Wulf prorrumpió en carcajadas, la risa de un hombre feliz y aliviado. Le retiró el pelo del rostro y se apartó de ella, besándole la punta de la nariz. Luego se apoyó contra la pared, miró a Cailin y dijo:
– Espero que hayas obtenido tanto placer como yo, ovejita.
La atrajo a la seguridad de sus fuertes brazos.
Cailin asintió y volvió la cabeza para mirarle a la cara. Su euforia empezaba a calmarse, pero no se sentía desdichada.
– Después de sentir dolor ha sido maravilloso -dijo con timidez.
– Sólo duele la primera vez -aseguró él. -Haremos buenos niños. Los dioses han sido bondadosos con nosotros, Cailin Druso. Creo que hacemos una buena pareja.
– Tu semilla quema -dijo, sonrojándose al recordar cómo la había sentido inundarla con bruscas explosiones. -Quizá ya hemos hecho nuestro primer hijo, Wulf -agregó mientras volvía a deslizarse bajo las pieles.
Él apoyó la cabeza sobre sus senos y le gustó que la acunara en actitud protectora como él había hecho con ella. Había llegado a la aldea dobunia en busca de tierras. Los dioses, en su sabiduría, le habían dado a Cailin y un inesperado futuro.
– Si estuviéramos en tu mundo -dijo- y te hubiera pedido a tu padre, y él hubiera consentido, ¿cómo se habría celebrado nuestro matrimonio?
– La ceremonia empezaría en la villa de mi padre -explicó Cailin. -La casa estaría decorada con flores y ramas verdes, con tapicerías de lana de vivos colores. Los presagios se harían a la hora del falso amanecer si fueran favorables los invitados empezarían a 1legar incluso antes de que saliera el sol. Acudirían de todas las villas vecinas y también de Corinio.
»La novia y el novio se acercarían al atrio y comenzaría la ceremonia. Una matrona felizmente casada que sería nuestra prónuba, nos uniría. Juntaría nuestras manos ante diez testigos formales, aunque en realidad todos nuestros invitados estarían presentes.
– ¿Por qué diez? -preguntó Wulf.
– Por las diez primeras familias patricias de Roma -respondió, y prosiguió: -Entonces yo recitaría antiguas palabras de mi consentimiento al matrimonio «Cuando y donde eres Gayo, yo entonces y allí Gaya.» Luego pasaríamos a la izquierda del altar familiar y lo encararíamos, sentados en taburetes cubiertos con la piel de ovejas sacrificadas para la ocasión. Mi madre ofrecería un pastel de espelta a Júpiter. Nosotros comeríamos el pastel, mientras mi familia oraría en alta a Juno, que es la diosa del matrimonio. El rezaría Nodens y a otros dioses de la tierra, romanos y célticos. Después se nos consideraría verdaderamente casados. Hay otras formas de ceremonia matrimonial, pero en mi familia siempre se empleaba ésta.
»Mis padres ofrecerían luego un gran festín que duraría un día entero. Al final se distribuirían trozos de nuestro pastel de boda entre los invitados para que tuvieran suerte. Después yo sería escoltada formalmente al hogar de mi esposo. Tú me cogerías de los brazos de madre y yo ocuparía mi lugar en la procesión. Nos apañarían portadores de antorchas y músicos y cualquiera que durante el trayecto quisiera unirse al cortejo. En realidad, en los viejos tiempos se consideraba que esta procesión era el sello final de la validez de un matrimonio.
»Es costumbre que la novia sea asistida por tres jóvenes cuyos padres vivan. Dos caminarían junto a mí y me cogerían de la mano, mientras el tercero iría delante con una rama de espino. Detrás de mí se llevaría un huso y una rueca. Yo tendría tres monedas de plata: una la ofrecería a los dioses de las encrucijadas, la segunda te la daría a ti, en representación de mi dote, y la tercera la ofrecería a los dioses de tu hogar.
– ¿Y yo no haría nada más que caminar a tu lado con orgullo? -preguntó él.
– Oh, no. Tú repartirías pastelillos de sésamo, nueces y otras golosinas entre los espectadores. Cuando llegáramos a tu casa, yo decoraría los postes de la puerta con lana de colores y untaría la puerta con aceites preciosos. Entonces tú me cogerías en brazos para cruzar el umbral. Se considera que trae mala suerte que la novia resbale cuando entra en su nuevo hogar.
