– Sí, mi señor -respondió Cailin, siguiendo a Joviano a través de la casa hasta donde Focas les esperaba.
Cuando se desnudó, el mayor de los hermanos Máxima expresó su sorpresa y aprobación. Ella permaneció en silencio mientras ellos hablaban, hasta que por fin volvieron a vestirla.
– Isis -dijo su nuevo amo a la esclava, -lleva a Cailin a los alojamientos que he ordenado prepararan para ella. -Cuando las dos mujeres hubieron partido, Joviano se volvió hacia su hermano, lleno de excitación. -Tengo planes maravillosos para esa chica – dijo. -Nos hará ganar una fortuna, Focas, y nos asegurará la vejez.
– Ninguna cortesana, por muy bien preparada que esté puede hacernos ganar mucho oro -replicó su hermano mayor.
– Esta sí, y no tendrá que distraer personalmente a ninguno de nuestros clientes. Al menos no durante cierto tiempo, hermano querido -terminó Joviano.
Frotándose las manos con aire alegre, se sentó al lado de Focas.
Aquellos dos hermanos eran un estudio de contrastes. Aunque casi iguales de estatura -Focas era un pelín más alto, -nadie que no los conociera habría dicho que eran hermanos, nacidos de los mismos padres. Su padre había sido cortesano y su madre su amante. Villa Máxima era el hogar de ella. Focas había heredado el lado paterno de su familia. Era esbelto, de rostro largo y aristocrático formado por una nariz delgada, labios estrechos y profundos ojos oscuros. Tenía el pelo negro y lacio que llevaba peinado hacia atrás. Su ropaje era caro y sencillo. Focas Máxima era la clase de hombre que podía desaparecer fácilmente entre una multitud. Las mujeres de su propiedad decían que era un amante de proporciones épicas que podía hacer llorar de felicidad a la cortesana más endurecida. Su perspicacia para los negocios era admirada en toda la ciudad, y sus generosas obras de caridad le mantenían en buenas relaciones con la Iglesia.
Su hermano menor, Joviano, era lo contrario. Elegante, educado clásicamente, aficionado a la moda, estaba considerado una de las mayores inteligencias de su tiempo. Adoraba las cosas hermosas: la ropa, las mujeres, las obras de arte y en particular a los jóvenes apuestos, de los cuales mantenía a varios para que se ocuparan de sus necesidades. Con sus rizos oscuros despeinados de modo deliberado, se le reconocía con facilidad en las carreras, los juegos, el circo. El éxito de Villa Máxima se debía en gran medida a él, pues aunque Focas sabía llevar la contabilidad y ocuparse del presupuesto necesario para llevar un burdel, era la imaginación de Joviano lo que situaba a Villa Máxima por encima de los demás burdeles caros de la ciudad. Su difunta madre, famosa cortesana en su tiempo, habría estado muy orgullosa de ellos.
– ¿Qué se te ha ocurrido? -le preguntó Focas, despertada su curiosidad por el estado particularmente excitado de su hermano con respecto a Cailin.
– ¿No somos famosos a todo lo largo y lo ancho del imperio por nuestras diversiones? -dijo Joviano.
– ¡Claro que sí!
– Nuestros cuadros vivos no tienen igual. ¿Tengo razón?
– Tienes razón, querido hermano -respondió Focas.
– ¿Y si lleváramos un cuadro vivo un paso más allá? ¿Y si en lugar de un cuadro presentáramos una obrita de deliciosa depravación, tan decadente que todo Constantinopla quiera verla… y pague bien por gozar de ese privilegio? Al principio, querido hermano, nadie salvo nuestros clientes habituales podría verlo. Estos, por supuesto, hablarían de ello e intrigarían a sus amigos y a los amigos de sus amigos.
»Sólo se permitiría la entrada a los que vinieran recomendados personalmente por nuestros clientes. Pronto tendríamos tantas solicitudes de entrada que podríamos poner el precio que quisiéramos, y así nos haríamos ricos. Nadie ha hecho jamás una cosa así. Naturalmente, habrá otros que nos imitarán, pero no podrán mantener nuestro nivel de genio e imaginación. Cailin será la pieza central de la función.
Focas comprendió el plan de su hermano. Era sin duda muy brillante.
