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Para su sorpresa, Joviano se reunió con ella a la mañana siguiente para tomar la primera comida del día.

– No podía dormir -dijo él, -y por eso he ido temprano al mercado. Mira qué estupendo melón te he traído. Lo tomaremos juntos mientras te cuento la increíble suerte que has tenido, Cailin.

– La diosa Fortuna no ha sido muy buena conmigo últimamente -replicó ella, entregándole el melón a Isis para que lo partiera.

– Anoche te sonrió ampliamente, querida -dijo Joviano. -Flavio Aspar, el hombre más poderoso de Bizancio, se hallaba entre el público.

– Creía que el hombre más poderoso era el emperador -observó Cailin.

– Flavio Aspar es el general más afamado de Bizancio. Ha elegido personalmente a los dos últimos emperadores. Los dos, el difunto Marciano y el actual León, le deben su posición.

– ¿Y qué tiene que ver ese general conmigo, mi señor?

Cailin cogió la rodaja de melón que le ofrecía Isis. Era agradablemente dulce y el jugo le resbaló por la barbilla. Sacó la lengua para lamerlo.

– Te he vendido a él -respondió Joviano, dando un mordisco a su rodaja de fruta. -Ha pagado mil quinientos solidi de oro por ti, querida. ¿No te dije que tu valor aumentaría?

– También me dijisteis que podría comprar mi libertad -replicó Cailin con amargura. -¿No os dije que no debía confiar en nadie? Pero vos me jurasteis que podía confiar en vos, mi señor.

– Querida niña -protestó Joviano, -no solicitamos tu venta. El acudió a nosotros después de la función de anoche y dijo que deseaba comprarte. Es el hombre más poderoso del imperio, Cailin. No era posible negarse y seguir prosperando. Negarle a Aspar lo que quería habría sido un suicidio. -Le dio una palmadita en el brazo. -No temas, querida. Será bueno contigo. No creo que el general haya tenido jamás una amante. Cuando quería tener una mujer que no fuera su esposa venía aquí, o iba a algún otro establecimiento respetable como el nuestro. Deberías sentirte honrada. Cailin le miró furiosa.

– ¿Cómo regresaré a Britania para vengarme de Antonia Porcio? -preguntó echando fuego por los ojos.

– Una mujer lista, Cailin (y creo que tú lo eres), comprendería que se le ofrece una gran oportunidad. Aspar te llenará de regalos si le satisfaces. Incluso es posible que algún día te libere.

– Yo carezco de las habilidades de una cortesana -repuso ella. -Esas lecciones tenían que venir más adelante. Lo único que soy capaz de hacer es… -Se sonrojó. -Bueno, ya sabéis lo que puedo hacer, mi señor, pues vos concebisteis el Hades en que he vivido durante las últimas semanas. ¿Vuestro poderoso general no creerá que ha sido engañado cuando descubra que la mujer que compró no posee ninguna habilidad en el arte del erotismo?

– No creo que quiera una cortesana con experiencia, Cailin -dijo Joviano. -Aspar es un hombre extraño. A pesar de todos sus conocimientos militares, es una persona muy buena en un mundo muy cruel. Sin embargo, no te equivoques con él. Es un hombre acostumbrado a que le obedezcan. Puede ser muy duro.

En ese momento entró Focas.

– Ha llegado el mensajero con el oro -dijo exultante. -Lo he contado y está todo, querido hermano. ¿Se lo has dicho a Cailin? ¿Está preparada para marcharse?

– Tengo que lavarme las manos y la cara -respondió Cailin por Joviano. -Luego estaré lista para partir, mi señor Focas.

No había nada más que decir. Isis le llevó una palangana con agua y Cailin se limpió los restos de melón. Entonces se despidió de Isis y fue acompañada por los dos hermanos al patio, donde le esperaba una litera. Vestía una sencilla túnica blanca anudada en la cintura con un cordón dorado. Las mangas de la prenda le caían con elegancia sobre los brazos. Iba descalza, pues en Villa Máxima no necesitaba sandalias y no le habían dado calzado.

