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– La rama familiar de Druso Corinio llegó a Corinio en tiempos del emperador Claudio, pero yo fui educada fuera de la ciudad. Sólo la he visitado tres veces en mi vida, la última cuando tenía seis años. Soy la única hija de una buena familia patricia. Y no sé qué es un burdel. ¿Debería saberlo?

– ¡Oh, querida! -exclamó Joviano, casi para sí, -termina tu masaje, Cailin, y después te explicaré lo que necesitas saber.

Miró con inusual irritación a las dos encargadas de los baños, que no paraban de reír entre dientes y que callaron al instante. Era raro que el amo Joviano se encolerizara, pero cuando lo hacía era temible.

Cuando las encargadas de los baños terminaron su trabajo, acompañaron a Cailin y Joviano a un cálido vestidor, donde Joviano se puso una dalmática limpia, de seda azul cielo. A Cailin le entregaron una túnica de seda blanca que se ataba a la cintura con un cordón dorado.

– Ven, querida -dijo él cogiéndola de la mano. -Tomaremos pasteles de miel y vino en mi jardín privado y te contaré todo lo que has de saber.

El jardín era exquisito; pequeño y rodeado por un muro cubierto de hiedra. En el centro había una pequeña fuente de mármol en forma de concha, de la que caía el agua a una taza redonda. Había media docena de rosales que ya empezaban a florecer, perfumando el ambiente con su exuberante perfume.

– Ven y siéntate aquí -indicó Joviano, sentándose en un banco de mármol. -Ah, el vino está frío. ¡Excelente! -dijo con una sonrisa a la esclava que lo servía. -Bien, Cailin, para responder a tu pregunta… Un burdel es un lugar donde las mujeres venden su cuerpo para diversión de los hombres. ¿Entiendes?

Ella asintió, los ojos como platos, y Joviano observó el maravilloso color violeta de éstos.

– Nunca había oído hablar de algo así -respondió. -Sé que los hombres yacen con otras mujeres aparte de sus esposas, pero no sabía que las mujeres cobraran por ello.

– Bueno, no hay nada extraño en ello -dijo él. -Se hace continuamente y se ha hecho desde el principio de los tiempos. Sin embargo, existen diferentes grados en este asunto. Algunas mujeres se venden en las calles.

Se las llama prostitutas, o putas. Copulan con sus clientes contra la pared, en los callejones. No pueden elegir con quién tiene tratos. En consecuencia, acaban enfermas y a menudo mueren jóvenes, lo cual probablemente es una bendición para ellas. No es fácil ser una mujer de la calle. Pueden caer presa de un hombre que las obliga a ir con otros hombres pero se lleva todos los beneficios. Es una vida muy dura.

»Las mujeres de los burdeles suelen estar mejor, aunque hay diferentes clases de burdeles. Los que son para las clases inferiores tienden a tratar a sus mujeres poco mejor que las desdichadas que hacen su trabajo en la calle. Estos burdeles existen porque siempre hay muchas pobres muchachitas deseosas de hacer fortuna en el interior de sus muros, pero pocas, si acaso alguna, escapan para envejecer con comodidad.

– ¿Por qué lo hacen, pues? -preguntó Cailin.

– Porque no tienen alternativa -respondió él con franqueza. -Sin embargo, Villa Máxima no es como la mayoría de burdeles. Nosotros mimamos a nuestras mujeres y las rodeamos de lujo. No son prostitutas corrientes sino cortesanas, muy bien preparadas y con habilidad para ofrecer a los clientes el máximo placer. También tenemos jóvenes y apuestos cortesanos muy solicitados entre ciertas mujeres adineradas de la ciudad y la corte. Entre nuestros clientes se encuentran hombres que disfrutan con la compañía de otros hombres o la prefieren; y mujeres que prefieren tener a una mujer por amante. Nosotros complacemos todos los caprichos.

– Todo me resulta muy extraño -manifestó Cailin.

Él hizo un gesto de asentimiento.

– Sí, imagino que sí, teniendo en cuenta la vida que llevabas en Britania. Sé que será difícil para ti, pero te adaptarás a esta nueva vida si mantienes la mente abierta. ¿Por casualidad eres cristiana?

Cailin negó con la cabeza.

– No. ¿Y vos?

Él rió.

– Ahora es la religión oficial del imperio -dijo. -Como buen ciudadano, obedezco al emperador en todo.

Cailin rió por primera vez en muchos meses.

– ¡Qué prevaricado sois, señor! Me temo que no os creo.

