– No nos busquemos dificultades ni las veamos donde todavía no existen -dijo con prudencia. -Quizá ese Quinto Druso será el esposo perfecto para Cailin.
– ¿Esposo? ¿Qué es eso de un esposo, abuela?
Las dos mujeres dieron un respingo de culpabilidad y, volviéndose, se vieron cara a cara con el principal objeto de su discusión, una jovencita alta y delgada, de grandes ojos color violeta y una rebelde cabellera rizada castaño rojiza.
– ¿Madre? ¿Abuela? ¿Quién es Quinto Druso? -preguntó Cailin. -No quiero que me escojan marido; y tampoco estoy preparada para casarme.
– En ese caso será mejor que se lo digas a tu padre, hija mía -repuso Kyna sin ambages. Aunque le preocupaba abordar este problema con Cailin, no era mujer que se anduviera con rodeos. Era mejor hablar claro, más en una situación delicada como aquélla. -Tu padre ha enviado a buscar un posible marido para ti en Roma. Cree que es hora de que te cases. El joven se llama Quinto Druso, y supongo que llegará en cualquier momento.
– Pues no voy a casarme con ese Quinto Druso -dijo Cailin con firmeza. -¿Cómo ha podido hacer padre una cosa así? ¿Por qué debo casarme antes que Flavio y Tito, o es que también ha enviado a buscar esposas para mis hermanos? Si es así, descubrirá que ellos no tienen más ganas que yo de casarse.
Brenna rió.
– Eres más celta que romana, mi niña -dijo sonriendo. -No te preocupes por Quinto Druso. Tu padre dice que si no te gusta, no te casarás con él; pero quizá resulte ser el hombre de tus sueños, Cailin. Todo es posible.
– No concibo por qué padre cree que necesito marido -gruñó Cailin. -Es demasiado ridículo incluso para pensar en ello. Prefiero quedarme en casa con mi familia. Si me caso, habré de ocuparme de una casa y tener hijos. No estoy preparada para todo eso. Se me da poca libertad para hacer las cosas que realmente encuentro interesante porque soy demasiado joven, y de repente soy lo bastante mayor para casarme. ¡Es absurdo! La pobre Antonia Porcio se casó hace dos años, cuando sólo tenía catorce. ¡Y miradla ahora! Tiene dos hijos, se ha puesto gorda y siempre parece cansada. ¿Eso cree padre que me hará feliz? Y el marido de Antonia… bueno. He oído decir que se ha llevado a una esclava egipcia muy bonita a la cama. Eso a mí no me sucederá, os lo aseguro. Cuando llegue el momento, elegiré a mi esposo y él no se apartará de mi lado… ¡o le mataré!
– ¡Cailin! -la reprendió Kyna. -¿Dónde has oído ese chisme salaz acerca de Antonia Porcio? Me sorprende que lo repitas.
– Oh, madre, todo el mundo lo sabe. Antonia se queja de su marido a cada momento. Se siente explotada, y quizá sea cierto, aunque creo que es por su culpa. La última vez que la vi, en las saturnalias, fue incapaz de dejar de hablar de todas sus aflicciones. Me retuvo en un rincón durante casi una hora, hablando sin parar.
»Todo es culpa de su padre. Le escogió el marido. ¡Cómo presumía entonces! Le encantaba presumir delante de las otras chicas cuando nos encontrábamos en los festivales. Sexto Escipión era tan guapo, alardeaba. Más guapo que ningún esposo que jamás pudiéramos tener nosotras. Y también era rico. Más rico que ningún esposo que jamás pudiéramos tener nosotras. ¡Por los dioses, cuántos aspavientos! Y todavía los hace, me temo, pero ahora canta otra canción. ¡Bueno, en mi caso no será así! Yo elegiré a mi esposo, y será un hombre con carácter y honor.
Brenda asintió.
– Entonces elegirás sabiamente cuando llegue el momento, mi niña.
– Igual que elegí yo -intervino Kyna con voz suave, y las otras mujeres asintieron sonriendo.
Cuando por la noche se reunieron para cenar, Cailin bromeó con su padre.
– Me han dicho que has enviado a Roma a buscar un regalo de cumpleaños muy especial para mí, padre.
Sus grandes ojos exhibían una chispa de humor. Había tenido toda la tarde para calmarse. Ahora le parecía divertido que su padre creyera que estaba preparada para casarse. Sólo hacía unos meses que habían comenzado sus ciclos lunares.