Casia salió al patio y dijo:

– No podéis permitir que se marche sin esto. -Con una pequeña sonrisa colocó unos pendientes de amatista, perla y oro en las orejas de Cailin. -Todas las mujeres merecen alguna joya. Que los dioses te acompañen, amiga mía. No creo que comprendas cuan afortunada eres.

– Gracias, Casia -exclamó Cailin. -Nunca he tenido unos pendientes tan bonitos como éstos; y gracias por todo.

– Sé tú misma y tendrás éxito con él -le aconsejó Casia.

– Te visitaré pronto -dijo Joviano a Cailin, y la ayudó a subir a la litera. -Sigue el consejo de Casia. Ella conoce el oficio como ninguna.

Cailin sintió un momento de pánico cuando alzaron la litera y los porteadores cruzaron las puertas de Villa Máxima. Una vez más se enfrentaba a lo desconocido. ¡Parecía tan extraño, tras la vida apacible que había llevado en Britania, que en el espacio de dos años su destino hubiera dado tantos giros! Cailin se recostó y cerró los ojos mientras era transportada a través de la ciudad. En la puerta Dorada la litera se detuvo en la cola que esperaba cruzar. Oyó a una voz áspera preguntar:

– ¿Y qué tenemos aquí?

– Esta mujer pertenece al general Aspar y va a Villa Mare -fue la escueta respuesta.

– Echaré un vistazo -respondió la voz, y el velo diáfano de la litera fue apartado.

Cailin clavó la mirada fríamente al soldado que miró dentro. Éste soltó la cortina.

– ¿Pertenece al viejo Aspar? -preguntó el guardia, silbando con admiración. -¡Menuda belleza! ¡Adelante, moveos!

Volvieron a alzar la litera y a avanzar. Cailin atisbo entre las cortinas. El camino discurría a través de una llanura fértil con campos de trigos, huertos y olivares a ambos lados. Más allá se encontraba el mar. No lo veía pero percibía el aroma del aire salado. Empezó a sentirse mejor. El mar era un medio de escapar, y ahora que estaba fuera de Villa Máxima, jamás volvería a degradarse como había hecho en las últimas cinco semanas.

Avanzaron por un camino llano y luego notó que los porteadores reducían el paso y giraban. Volvió a atisbar y vio que habían cruzado una puerta de hierro y recorrían un sendero flanqueado por árboles. Se hallaba de nuevo en el campo, pensó, aliviada de verse libre del ruido y el hedor de Constantinopla. Los porteadores se detuvieron y dejaron la litera en el suelo. Apartaron las cortinas y le tendieron una mano. Cailin bajó y descubrió que la mano pertenecía a un anciano de cabello blanco y baja estatura.

– Buenos días, señora. Soy Zeno, el sirviente de Villa Mare. El general me ha encargado que os dé la bienvenida. Éste es vuestro hogar y todos estamos a vuestras órdenes.

Hizo una cortés reverencia con una sonrisa amistosa en el rostro.

– ¿Dónde está vuestro amo, Zeno? -preguntó ella.

– No veo al general desde hace varios meses, señora. Ha enviado un mensajero esta mañana temprano con sus órdenes para vos.

– ¿Se le espera pronto? -Qué extraño resultaba aquello.

– No me ha informado de ello, señora -dijo Zeno. -Entrad y tomad algún refresco. El día empieza a ser caluroso y el sol es muy fuerte a finales de junio. Pero imagino que la ciudad debía de ser un horno.

Cailin le siguió.

– No me gusta la ciudad -dijo. -El ruido y la suciedad son espantosos.

– Es cierto. Hace muchos años que sirvo al general, pero cuando me ofreció ser su sirviente en Villa Mare, le besé los pies agradecido. Cuanto más mayor me hago menos tolerancia parezco tener, señora. ¿Vos no sois ciudadana de Bizancio?

– Soy britana -respondió Cailin, y aceptó una copa de vino fresco de manos de un sonriente siervo.

– Me han dicho que es una tierra salvaje y bárbara -observó Zeno con seriedad. -Dicen que la gente es de color azul, pero vos no lo sois, señora. ¿Estoy confundido, pues?

Cailin no pudo reprimir la risa, pero al punto calmó al sirviente diciéndole:

– En la antigüedad los guerreros se pintaban de azul cuando acudían a la batalla, Zeno, pero no tenemos la piel azul.