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– Hemos podido salvar algunos objetos de la antigua cocina -dijo con orgullo Cailin. -Las cacerolas y la vajilla no se quemaron. Limpias creo que podrán utilizarse de nuevo.

– Pero ¿cómo te las arreglarás para conseguir otros artículos para la casa y muebles? -preguntó él. -Tal vez Antonia tenga algunas cosas que no necesite y te las pueda enviar -dijo pensativo.

– No quiero nada de vuestra hija -replicó Cailin. -Los dobunios nos darán lo que necesitamos. Berikos me debe mi dote y Ceara se ocupará de que me la dé.

– Y yo aprendí carpintería cuando era soldado -intervino Wulf. -Y también algunos de nuestros esclavos pueden realizar trabajos similares. Tardaremos algún tiempo, pero tiempo es lo único de que disponemos en abundancia, Antonio Porcio.

– No podréis hacer gran cosa más con la casa hasta que la cosecha esté recogida -dijo el anciano. -Los próximos meses de verano deberéis atender los campos, que ya están sembrados y reverdeciendo. La cosecha será vuestro capital más importante. Necesitaréis uno o dos graneros.

– Sí -coincidió Wulf, -pero algunos hombres no podrán trabajar en los campos y habrá días de lluvia en que no se pueda hacer nada allí. Nos las arreglaremos para terminar lo que tenga que estar terminado antes del invierno.

Regresaron a la fortaleza de Berikos para la festividad de Beltane y la boda de Nuala y Bodvoc. Epilo ya era jefe de la colonia dobunia. Sin embargo, no había sido necesario deponer a Berikos. Le habían ahorrado esa indignidad. Varios días después de que Cailin, Wulf y sus hombres hubieran partido para vengar a la familia de la joven, el abuelo de ésta sufrió una serie de ataques que lo dejaron paralizado de cintura para abajo. El habla también le quedó afectada. Sólo Ceara y Maeve entendían lo que el anciano trataba de comunicar.

En consecuencia, los hombres dobunios no habían tenido que obligarle a abandonar su puesto. Un hombre físicamente impedido no podía gobernar a su pueblo. En lo que se refería a todos, los dioses se habían ocupado del asunto y Berikos se había retirado con honor. Sin embargo, el anciano albergaba resentimiento, principalmente contra Brigit.

– Ella le ha abandonado -informó Ceara a Cailin. -En cuanto se enteró de su estado y de que no se recuperaría completamente, desapareció. -Ceara sonrió con tristeza. -Se llevó a sus servidoras, sus joyas y todos los objetos de valor que él le había regalado. Una mañana despertamos y ya había desaparecido, junto con un muchachito necio cuyo nombre no mencionaré. El muchacho regresó con el rabo entre las piernas varios días después. Brigit regresó a casa de sus parientes catuvellaunios y tomó un nuevo esposo. Esto no se lo hemos dicho a Berikos. No es necesario herirle más.

– Casi siento lástima por él -dijo Cailin, -pero no puedo olvidar que repudió a mi madre y que se portó tan mal con mi abuela cuando vinimos aquí en busca de ayuda. No puedo perdonarle que me enviara a la cama de Wulf cuando sabía que yo era virgen y que no estaba acostumbrada a esa conducta.

– Pero eres feliz con Wulf, ¿no? -preguntó Ceara.

– Sí, pero ¿y si Wulf no hubiera sido bondadoso cómo es?

Ceara asintió.

– Sí, tienes motivos de queja, pero trata de perdonarle, Cailin. Es un anciano necio y terco. No puede cambiar, pero tú sí puedes. Él amaba a tu madre y sospecho que a ti también te quiere, pues eres la hija de Kyna, aunque es demasiado orgulloso para admitirlo.

– En mí ve demasiado a Brenna -dijo Cailin. -Y nunca me lo perdonará. No ve a mi madre cuando me mira. Ve a Brenna hablando por mi boca. -Sonrió. -Pero lo intentaré; lo haré por ti, Ceara. Has sido buena conmigo.

Nuala y Bodvoc se casaron durante la celebración de Beltane. El vientre de la novia ya estaba bastante redondeado y mientras Bodvoc era felicitado, a Nuala le gastaban bromas, pero a ella no le importaba.

– Quizá nos marchemos de aquí y nos establezcamos cerca de ti y de Wulf -dijo Nuala a su prima.

– ¿Abandonar a los dobunios? -preguntó Cailin sorprendida por las palabras de Nuala.

