Joviano miró divertido a su hermano mayor.
– Focas, querido hermano, me hieres profundamente. ¿Cuándo he comprado un esclavo para esta casa sin haberle inspeccionado sus atributos antes? En reposo, la virilidad de esos tres cuelga al menos quince centímetros. Excitada llegará a veinte, si no me equivoco, y raras veces me equivoco.
– Perdona, hermano -se disculpó Focas con una leve sonrisa.
Joviano le devolvió la sonrisa e hizo una leve inclinación de cabeza antes de marcharse. Llamó a su esclava favorita y actual amante para que se reuniera con él y, con paso ágil, cruzó las puertas de Villa Máxima rumbo a la calle.
CAPÍTULO 08
Cailin siempre había considerado lujoso el hogar en que había crecido, pero la vida en Villa Máxima fue toda una revelación para ella. En las paredes exteriores del edificio que daba a la calle no había ventanas. Se entraba por unas puertas de bronce que conducían por un estrecho pasillo a un patio grande y soleado. El suelo del patio era un diseño de bloques cuadrados de mármol blanco y negro. Había grandes tiestos colocados alrededor del patio. También había plantados pequeños árboles y rosales. Siempre había atractivas esclavas trabajando en el patio para dar la bienvenida a los visitantes y para acompañarles por las dos grandes escalinatas de mármol blanco hasta el pórtico con columnas y, a través de éste, al atrio de la villa.
El atrio era magnífico. El techo era alto y abovedado y estaba dividido en paneles hundidos tallados y adornados en tonos rojos, azules y dorados. Las paredes estaban decoradas con paneles de mármol blanco y rodapiés revestidos de plata. La entrada al atrio tenía dos columnas cuadradas y cuatro pilares redondos en mármol rojo y blanco, todo ello coronado con cornisas. Sobre la entrada había tres ventanas largas y estrechas con rejas.
Las puertas del atrio eran de bronce y los marcos estaban revestidos de mármol verde, tallado y decorado con marfil y oro. El suelo era de baldosas de mármol de diversos tonos de verde y blanco que formaban dibujos geométricos. En los nichos de la pared se exhibían maravillosas esculturas de hombres y mujeres desnudos, en solitario o en parejas o grupos, todos ellos en posturas eróticas calculadas para excitar al espectador. Había tinas de mármol llenas de flores de brillantes colores y varios bancos de mármol donde los clientes esperaban a que se comprobara su identidad antes de ser admitidos.
Lo poco del resto de la villa que Cailin vio en sus primeras semanas en Constantinopla era igualmente magnífico. Todas las paredes estaban paneladas y adornadas con cuadros enmarcados. El tema de casi todos los cuadros era de naturaleza erótica. Los lechos también estaban panelados y decorados con relieves dorados o trabajos en marfil. Las puertas eran o de mármol de diversos tonos o de pinturas en mosaico confeccionadas con piezas tan pequeñas que parecían pintadas. El suelo de la cámara principal, donde tenían lugar los encuentros eróticos, tenía la historia de Leda y Júpiter ilustrada en piezas de mosaico de exquisitos colores refulgentes.
El mobiliario de Villa Máxima era típico de un hogar acaudalado. Había divanes por todas partes, de estilo ornamental. Para las patas y los brazos, que a menudo estaban tallados, se utilizaban maderas de magnífica fibra. Para decorarlos se empleaba carey, marfil, ébano, joyas y metales preciosos. Las cubiertas de los divanes eran de los mejores tejidos, bordados en oro y plata y adornados con joyas.
Las mesas eran igualmente bellas, siendo las mejores de cedro africano. Algunas tenían la base de mármol, otras de oro o plata y otras de madera recubierta con oro. Había arcas para guardar cosas, algunas sencillas y otras de elegante diseño. Los candelabros eran de bronce, plata y oro, así como las lámparas, tanto las que se hallaban sobre las mesas como las que colgaban. No había nada que pudiera calificarse de carente de elegancia o belleza en la villa y su mobiliario.
