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Cailin pensó que él ya debía de estar cansado, pero cada vez que la tomaba se excitaba tanto que llegaba un momento en que ella casi no podía soportarlo, tan dolorosamente dulce era. El pareció hincharse y crecer dentro de ella hasta que finalmente los dos alcanzaron el éxtasis. La sensación de satisfacción posterior también fue deliciosa. Incluso ahora, cuando el niño se movía dentro de ella, disfrutaba con las atenciones de Wulf.

– ¡Aaaahhhh! -suspiró por fin.

– Pronto tendremos que dejar esto -dijo él de mala gana.

– ¿Por qué?

– Temo dañar al niño.

– ¿Tomarás otra mujer? -preguntó ella.

Wulf percibió los celos en su voz, lo que le complació. Permaneció en silencio un largo momento.

– ¿Te importaría si lo hiciera? -preguntó, fingiendo indiferencia.

Ahora le tocó a Cailin quedarse un rato callada. ¿Le importaría? Y si era así, ¿por qué?

– Sí -respondió por fin. -Me importaría que te llevaras otra mujer a la cama. Pero no me preguntes por qué; no lo entiendo. Simplemente me importaría.

– Entonces no lo haré. Si no puedo contener mis deseos viriles, entonces no soy mejor que un chiquillo. Además, he visto las dificultades que encuentra tu abuelo al tener más de una esposa. Creo que debería evitar estas dificultades, aunque no te prometo que siempre piense igual, ovejita.

Cailin sonrió. No habría otras esposas si ella podía evitarlo. Una esposa era más que suficiente para cualquier hombre, incluso para uno tan maravilloso como Wulf Puño de Hierro. Ella siempre sería más que suficiente para él. Entonces se le ocurrió una cosa. ¿Por qué le importaba? ¿Era posible que la amara? ¿La consideración que demostraba Wulf con ella era señal de amor? Cailin cayó en un sueño satisfecho, sintiendo el aliento de su esposo contra su oreja. Era una sensación reconfortante.

Varios días más tarde, una luminosa mañana de abril, Wulf puso en marcha su plan para recuperar las propiedades de su esposa. Reunió a los jóvenes guerreros a quienes había entrenado durante los meses invernales y les preguntó:

– ¿Os gustaría demostrarme vuestra habilidad ayudándome a tomar una villa propiedad de un romano llamado Quinto Druso?

Los jóvenes parecieron a todas luces incómodos. Corio, el primo de Cailin, dijo:

– La mayoría quiere regresar a sus aldeas, Wulf. Ya es época de sembrar y sus familias les necesitan. Nunca esperaste realmente que formarían un ejército para Berikos y llevarían a cabo sus descabellados planes, ¿verdad?

Wulf rió.

– No, Corio, no. Sin embargo, Quinto Druso hizo asesinar a la familia de Cailin y es el responsable de la muerte de Brenna. Cuando nos casamos prometí a Cailin que recuperaría sus tierras para ella y nuestros hijos.

Los ojos azules de Corio se abrieron como platos; luego sonrió.

– ¿Por eso no has presionado al abuelo respecto a las tierras que te prometió? ¿Todo este tiempo sabías que dispondrías de las propiedades de Cailin?

– Sólo dispondré de ellas si tú y los demás me ayudáis a recuperarlas y a poner a Quinto Druso en manos de la justicia -dijo Wulf. -No puedo hacerlo sin vuestra ayuda.

Corio se volvió hacia los otros jóvenes.

– Sólo será unos días -les dijo. -Vengaremos un agravio y Cailin podrá volver a casa y criar allí a sus hijos, para honrar a su familia fallecida y para vivir en paz como vivimos nosotros. -Miró a sus compañeros, y al ver que todas las cabezas asentían, se volvió hacia Wulf y declaró: -¡Lo haremos!

– Gracias. Que descanséis bien, muchachos -les deseó el sajón. -Partiremos por la mañana. -Los despidió, pero Corio le cogió por el brazo mientras los otros se alejaban en diferentes direcciones. -¿Qué ocurre, Corio?

– Debo decirte algo, Wulf. Se trata de mi abuelo, pero debes mantener en secreto lo que voy a revelarte.

– De acuerdo.

Corio no se anduvo por las ramas.

