Cailin quedó atónita al ver los edificios de cuatro y cinco pisos ante los que pasaba en su camino. Nunca había visto edificaciones tan grandes. ¡Y cuánto ruido! Parecía que no había tranquilidad en aquel lugar. No podía imaginar cómo vivía la gente entre tanto ruido y suciedad. Las calles estaban sembradas de escombros y por todas partes había excrementos humanos y animales. Los pies se le encogían a cada paso que daba.
Por fin llegaron al mercado de esclavos, donde se perdió poco tiempo. Uno tras otro, los que habían viajado con ella fueron colocados sobre la tarima y vendidos. De nuevo Cailin se ocultó entre los demás, hasta que no hubo más lugar para esconderse. Fue empujada brutalmente sobre la pequeña plataforma.
– He aquí una muchacha joven y fuerte, buena para la casa o para el campo -anunció el mercader. Volviéndose a Cailin, ordenó: -Abre la boca, zorra. -El hombre miró dentro y luego proclamó: -Conserva todos los dientes. ¿Cuánto se ofrece por ella?
Los espectadores levantaron la mirada hacia la criatura ofrecida. Era alta y penosamente delgada. El pelo, de un color difuso, estaba sucio y apelmazado. Nada en ella podía considerarse atractivo. A pesar de lo que pregonaba el mercader, no parecía particularmente fuerte habría creído que nadie pudiera estar tan sucio como estaba ella entonces. Teniendo en cuenta lo que le había advertido el hombre, apretó el paso detrás de éste y de su compañero.
Caminaron con rapidez por la bulliciosa ciudad, y adondequiera que mirara Cailin había algo que atraía su mirada. Deseaba no encontrarse en aquella situación, poder hacer preguntas a los dos hombres. Todo le resultaba abrumador y temible. No estaba acostumbrada a la idea de ser esclava. Cuando siguiendo a los dos hombres por la ancha avenida torció por una calle estrecha y tranquila, les vio cruzar las grandes puertas de una enorme mansión. Bueno, al menos eran ricos y podrían sustituirle su andrajosa túnica.
Un sirviente se apresuró a saludar a los dos caballeros, abriendo los ojos de par en par al ver a la muchacha que iba tras ellos.
– ¿Señor? -preguntó con voz débil. -¿Esa criatura viene con vos?
– Joviano la ha comprado en el mercado público, Paulo -respondió el hombre más austero. -Tendrás que preguntarle a él qué quiere hacer con ella.
El mayordomo miró a Joviano y éste se echó a reír al ver la inquietud del criado.
– La llevaré yo mismo a los baños, Paulo -dijo. -Asegúrate de que los encargados se mantienen ocupados. Sin duda tienen trabajo, pero espera a que hayamos terminado. Esta sucia cerdita que he comprado se convertirá en un pavo real, lo prometo. ¡Y sólo he pagado cuatro folies por ella! -Se volvió hacia Cailin. -Vamos, muchacha. Ese baño que tanto deseas está lejos.
– Me llamo Cailin -dijo ella, siguiéndole.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué clase de nombre es Cailin? -Salieron del amplio atrio y cruzaron una serie de perfumados corredores con puertas a ambos lados. -Y ¿de dónde es Cailin?
– Mi nombre es celta, señor. Soy britana -explicó mientras entraban en la antesala de los baños. Dos atractivas mujeres se acercaron, se inclinaron ante Joviano y parecieron intranquilas al ver a la muchacha que le acompañaba.
– Tendréis mucho trabajo con ésta, queridas -les dijo Joviano. -Dice que no se ha bañado en ocho meses. -Contuvo la risa. -Entraré mientras la estéis bañando. Dice que se llama Cailin. Me gusta ese nombre. Dejaremos que lo conserve.
– No responderé a ningún otro nombre -terció Cailin con firmeza.
– Es evidente que no has nacido esclava -observó Joviano.
– Claro que no -replicó ella indignada. -Soy miembro de la familia Druso de Corinio. Mi padre, Gayo Druso Corinio, era un decurión de la ciudad. Soy una mujer casada, con propiedades y buena reputación.