– Yo no te dejaría resbalar -observó él, y alzando la cabeza la besó en los labios. -¿Eso es todo?
– No -respondió ella con una risita. -Hay más. Al entrar en la casa, yo repetiría las mismas palabras pronunciadas en la ceremonia. Entonces se cerraría la puerta a la multitud.
– ¡Y por fin estaríamos solos! -exclamó Wulf.
– ¡No! -exclamó Cailin riendo. -Algunos invitados nos harían compañía. Tú me dejarías en el suelo y me ofrecerías fuego y agua como prenda de la vida que compartiríamos y como símbolos de mi deber en nuestro hogar. Habría leña puesta ya en la chimenea, que yo encendería con la antorcha nupcial. Después arrojaría la antorcha a los invitados. Se considera un buen augurio conseguir una antorcha nupcial.
– Luego nuestros invitados se irían a casa y nosotros por fin estaríamos solos -dijo él. -¿Es así o no?
Ella contuvo la risa.
– No.
– ¿No? -preguntó él con exagerado tono de indignación.
– Antes yo tendría que recitar una plegaria.
– ¿Una plegaria larga? -Fingió apesadumbro.
– No, no demasiado -respondió ella. -Y pues la prónuba me conduciría a nuestro diván nupcial que estaría colocado en el centro del atrio la primera noche de boda. Siempre permanecería en ese como símbolo de nuestra unión.
– Es un día largo para los novios -comentó.
– ¿Cómo celebran las bodas los sajones? – preguntó ella.
– El hombre compra a su mujer. Claro que suele asegurarse de que la doncella esté más o menos de acuerdo. Entonces se aproxima a la familia de ella, a través de un intermediario, por supuesto, para ver qué y cuánto quieren por la chica. Luego se hace la oferta formal. Tal vez sea aceptada o tal vez sea necesario regatear un poco más. Una vez acordado el precio de la novia y realizado el intercambio, se celebra un banquete y después la feliz pareja se va a casa, sin sus invitados, debo añadir -concluyó. Entonces cogió la barbilla de Cailin y dijo: -Pronuncia las palabras, Cailin Druso. -Su voz era suave, y su masculinidad empezó a excitarse otra vez. -Dime las palabras, ovejita. Seré un buen esposo para ti, lo juro por todos los dioses, los tuyos y los míos.
– Cuando y donde eres Gayo, yo entonces soy Gaya -recitó Cailin.
«Qué extraño -pensó. -Sabía que alguna vez tendría que pronunciar estas palabras, pero jamás pensé que las diría completamente desnuda, en una cama en una aldea dobunia, a un sajón.» Aun así, Cailin se consideró afortunada. Había percibido que Wulf Puño Hierro era un hombre bueno y honorable. Ella necesitaba su protección, pues fuera de su familia no te nadie. Ceara y Maeve hacían todo lo que podían por ella, pero se habían marchado y ella se encontraba merced de Berikos y su perversa esposa catuvellauna.
No volvería a suceder. De pronto oyó la voz del sajón, fuerte y segura, y le miró a los ojos.
– Yo, Wulf Puño de Hierro, hijo de Orm, te tomo, Cailin Druso, por esposa. Te cuidaré y protegeré. Lo juro por el gran dios Woden, y por el dios Tor, mi patrón.
– Seré una buena esposa para ti -prometió Cailin.
– Lo sé -dijo él, y contuvo la risa. -Me pregunto qué pensarán tu abuelo y esa bruja de Brigit de este giro de los acontecimientos.
– El te pedirá un pago por mí, estoy segura. ¡No le des nada! No se merece nada.
– Lo que no se paga no vale nada, ovejita. Para mí vales más que todas las mujeres. Le daré un precio justo del que no tendrás que avergonzarte.
– Eres demasiado bueno. ¿Cómo podré pagarte tu bondad conmigo? Tenías que haber disfrutado conmigo esta noche y luego abandonarme. Sin embargo, si lo hubieras hecho, aunque no habría debido avergonzarme pues es la costumbre dobunia, en el fondo de mi corazón sí lo habría hecho.