerte que seas britana y no sajona -agregó con una sonrisa.

Con suavidad pero con firmeza, le echó la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto la garganta. Luego, la puso de espaldas y fue depositando lentos y cálidos besos en la blanca piel.

Cailin aferraba desesperadamente la colcha sobre sus senos. No sabía qué hacer. Ni siquiera sabía si tenía que hacer algo. De pronto se dio cuenta de que los ojos azules de Wulf miraban con profundidad los suyos. Cailin no pudo desviar la mirada. Volvía a sentir calor, pensó de forma irracional, y deseaba apartar la colcha pero no se atrevía a hacerlo.

Wulf estaba seguro de la respuesta que recibiría a la pregunta que le formuló:

– ¿Eres virgen, ovejita?

Claro que era virgen. El semblante de Cailin reflejó la confusión que sentía, pues alternaba el miedo a lo desconocido y la curiosidad.

– Sí -musitó. -Lo siento, no podré darte placer. No sé qué tengo que hacer.

– Me gusta que seas virgen -repuso él con ternura, -y te enseñaré todo lo que has de saber para que los dos obtengamos placer.

– Ni siquiera sé besar -declaró ella con abatimiento.

– Es un arte que se aprende con facilidad -la tranquilizó él, serio, pero en sus ojos asomaba el regocijo. -En muchos es algo instintivo. Cuando te bese, limítate a besarme tú a mí. Deja que el corazón te guíe. Yo te enseñaré ciertos refinamientos más adelante. -La besó con suavidad y, tras un momento de vacilación, Cailin le besó a él. -Eso está muy bien -la alabó. -Volvamos a intentarlo.

Esta vez el beso de Wulf fue más firme, y ella sintió que sus labios cedían ligeramente bajo los de él. Cailin ahogó un débil grito cuando la punta de la lengua de Wulf le rozó la boca suave y sensualmente. La cabeza empezó a darle vueltas. Cailin rodeó a Wulf con los brazos para mantenerse firme, pues tenía la sensación de que se estaba cayendo.

Él se apartó de sus labios y hundió la cabeza en su pelo.

– Tienes un gusto delicioso, ovejita, y hueles de maravilla. Nunca había conocido a una chica que oliera tan bien. ¿A qué se debe? -Bajó la mirada a los ojos de Cailin y ésta se sonrojó una vez más. -¿Siempre te sonrojarás cuando te mire? -le preguntó con voz suave. -¡Eres tan hermosa!

– Me parece que exageráis, señor.

Entonces se dio cuenta de que le estaba rodeando con los brazos y protestó.

– Me gusta que me abraces, ovejita. Creo que a pesar de todos tus temores, sabes que soy un hombre en quien se puede confiar. No soy un hombre que suelte cumplidos como gotas de lluvia. Cuando te alabo, es porque lo mereces. Eres muy guapa. Nunca había conocido a ninguna mujer tan hermosa. Estaré orgulloso de tenerte por esposa, y estaré celoso de cualquier hombre que te mire. Juntos haremos niños guapos y fuertes.

– ¿Cómo? -se atrevió a preguntar ella. Él sonrió.

– Tienes curiosidad, ¿eh? Entonces debemos proseguir nuestras lecciones.

Empezó a retirar la colcha de pieles. Cailin soltó un gritito, tratando de detenerle, pero él no se detuvo. La expresión sobrecogida del bello rostro de Wulf cuando contempló su desnudez permitió a Cailin vislumbrar el poder que una mujer tiene sobre un hombre. Al principio no la tocó. Sus ojos absorbieron la suavidad y palidez de su cuerpo: sus pequeños senos redondeados, la elegante curva de su cintura, sus muslos esbeltos y bien torneados, el vello rizado de su monte de Venus.