– Los hombres han tenido una reunión clandestina. Como sabes, Berikos vive en el pasado; un pasado del que él ni siquiera formó parte, lo cual resulta aún más extraño. A medida que envejece, su deseo de expulsar a todos los romanos de Britania aumenta. Brigit le estimula. Nosotros no deseamos secundarlo en su locura, pero mientras sea nuestro jefe debemos obedecerle. Sin embargo, tenemos la opción de sustituirle por otro. Mi padre, Epilo, ha sido elegido para acaudillar la colina dobunia. Berikos puede retirarse con honor y pasar el resto de sus días divirtiéndose como quiera.

– ¿Cuándo ocurrirá esto? -preguntó Wulf.

– Poco antes de Beltane. Recuperaremos las tierras de Cailin y luego regresaremos para ayudar a los demás a deponer a mi abuelo.

– Creo que es una sabia decisión. Algunos hombres en el poder envejecen y su sabiduría aumenta con la edad. Su juicio sigue siendo bueno. Otros, sin embargo, pierden el sentido de la proporción. Berikos es uno de ellos, me temo. Tu pueblo jamás tendrá verdadera paz mientras él os gobierne. Entiendo tu deseo de paz. He visto suficientes guerras. No volveré a pelear salvo en defensa de mis tierras y mi familia. No existe ninguna otra razón para ello.

– He vivido toda mi vida entre estas colinas -declaró Corio. -Lo más lejos donde he estado es la ciudad de Corinio. Es un lugar maravilloso, con calles pavimentadas, tiendas y obras de alfarería, teatros y anfiteatro. Aun así, no podría vivir allí. Hay demasiado ruido, bullicio y suciedad; y según me han dicho hay lugares más grandes que Corinio, incluso aquí, en esta tierra. Dicen que en el sudeste hay una ciudad enorme llamada Londres. Dos caminos de Corinio conducen a ella si se va lo bastante lejos, pero yo nunca he sentido deseos de seguir ninguno de los dos.

»He oído contar tus historias de las batallas en que participaste en Galia y en la tierra del Rin. No me llenan de excitación como a otros jóvenes. Me asustaron, y los celtas se supone que no tienen miedo a nada. Como tú, no veo razón para luchar salvo para conservar las tierras y proteger a la familia. La mayoría pensamos así, y por eso Berikos debe marcharse. No le gustará, pero no tendrá más remedio que aceptar la voluntad de los dobunios.

– Brigit seguro que no estará contenta -observó Wulf. -Será mejor que tengáis cuidado con ella. Es una mujer perversa y no vacilará en hacer daño a quien crea que la ha traicionado a ella o a Berikos.

– No me hables de Brigit -dijo Corio. -Cuando vino a nuestra fortaleza de la colina como esposa de mi abuelo, intentó seducirme. Nunca me ha perdonado que la rechazara. Y no soy el único hombre al que se ha acercado. Otra cosa sería si Berikos la hubiera ofrecido, pero no lo ha hecho. Está muy orgulloso de ella y celoso de cualquier hombre que mire en su dirección. Tienes razón al decir que no estará contenta. Ser la esposa de un jefe le proporciona cierto rango, pero ser simplemente la esposa de un anciano no. -Sonrió. -Creo que disfrutaré viendo su disgusto, y no seré el único que se alegre de su caída. Goza de las simpatías de poca gente.

– Creyó jugar una mala pasada a Cailin cuando sugirió a Berikos que me la ofreciera para compartir la cama la noche de mi llegada -dijo Wulf. -Sabía que ésa era la costumbre dobunia pero no la de Cailin y esperaba avergonzarla y degradarla a través de mí.

– Lo sé -admitió Corio con voz suave. -De no haber resultado bien, habría estrangulado a Brigit con mis propias manos.

Wulf miró al joven. Por un instante vio algo en su rostro que nunca había visto, pero rápidamente desapareció.

– Te gusta Cailin -dijo.

– Le ofrecí convertirla en mi esposa poco después de que llegara, pero no me amaba, al menos como hombre. Dijo que me quería como una hermana. -Sonrió con ironía. -¿Qué hombre enamorado de una chica quiere oírle decir que le recuerda a su familia? Tú no le recuerdas a sus hermanos, seguro. ¿La amas? Sé que eres bueno con ella, pero algún día eso no será suficiente para Cailin. Es más celta que romana. Necesita que la amen, no simplemente que le hagan el amor.