– ¿Cómo llamarás a tu obrita y cómo se representará? -preguntó, fascinado.
– «La virgen y los bárbaros». ¿No es magnífico? -Joviano estaba más que satisfecho de sí mismo y de su ingenio. -La escena comenzará con nuestra pequeña Cailin sentada ante un telar, vestida de blanco, modesta e inocente, el pelo suelto, tejiendo. ¡De pronto se abre bruscamente la puerta de su cámara! Entran tres magníficos bárbaros desnudos, espada en mano, con intenciones bastante evidentes. ¡La asustada doncella da un salto pero…! Los hombres se echan sobre ella y la desnudan a pesar de sus gritos. La violan y baja el telón ante las aclamaciones del público.
– Aburrido -dijo Focas secamente.
– ¿Aburrido? -Joviano pareció ofendido. -No puedo creer que me digas eso. No hay nada aburrido en la escena que acabo de describirte.
– La violación de una virgen es un tema corriente de cuadro vivo -respondió Focas decepcionado. -Si eso es todo, Joviano, es aburrido.
– ¡Por todos los dioses! Lo veo tan claro que no te he explicado los detalles. Nuestra virgen es violada por tres bárbaros, Focas. ¡Tres!
– Aunque sean tres, y no uno, es aburrido.
– ¿Los tres al mismo tiempo?
Focas abrió los ojos de par en par.
– ¡Imposible! -dijo.
– En absoluto -replicó su hermano, -pero la coreografía debe estar muy bien hecha, como si fuera una danza del templo. Pero no es imposible, querido hermano, ¡en absoluto! Y aquí en Bizancio no se ha presentado nunca nada igual. ¿No está censurando la Iglesia constantemente la perversidad de la naturaleza del hombre? Habrá tumultos ante nuestras puertas para ver la función. Esta muchacha nos hará ganar una fortuna. Nos retiraremos a esa isla del mar Negro que compramos hace varios años y que no hemos visto desde entonces.
– Pero ¿la muchacha cooperará? -preguntó Focas. -Al fin y al cabo, esperas mucho de una pequeña provinciana.
– Cooperará, hermano. Es muy inteligente para ser mujer, y como es pagana no tiene escrúpulos. Al no ser virgen, no tiene respetabilidad que perder. ¿Sabes qué me ha preguntado? Qué futuro tendrá cuando su juventud y belleza hayan desaparecido. Por supuesto, le he dicho que podría comprar su libertad si era lista, y creo que lo es. Con las debidas enseñanzas, Cailin será la mayor cortesana que esta ciudad haya conocido.
– ¿Has decidido quiénes serán los hombres? -preguntó Focas. -¿Y con qué frecuencia daremos el espectáculo?
– Sólo dos veces a la semana. Hay que proteger el bienestar físico de la muchacha y tener en cuenta la naturaleza única de la función. Es mejor que nuestra clientela se quede rogando antes que nuestra obrita se vuelva demasiado ordinaria. En cuanto a los hombres, hace dos días vi al trío que necesitaremos en el mercado de esclavos privado de Isaac Stauracius.
– ¿Y si ya están vendidos?
– No lo estarán -afirmó Joviano. -Cuando los vi creí que los quería, pero no estaba seguro. Le di a Isaac cinco solidi de oro para que me los reservara. Mañana tenía que decirle algo, pero iré hoy. Son magníficos, querido Focas. Hermanos, idénticos de cara y cuerpo hasta en el último detalle. Hombres del norte, fornidos y rubios. Sólo tienen un pequeño defecto. No es visible, pero Isaac quiso que lo supiera. Son mudos. El imbécil que les capturó les arrancó la lengua. Una verdadera lástima. Parecen inteligentes y oyen bien.
– Ve a buscarlos -dijo Focas, -y no dejes que Isaac te engañe. Al fin y al cabo, él no sabe qué vamos a hacer con esos jóvenes. Su defecto físico ha de rebajar el precio considerablemente. ¡Pero espera! ¿Y sus órganos sexuales? ¿Son grandes? Por muy apuestos que sean han de tener buenos genitales. ¿Cómo puedes asegurarte de ello sin que Isaac sospeche algo del uso que daremos a ese trío?