– Que ahora es esclava en Constantinopla -añadió Joviano con sequedad. -Ahora dime cómo has llegado hasta aquí -pidió cuando entraban en el vestuario.
Cailin le contó lo que recordaba, mientras las encargadas de los baños les desvestían y les llevaban al tepidario, una antesala cálida donde esperarían hasta que empezaran a transpirar. El hecho de estar desnuda, igual que Joviano, no preocupaba a Cailin. No sentía ningún peligro ante aquel hombre. En realidad le parecía que podrían ser amigos. Cuando vieron que empezaban a transpirar, las encargadas de los baños les quitaron la suciedad y el sudor con rascadores de plata mientras hablaban.
– Es evidente que fuiste traicionada por esa tal Antonia Porcio -observó Joviano. -Una mujer que se considera agraviada es un enemigo muy peligroso, querida. Venderte como esclava fue su venganza contra ti y contra tu pobre esposo. No cabe duda de que le dijo que habías muerto. Si no, él la habría obligado a revelar tu paradero y habría ido a buscarte, supongo. Sin embargo, la noticia de tu muerte le causaría el mismo dolor que a ella le había producido la ejecución de su esposo por parte del tuyo. Ha sido muy hábil esa Antonia. Es una intriga digna de un bizantino. Tú sobrevives y sufres siendo esclava, sin saber qué ha ocurrido con tu hijo, mientras tu esposo sufre angustiado por tu presunta muerte.
Cailin permanecía en silencio. Cuan claramente lo expresaba Joviano, y quizá era así. Lo peor era que ella no podía hacer nada. Se hallaba indefensa, y tan lejos de su querida Britania que jamás podría regresar. Hasta ese momento ni siquiera había pensado en ello, pero ahora no le quedaba más remedio que afrontar la realidad. Estaba viva y era probable que siguiera estándolo. Tenía que pensar en su futuro.
– ¿Por qué me comprasteis? -preguntó a Joviano cuando entraron en el caldario para ser bañados.
– Vi que debajo de la suciedad eras hermosa, y las mujeres hermosas son mi negocio -dijo él; luego se volvió y dijo a las encargadas de los baños: -Primero lavadle la cabeza, queridas. Quiero ver el verdadero color de su cabello.
– Mi pelo es castaño rojizo -informó Cailin. -Heredé este color de mi madre, una celta dobunia. -Pero no pudo decir nada más, pues las dos chicas que la bañaban empezaron a frotarle la cabeza con gran vigor. -¡Ay! -exclamó Cailin mientras los dedos de las dos muchachas se abrían paso por la maraña de nudos en que se había convertido su cabello durante los últimos meses. Por fin se lo enjuagaron con agua caliente que olía a una sustancia acre. -¿Qué hay en el agua?
– Limón -respondió Joviano. -¡Por todos los dioses! ¡Tienes un pelo maravilloso!
– ¿Qué es «limón»? -preguntó Cailin.
– Más tarde te lo enseñaré -dijo él. -Ahora ven, deja que las chicas te bañen, belleza mía. No. -Hizo una seña a las encargadas de los baños. -Yo mismo me bañaré. Dedicaos a Cailin.
La lavaron con un jabón suave que acabó de quitarle la suciedad. Cailin sintió una inmensa satisfacción por volver a estar limpia. A continuación pasaron al frigidario para darse un rápido baño frío y luego al untorio, donde se tumbaron uno junto a otro en sendos bancos para recibir masaje con aceites aromáticos.
– ¿De qué manera las mujeres hermosas son vuestro trabajo, señor? -preguntó Cailin.
Las dos encargadas de los baños soltaron una risita.
– Esto es Villa Máxima, Cailin -explicó Joviano, -el burdel más elegante de Constantinopla. Servimos a damas y a caballeros que buscan diversiones refinadas y excitantes.
– ¿Qué es un burdel? -preguntó ella, molesta porque las dos muchachas volvían a mostrarse divertidas.
Joviano alzó la cabeza sorprendido y miró a Cailin, que yacía cómodamente a su lado, disfrutando del masaje.
– ¿No sabes qué es un burdel? -preguntó atónito. -No lo habría preguntado si lo supiera, señor -respondió ella.
– Dices que eres de Corinio -comenzó él, pero ella le interrumpió.