La vida céltica era una vida comunal de parientes y buenos amigos. Le sobresaltó pensar que Nuala y Bodvoc abandonaran todo aquello.

– ¿Por qué no? -replicó Nuala. -Los tiempos están cambiando. La vida aquí es demasiado limitada para Bodvoc y para mí. No hay oportunidades para hacer nada excepto lo que siempre se ha hecho. Queremos a nuestra familia, pero quizá nos gustaría vivir un poco lejos de ella. Tú y Wulf no os tenéis más que el uno al otro. Si nosotros fuéramos a vivir cerca, nos tendríais a nosotros, y estaríamos lo bastante cerca de las aldeas dobunias para visitar a nuestra familia cuando quisiéramos, o si nos necesitaran, o nosotros a ellos. Allí hay tierra más que suficiente para nosotros, ¿no?

Cailin hizo un gesto de asentimiento.

– Cuando Antonio Porcio me devolvió las tierras de mi familia, incluyó la villa junto al río que mi padre regaló a Quinto Druso. Tú y Bodvoc podríais quedaros con aquellas tierras. Wulf y yo os la daremos como regalo de boda. Tendréis que construiros vuestra casa, pero las tierras son fértiles, y hay agua en abundancia y un buen huerto. Sería bueno para nosotros que estuvierais cerca.

– Nuestros hijos crecerán juntos -dijo Nuala con una sonrisa.

Cailin fue a buscar a su esposo y se lo contó.

– ¡Bien! -dijo él con una sonrisa. -Bodvoc será un buen vecino. Le ayudaremos a construir su hogar para que cuando nazca el niño ya tengan un lugar de su propiedad.

Con la puesta de sol, las hogueras de Beltane cobraron vida y la comida, la bebida y la danza prosiguieron. Durante el día, Cailin había estado ocupada con sus parientes y la boda, pero ahora una profunda tristeza se apoderó de ella. Justo un año antes su familia había sido asesinada. Vagó entre los juerguistas y de pronto se encontró junto a Berikos. «Bueno -pensó, -es un buen momento para intentar hacer las paces con este viejo reprobó.» El anciano se hallaba sentado en un banco con respaldo. Ella se sentó en el suelo a su lado.

– Una vez -empezó- mi madre me contó que, cuando era una niña, nadie podía saltar más alto las hogueras de Beltane que vos, Berikos. Creo que fue la única vez que le oí hablar de vos. Me parece que os echaba de menos, en especial en esta época del año. Yo no soy como ella, ¿verdad? Bueno, no puedo ser más que yo misma.

Con sorpresa, Cailin sintió que la mano de su abuelo había caído pesadamente sobre su cabeza y se volvió a mirarle. Una lágrima le resbalaba por el rostro envejecido. Por un instante, Cailin notó que volvía a crecer su ira. El anciano no tenía derecho a hacerle eso después de lo cruel que se había mostrado con ella; no sólo con ella, sino con Brenna y Kyna. Entonces, algo en su interior hizo que su rabia desapareciera. Sonrió a su abuelo.

– Nos parecemos, ¿verdad, Berikos? No sólo es a Brenna a quien debo ser como soy. A vos también.

Tenemos la lengua rápida y un exceso de orgullo. -Se dio unas palmaditas en el abultado vientre. -Sólo los dioses saben cómo será este biznieto vuestro.

Él emitió un ruido extraño al oír esta observación.

– ¿Bueno? -preguntó ella, y él asintió vigorosamente, soltando una especie de risa ahogada. -Eso crees, ¿no? Bien, lo sabremos después de la festividad de Lug -añadió Cailin con una leve sonrisa.

Antes de que Cailin y Wulf partieran a la mañana siguiente, Ceara se acercó a ella y le dijo:

– Has hecho muy feliz a Berikos, hija mía. Tu madre estaría orgullosa de ti y de lo que has hecho. Creo que le has ayudado a hacer las paces consigo mismo y con Kyna.

Cailin hizo un gesto de asentimiento.

– ¿Por qué no? -dijo. -Anoche, las puertas entre los mundos estaban abiertas. Quizá no tanto como en Samain, pero no obstante abiertas. Me pareció que mi madre quería que fuera generosa con Berikos. Es extraño, ¿no, Ceara? Hace sólo unas semanas Berikos estaba fuerte y lleno de vida, era el señor de su mundo. Ahora no es más que un anciano débil y triste. Qué deprisa emiten su juicio los dioses cuando deciden que ha llegado el momento.