Gayo Druso enrojeció nervioso y miró a su hija.
– ¿No estás enfadada?
El genio fuerte de Cailin a veces le intimidaba. Su sangre celta era más vehemente que la de sus hermanos.
– No estoy preparada para el matrimonio -declaró Cailin, mirando a su padre a los ojos.
– ¿Matrimonio? ¿Cailin? -preguntó su hermano Flavio, y se echó a reír.
– Que los dioses se apiaden del pobre hombre -añadió su gemelo, Tito. -¿Quién será el que se ofrezca en sacrificio ante el altar?
– Es de Roma -les informó Cailin. -Un tal Quinto Druso. Creo que acompaña a las doncellas elegidas para ser vuestras esposas, queridos hermanos. Celebraremos una triple boda. Eso ahorrará una fortuna a nuestros padres, con los tiempos difíciles que corren. Bueno, ¿cómo ha dicho madre que se llamaban las novias? ¿Majesta y Octavia? No, creo que Horacia y Lavinia.
Los dos jóvenes de dieciséis años palidecieron y no cayeron en que se trataba de una broma hasta que toda la familia prorrumpió en risas. Sus expresiones de alivio fueron cómicas.
– ¿Lo ves, padre? -dijo Cailin. -La idea de que alguien elija a sus esposas es horrenda para mis hermanos. Para mí aún lo es más. ¿No hay forma de impedir que venga Quinto Druso? Su viaje no servirá para nada. No me casaré con él.
– Quinto Druso llegará en dos días -anunció Gayo con incomodidad.
– ¡Dos días! -exclamó Kyna mirando indignada a su marido. -¿No me avisas de que ese joven va a venir a casa hasta dos días antes de su llegada? ¡Oh, Gayo! Esto es intolerable. Todos los criados son necesarios en los campos para las plantaciones de primavera. No tengo tiempo para prepararme para recibir a un invitado que viene de Roma.
Miró furiosa a su marido.
– Es de la familia -replicó Gayo débilmente. -Además, nuestra casa siempre está impecable, Kyna. Bien lo sabes.
– Hay que limpiar y airear la cámara de invitados. Hace meses que no se utiliza. Los ratones siempre se instalan allí cuando está cerrada. La cama necesita un colchón nuevo. El viejo está lleno de bultos. ¿Sabes cuánto se tarda en hacer un colchón nuevo, Gayo? ¡No, claro que no lo sabes!
– Que duerma sobre el colchón viejo, madre -opinó Cailin. -Se irá antes si está incómodo.
– No se irá -replicó Gayo Druso, recuperando la compostura y la dignidad como cabeza de familia. -He prometido a su padre que Quinto tendrá un futuro en Britania. En Roma no hay nada para él. Mi primo Manió me rogó que le encontrara un lugar. Y le he dado mi palabra, Kyna.
– ¿Este estúpido plan de que se case con Cailin no fue lo primero que pensaste? -preguntó. Empezaba a ver el asunto bajo una luz diferente.
– No. Manió Druso me escribió hace dos años -explicó Gayo. -Quinto es el menor de sus hijos. Si hubiera sido chica habría sido más fácil, pues podían haberla casado con una dote modesta; pero no lo es. Y en Roma no hay lugar para Quinto. Los hijos del primer matrimonio de Manió están casados y tienen descendencia. Manió repartió sus tierras entre ellos a medida que se fueron casando. Y sus hijas tuvieron una buena dote e hicieron un buen matrimonio.
»Luego, después de varios años de viudedad, Manió se enamoró. Su nueva esposa, Livia, le dio primero una hija, y Manió era lo bastante rico para apartar su dote. Luego Livia le dio un hijo. Mi primo decidió que el chico heredaría su casa de Roma. Su esposa accedió a no tener más hijos, pero…
Kyna se echó a reír.
– El primo Manió fornicó por última vez, y de su imprudencia nació Quinto -terminó por su esposo. Él asintió.
– Sí. Mi primo esperaba reunir otra pequeña fortuna para este último hijo, pero ya sabes, Kyna, lo mal que ha estado la economía en Roma estos últimos años. El gobierno gasta constantemente más de lo que tiene. Hay que pagar a las legiones. Los impuestos han subido tres veces y la moneda casi no vale nada. Mi primo apenas podía mantener a su familia. No había nada para dar al joven Quinto. Por eso recurrió a mí para que le ayudara. Ofreció a Quinto como esposo para nuestra hija. En ese momento me pareció una buena idea.