Joviano se encogió de hombros.

– Hago lo necesario para evitarme problemas -dijo. -En esta nueva iglesia hay luchas internas respecto a qué es la doctrina correcta y qué no lo es. Cuando se hayan puesto de acuerdo, tal vez yo encuentre mi fe. Hasta entonces…

– Guardáis las apariencias -terminó ella. -Sé muy poco de los cristianos, señor. Sin embargo, creo que prefiero a mis dioses: Sanu, la madre, y Lug, nuestro padre. Están representados por la tierra y el sol. Luego está Macha, Epona, Sulis, Cernunos, Dagda, Taranis y mi favorita, Nodens, la diosa del bosque. Mi madre adoraba en particular a Nodens. Los cristianos, según me han dicho, no tienen más que un dios. Me parece una religión muy pobre, si sólo tiene un dios.

– Deberías aprender más cosas sobre ellos, si has de vivir en Constantinopla -le dijo Joviano. -Haré que un sacerdote te introduzca en la religión. Tenemos a varios clérigos importantes entre nuestros clientes.

– Entonces, señor, ¿seré cortesana? -preguntó Cailin.

– No inmediatamente, querida. Para empezar, te faltan conocimientos, y además, debo asegurarme de que no tienes ninguna enfermedad. Las mujeres que viven en esta casa están sanas. No les permito acostarse con hombres que no lo están. Algunos propietarios de burdeles tienen mujeres de una salud penosa. Mi burdel no. Por un solo solidus se puede comprar en el mercado un buen médico griego. Nosotros tenemos uno que vive aquí y cuida la salud de todas las residentes de Villa Máxima.

– Entonces, cuando él haya decidido que estoy sana -dijo Cailin, -me enseñaréis a ser cortesana.

– A la larga, sí -respondió él. -¿Te inquieta saber que con el tiempo tendrás que tener varios amantes, querida?

Cailin sopesó la respuesta. En otra época y en otro lugar, la simple idea la habría horrorizado, pero no estaba en Britania. Se hallaba tan lejos de su casa que ni siquiera podía saber la distancia. Su esposo probablemente la creía muerta. Quizá ya había tomado otra esposa. Wulf… Por un momento vio ante ella su bello rostro y su fuerte cuerpo, y las lágrimas asomaron a sus ojos. Pero parpadeó y las reprimió rápidamente. Al principio no sería fácil recibir a otro hombre entre los muslos, pero suponía que con el tiempo se acostumbraría.

– ¿Qué futuro me espera después de mi juventud? -preguntó a Joviano.

Por un momento la sorpresa se reflejó en su rostro; luego dijo con tono admirativo:

– Eres prudente, querida, al pensar en tu futuro. Muchas chicas no lo hacen. Creen que serán jóvenes y deseables eternamente. Claro que éste no es tu caso. Bien, te diré qué futuro te puede esperar si confías en mí. Aprende bien tus lecciones, Cailin, y te prometo que atraerás a los mejores amantes de Constantinopla.

»No aprendas sólo las artes de la sensualidad, querida. Muchos no comprenden que para ser verdaderamente fascinante una mujer debe saber conversar con amenidad tanto como ser deseable. Los amantes inundarán a esta mujer de regalos valiosos, oro, joyas y otros objetos preciosos. Al final podrás comprar tu libertad.

»Al comenzar cada año ponemos valor a cada mujer de la casa. Si durante ese año decide que desea comprar su libertad, no discutimos el precio, pues ya está fijado. Hoy te he comprado a ti por cuatro folies, pero tu valor ya ha aumentado ahora que tu belleza es visible. Vales al menos diez solidus.

– ¿Cuántos folies es eso, señor? -preguntó Cailin.

– Hay ciento ochenta folies de cobre en cada solidus de oro. Mil ochocientos folies de cobre son diez solidi de oro, querida -respondió con una sonrisa. -Estoy casi tentado de devolverte ahora que ese necio mercader te ha dejado marchar por tan poco dinero sólo porque necesitabas un poco de agua y jabón. No, no puedo. Se pondrá a aullar y a llorar diciendo que le han engañado, a pesar de que yo se lo he advertido. Todos son iguales. -Se puso de pie. -Vamos a ver a mi hermano Focas y demostrarle que no he perdido mi habilidad para ver una gema perfecta bajo el barro de la calle. Isis -llamó a una esclava. -Acompáñanos. -Se volvió hacia Cailin. -Te dirigirás a los caballeros que vienen a esta casa tratándoles de «mi señor». También a mi hermano y a mí.