A Cailin le habían asignado una bonita habitación pequeña con un suelo de mosaico cuya decoración central era Júpiter seduciendo a Europa. En las paredes se exhibían frescos de jóvenes amantes alentados y acosados por una multitud de graciosos Cupidos alados. Había una sola cama, una deliciosa y pequeña arca de madera decorada y una pequeña mesa redonda; sólo había una ventana, que daba a las colinas de la ciudad y más allá el mar. La habitación recibía sol casi todo el día, y la luz le proporcionaba un aspecto alegre que hacía que Cailin se sintiera cómoda por primera vez en casi un año. No. era un mal lugar donde comenzar su nueva vida.
Durante casi dos semanas esa vida transcurrió sin complicaciones y con mimos. Le daban más comida de la que jamás había recibido. La bañaban y le daban masaje tres veces al día. También le cuidaban los pies y las manos, le limaban las uñas y le aplicaban crema para suavizar la piel. La hacían descansar continuamente, hasta que creyó que se moriría de aburrimiento pues no estaba acostumbrada a la vida ociosa. No veía a nadie más que a Joviano y a los pocos siervos que se ocupaban de ella. Por las noches oía risas, música y alegría en otra parte de Villa Máxima, pero su cámara se hallaba muy aislada del resto de la casa.
Un día Joviano fue a buscarla y la llevó en una litera muy decorada y extravagante a dar un paseo por la ciudad. Él fue una fuente de datos fascinantes e información general. Cailin se enteró de que mil años atrás los griegos habían fundado una ciudad en aquel lugar. Situada en la unión de las rutas comerciales entre el este y el oeste, la ciudad siempre había florecido, aunque no era particularmente distinguida. Hasta que, unos cien años atrás, el emperador Constantino el Grande decidió abandonar Roma y eligió como nueva capital la ciudad de Bizancio. Constantino, el primer emperador que abrazó el cristianismo, consagró la ciudad el 4 de noviembre del año 328. La ciudad, rebautizada con el nombre de Constantinopla en su honor, fue consagrada formalmente el 11 de mayo de 330, con gran pompa y ceremonia. A la sazón ya estaban en marcha la construcción y la renovación de la ciudad.
Constantino y sus sucesores siempre estaban construyendo, y poco quedaba ya de la ciudad griega original. Constantinopla ahora tenía una universidad de estudios superiores, su propio circo, ocho baños públicos y ciento cincuenta privados, cincuenta pórticos, cinco graneros, cuatro grandes salas públicas para el gobierno, el senado y las cortes de justicia, ocho acueductos que conducían el agua de la ciudad, catorce iglesias -incluida la magnífica Santa Sofía, -y catorce palacios para la nobleza. Había cerca de cinco mil hogares adinerados y de clase media alta, por no mencionar los varios miles de casas que alojaban a las clases plebeyas, los tenderos, los artesanos y los humildes.
La ciudad había sido construida a partir del comercio, y el comercio prosperaba allí. Como estaba ubicada donde se unen las rutas por tierra de Asia y Europa, los mercados de Constantinopla estaban llenos de artículos de todas clases. Había porcelana de Catai, marfil de África, ámbar del Báltico, piedras preciosas de todo tipo; sedas, damascos, áloes, bálsamos, canela y jengibre, azúcar, almizcle, sal, aceite, granos, cera, pieles de animales, madera, vinos y, por supuesto, esclavos.
Aquella tarde recorrieron la ciudad hasta la puerta Dorada y luego regresaron por la Mese pasando por delante de los foros de Constantino y de Teodosio. Bordearon el Hipódromo y pasaron por delante del Gran Palacio. Cuando eran transportados junto a la gran iglesia de Santa Irene, Joviano dijo:
– Todavía no he elegido a ningún sacerdote para ti, Cailin. Tengo que acordarme de hacerlo.
– No te preocupes -dijo ella. -No creo que pudiera ser cristiana. Parece una fe difícil, me temo.